Sobre Figuras de guerra, de Sylvain George
por Oscar Cuervo
Pasa con las grandes obras de arte que logran abrirnos a una renovada comprensión del mundo sólo en la medida en que ponen en cuestión sus propios procedimientos. Porque ni el mundo ni el arte (ni el cine, por caso) son obvios: su función y su sentido no terminan de definirse ni nos permiten reposar en ningún clasicismo. No hay soluciones que la filosofía pueda dar como receta para todo uso. La ciencia nos brinda imágenes volátiles del mundo pero hay algo que ella no puede pensar: a sí misma. El mundo insiste en reclamarnos siempre una comprensión nueva. El cine puede aportar mucho en este desafío: volver a mirar, ver nuestro acto de mirar a la vez que la imagen vista, desplazar la etiqueta, el zócalo y la voz en off que acompañan a cada imagen en nuestra experiencia mediada por las pantallas. Justo el cine puede permitirse revolver lo que miles de horas de televisión y pantallas de computadora han terminado empastando.
Lo extraordinario de Qu'ils reposent en révolte -la película de Sylvain George que acaba de estrenarse en la sala Lugones con el título de Figuras de guerra- es la forma con que nos convoca a renovar nuestros ojos frente a fenómenos sobre los que creemos saberlo todo. No hay palabras para explicar desde afuera este mundo que nos muestra -no las hay literalmente en la película, más allá de las que aparecen escritas en las paredes o son dichas por sus protagonistas, es decir: a los signos sólo se les permite entrar en tanto signos que percibimos y no como explicación de lo que percibimos. El cine, piensa Sylvain, no tiene que contarnos o explicarnos lo que pasa: sino dejarnos ver.
Lo que sabíamos hasta ahora sobre el trato que Europa les da a los inmigrantes queda abolido por un acto de cine. El pacto que Sylvain entabla con ellos y con nosotros en las dos puntas del acto cinematográfico no le permite sentarse a explicar la extrema inestabilidad que amenaza la vida de los inmigrantes, sino que nos invita a inestabilizarnos junto con él y con ellos. Para eso, el director francés apela a un recurso que es a la vez poético y epistemológico: extrañar la mirada, descentrarla, sacarla de quicio, quitarnos la tranquilidad del reconocimiento, para que aparezca la perplejidad de la visión. Es que no hay nada mejor que esa inestabilidad para conocer el fundamento precario de la vida que vivimos los que tenemos lo que a los inmigrantes les falta: una casa donde reposar, una agenda para el día, para la semana, para el año siguiente. Esa precariedad que se nos aparece distorsionada en la agenda mediática como "inseguridad". En lugar de eso, la película nos invita a ver el mundo al lado de esos inmigrantes a los que el poder capitalista no les da tregua, porque les ha declarado una guerra sin descanso, a sol y a sombra. Ver al lado de ellos, no en lugar de ellos ni tampoco contra ellos, sino junto a ellos, acompañándolos sin fingir que después nos vamos a quedar con ellos, porque no nos vamos a quedar, la película se va a terminar y nos vamos a ir. Entonces hay que hacer algo para que el acompañamiento de esos que han sido despojados de todo, para que esa excursión cinematográfica por el lado inestable de el mundo no se transforme en un acto frívolo, para que nos cuestione en interioridad.
Buenas tardes/noches
Lo que sabíamos hasta ahora sobre el trato que Europa les da a los inmigrantes queda abolido por un acto de cine. El pacto que Sylvain entabla con ellos y con nosotros en las dos puntas del acto cinematográfico no le permite sentarse a explicar la extrema inestabilidad que amenaza la vida de los inmigrantes, sino que nos invita a inestabilizarnos junto con él y con ellos. Para eso, el director francés apela a un recurso que es a la vez poético y epistemológico: extrañar la mirada, descentrarla, sacarla de quicio, quitarnos la tranquilidad del reconocimiento, para que aparezca la perplejidad de la visión. Es que no hay nada mejor que esa inestabilidad para conocer el fundamento precario de la vida que vivimos los que tenemos lo que a los inmigrantes les falta: una casa donde reposar, una agenda para el día, para la semana, para el año siguiente. Esa precariedad que se nos aparece distorsionada en la agenda mediática como "inseguridad". En lugar de eso, la película nos invita a ver el mundo al lado de esos inmigrantes a los que el poder capitalista no les da tregua, porque les ha declarado una guerra sin descanso, a sol y a sombra. Ver al lado de ellos, no en lugar de ellos ni tampoco contra ellos, sino junto a ellos, acompañándolos sin fingir que después nos vamos a quedar con ellos, porque no nos vamos a quedar, la película se va a terminar y nos vamos a ir. Entonces hay que hacer algo para que el acompañamiento de esos que han sido despojados de todo, para que esa excursión cinematográfica por el lado inestable de el mundo no se transforme en un acto frívolo, para que nos cuestione en interioridad.
A ver si me sale más preciso, sin que suene a lugar común: tiene que pasarnos algo íntimo en esas dos horas y media en las que acompañamos a Sylvain George acompañando a los inmigrantes afganos, africanos, serbios: llegar a hacer contacto con esas personas concretas que nos aparecen, mirar sus ojos, sus sonrisas, las yemas de sus dedos, percibir el grano de su voz y la textura de su piel, sentir que no son ejemplares que ilustran una vaga noción de "inmigrantes ilegales" que manejamos con cierta naturalidad, no son ejemplares sino personas que en este mismo momento deben seguir ahí en la zona inestable del mundo (si es que tienen la suerte de seguir vivas). Lo que hace la cámara de George es reintegrarlas al mundo, ponerlas en contacto con los elementos naturales, devolverles con nuestra mirada la singularidad que el sistema de persecución les obliga a borrar. Es una empresa casi desesperada proponerse eso, lo común es que vayamos un rato al cine y después volvamos a ubicar nuestras expectativas en los términos de la seguridad y las amenazas a nuestra seguridad. "Cada inmigrante es una bomba de tiempo" dice una de las pocas frases que el director planta en la pantalla para que la consideremos. Es una frase ambigua a más no poder, porque hay que ver quién la dice y a quién se dirige: tiene una lectura policial y otra poética, y el espectador puede ponerse en una o en otra de esas posiciones.
Está visto: no se puede cuestionar el mundo con una película si no se cuestiona a la vez, por el mismo precio de la entrada, la existencia misma del cine. George podría lograrlo con nosotros, con sus imágenes vibrantes, inestables, de alto contraste, que reposan en la revuelta.
***
Agregado: cuando Qu'ils reposent en révolte fue premiada en el el Bafici 2011 su director no pudo estar presente para recibir el premio. Mandó una carta dirigida "al Bafici", es decir, a los que fuimos, estuvimos o formamos parte del festival y, más concretamente, a los que se hallaban en la entrega de premios (parecería que George no deja de pensar ni por un momento en personas concretas, que no puede pensar en términos de "público", "críticos" y etiquetas así). Lo cierto es que en esa ceremonia imperaba un ambiente frívolo que a ningún habitué del Bafici macrizado de los últimos años debería sorprender. La carta fue recibida con sorna por un grupo de cineastas porteños salidos de la FUC que quieren disfrutar, sobre todo, de las fiestas del evento, y que no tienen ganas de pensar en nada, menos que menos en lo que ellos mismos se han vuelto. Esta es la carta burlada por los chicos de la FUC:
Las amistades extranjeras (carta al Bafici)
Buenas tardes/noches
Queridas amigas, queridos amigos,
Razones independientes a mi voluntad hacen que no pueda estar esta noche físicamente en este lugar con ustedes para recibir los premios que han sido atribuidos a mi película «Qu’ils reposent en révolte (Des figures de guerres)».
Esta película es mi primer película (mis otras películas han sido realizadas en paralelo), sobre la cual trabajo desde mis inicios cinematográficos hace ya cinco años, y en la cual toda mi energía, toda mi atención han estado concentradas estos últimos años.
Esta se centra en describir las consecuencias de las políticas migratorias actuales sobre las principales personas implicadas: los migrantes. Políticas que son ante todo políticas experimentales, como lo son los dispositivos encargados de traducirlas y luego susceptibles de dirigirse a la gran mayoría de ellos: tribunales y justicia de excepción, controles, hostigamiento y violencias policiales….
La acción se desarrolla en Calais, ciudad cuyo nombre es conocido a través de las fronteras. Una ciudad como una zona gris, un intersticio, un espacio de indistinción entre la excepción y la regla. Allí los individuos son tratados como criminales, son despojados, «desnudados» de sus más elementales derechos que hacen de ellos sujetos de derecho, y reducidos al estado de cuerpos experimentales, de «cuerpos puros», o «vida desnuda».
A estas zonas de excepción conviene responderles creando el verdadero estado de excepción: situaciones y espacio-tiempo singulares en los cuales la integridad física y psicológica de los seres y de las cosas son restituidas a sí mismas. Un individuo, sea quien sea, es profundamente irreductible; no puede reducirse a las representaciones sociales y raciales que una sociedad puede tener sobre él. El cine es un medio cuyos recursos profundos (juego sobre el tiempo y el espacio) permiten desnudar los mecanismos que actúan en las representaciones dominantes y mediante ellos mismos, iniciar un proceso de emancipación, un procesos revolucionario en el sentido profundo del término: la capacidad, en cada momento, de poder cambiar el curso de las cosas.
Al espacio preorganizado, disciplinado, se opone un espacio movedizo, caracterizado por otro tipo de distribución: una distribución «nómade», sin cercos ni medidas, en la cual los hombres se distribuyen en un espacio abierto, ilimitado, o al menos sin límites precisos. Este movimiento se definiría como un movimiento de liberación, continuo, siempre reiniciado, y que desborda permanentemente las estructuras y los marcos de pensamiento establecidos. Lo que cuenta, ya no es la asignación de perímetros fijos, sino el movimiento y las relaciones (discordantes) entre los seres y las cosas. La frontera se vuelve frágil, pasadizo, intersticio entre dos espacios y el territorio es inseparable de lo que lo excede, de la relación con su propio afuera. Orillas, umbrales que substituyen a las fronteras y a los corrales. El espacio ya no es homogéneo, sino heterogéneo y múltiple, y se le quita a la multitud una representación bio-política, disciplinaria, del cuerpo social, de la masa… Por lo tanto el tema es no tanto orientarse y ubicarse, sino más bien conocer gente.
A la reducción de los mundos a uno solo, visión autoritaria del poder político dominante, el cine propone un proceso de desmultiplicación del mundo.
Quisiera muy sinceramente agradecer al Bafici, a su director, a sus programadores, a todo el equipo, que tuvieron la bondad, fraterna y política, de seleccionar y programar mi película en competencia internacional. Es sumamente importante, hoy quizás más que nunca, que espacios como este puedan existir y dar a ver, leer y escuchar pensamientos, palabras, imágenes y visiones minoritarias.
Quisiera agradecer muy sinceramente a los miembros de los dos jurados que decidieron acordar estos dos premios a mi película. Con estos gestos, otorgan un espacio de visibilidad extremamente importante a una película considerada como «difícil», a veces «molesta», tanto por el tema como por el lenguaje cinematográfico empleado. Es también una recompensa a una empresa que fue extremadamente difícil de llevar a cabo desde el punto de vista material, económico y político. Más fundamentalmente, veo aquí un incentivo y una ayuda extremadamente importantes para mis inicios cinematográficos, y para las películas por venir.
Estoy muy feliz de recibir estos tan importantes premios en Argentina, entre otros motivos porque esta película sin dudas terminará su recorrido en los festivales aquí, en Buenos Aires. La primera proyección tuvo lugar en Francia en un gran festival, el Fid Marseille, con una primer versión que yo consideraba como todavía no del todo acabada. La última tuvo lugar acá, en este otro muy gran festival, el Bafici, con su versión definitiva.
Me alegro tanto más porque tengo una relación extremadamente singular con este país, ya que despierta en mí recuerdos muy profundos: en efecto, durante mi infancia y adolescencia, y como mis primeros gestos políticos, he participado en numerosos encuentros y fiestas de apoyo a los opositores a la dictadura en Argentina. Argentina era un país muy alejado y sin embargo extremadamente cercano. En el espacio y en el tiempo.
Para terminar, y ustedes me disculparán de querer brevemente pronunciar algunas palabras aparentemente simples y banales, quizás intrascendentes, pero que son para mí muy importantes. Quisiera ante todo saludar muy calurosamente a los demás cineastas presentes en el Bafici, en competencia o no. El hecho de que las películas no sean recompensadas no significa en lo más mínimo que sean menores, menos interesantes, importantes o significativas.
Quisiera también dirigir fraternos y trans-históricos saludos a un cineasta muy conocido en Argentina, pero que recién empieza a tener renombre en Francia. Un cineasta que descubrí hace poco en la Cinemateca Francesa y cuyo trabajo me interesó y maravilló profundamente. Un cineasta con una gran integridad y moral, desaparecido por la Junta militar. Me refiero a Raymundo Gleyzer.
Finalmente, quisiera dirigirme a ese joven, a esa joven, que no conoce a nadie, que se siente perdido, que no sabe adonde ir, que no logra encontrar su lugar en la sociedad, que tiene el sentimiento de arrancar de cero y de ser devuelto incansablemente a ese lugar aparentemente vacío. Que tiene 18 años, en el amanecer de su vida, y que sin embargo ya tiene la sensación de ser un anciano. Porque la rabia lo ahoga, porque la rebelión vive en él y se vuelve contra él. Quisiera dirigirme a ese joven, a esa joven, que piensa que ciertos mundos le están vedados, porque está preso en una clase social, forzosamente desfavorecida. A ese joven, a esa joven, que sueña por ejemplo con hacer películas, con hacer cine, pero piensa jamás poder lograrlo, ya que viene de un medio demasiado modesto, ya que lo frenan barreras culturales y simbólicas, a él, a ella, quisiera decirle que no pierda la esperanza, que no abandone, que permanezca atento a sus deseos. Estos deseos son océanos de llamas capaces de destruir las columnas del cielo, los mitos, las representaciones dominantes y estigmatizantes, también capaces de darle cobijo a lo desconocido, lo imposible. A él, a ella, quisiera decirle que no desespere, no abandonar, y pelear. Pelear por lo que uno cree. Pelear por uno mismo, como por los demás. Pelear por uno mismo como uno de los demás.
Frente a los mundos prohibidos, solo se pueden tomar caminos escondidos y extranjeros: «únicamente el capítulo de las bifurcaciones queda abierto a la esperanza» decía Auguste Blanqui, un gran revolucionario francés del siglo 19.
Caminos amigos, como solo pueden haber amistades extranjeras.
Les agradezco por su hospitalidad y por su atención.
Pronto volveré a la Argentina.
Sylvain George
Paris, 16 de Abril 2011