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Lucrecia Martel y César González

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Hace un par de semanas se produjo en el Auditorio Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata un encuentro entre Lucrecia Martel y César González organizado por la revista Pulsión, la citada Facultad y el Departamento de Artes Audiovisuales FBA, en el marco del 9° Festival REC.

La conversación tiene un interés extraordinario porque Martel y González son personas pasional y reflexivamente comprometidas con su trabajo de cineastas y desde sus obras producen su posición en el mundo, en tensión con tradiciones cinematográficas a las que no cesan de interrogar. El cine es para ambos un disparador de perplejidades sobre el ser de lo que es. Por eso, cuando hablan de él no se limitan a declarar sus gustos estéticos o sus destrezas o dificultades técnicas. Técnica y estética son modos de la abstracción de los que renunciaron a pensarse a sí mismos y a la historia en la que están concernidos. Cada uno con su temperamento -tan diferentes como sus películas y sus historias personales-, César y Lucrecia desnaturalizan cualquier idea asentada sobre el ser del cine y su arraigo en el mundo. 

Cuando una y el otro toman la palabra muestran, hasta en la tonalidad de sus voces y en su despliegue corporal, la historia que traen y el pulso que los mueve a hacer películas y a pensar de ellas. Inmediatamente surgen sus diferencias: de clase, de sensibilidad, de referencias. Martel concibe el cine como una travesía para deshacer una realidad entretejida de manera colectiva y propicia la irrupción de un sinsentido: algo tiene que fisurarse mientras ella filma y por esa hendidura espera que se cuele lo inesperado; lo mismo pasa cuando habla. Será por eso que su conversación es tan estimulante como sus películas.

González hace del cine la continuación de una lucha, la de constituir su propia existencia en un campo político adverso. Nunca deja de recordar el sesgo de clase que tuvo hasta hoy la producción cinematográfica. Quiere instalar la cuestión de que el cine, por ser el instrumento expresivo de la burguesía, ha expulsado deliberada y soterradamente el punto de vista de las clases explotadas. Se rebela ante la naturalización de que el negro villero sea una figuración del imaginario blanco y decidió que desde su perspectiva el mundo puede verse de otra forma y mostrar lo que por una sostenida exclusión no ha sido visto. Inquietud que Martel comparte.



En los primeros tramos la conversación anda por estos carriles: hay preguntas que se les plantean a ambos y cada uno muestra lo que es, yendo por avenidas paralelas. En esa primera instancia de la charla lo más interesante es prestar atención a cómo Lucrecia escucha a César y cómo César escucha a Lucrecia, gestos o silencios atentos en los que se insinúan posibles coincidencias y disidencias. Hay un momento en esta parte de la charla en el que se muestra una diferencia específica: acerca de la función del guión. Entonces se deja ver nítidamente qué espera cada uno de ellos del cine y por qué el guión sí o el guión no.

Pero más adelante se produce un momento genial que rompe con la dinámica prevista. Martel, en lugar de seguir alternando las respuestas con César, hace una especie de gambeta y toma el micrófono para preguntarle a César: "¿Vos has ido al INCAA a hacer trámites para tus películas? ¿A cuántos kilómetros está el INCAA de tu casa? ¿Cuánto tiempo tardás en llegar? ¿Cuánto dinero te cuesta el viaje? ¿En cuántos planos filmarías esa experiencia?". El planteo es tan inesperado y concreto como iluminador. Ahí se los ve dialogando, escuchándose y repensándose cada uno desde el otro y ambos desde el cine y al cine desde esa práctica tan inmediata y tangible. En esa referencia concreta que seguro Lucrecia encontró en medio de la misma charla puede verse a dos cineastas hablando de cine, es decir: del mundo.

Conducen la conversación Agustín Lostra y Pablo Ponzinibbio, parte del comité de redacción de la muy buena revista Pulsión, también realizadores.

Los invito a que vean la charla, casi dos horas de gran disfrute.



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