La cosa es así: Cambiemos está en serios problemas porque su construcción a largo plazo ya fracasó. Para un proyecto político esto implica que solo puede ofrecer penurias al pueblo y para subsistir depende del grado de fragmentación, desaliento y desorientación popular. La ingeniería política neoliberal está totalmente entregada a generar esa degradación de la vida popular. Otros, antes que el macrismo, lo intentaron. Las series largas de la historia argentina (el 55, el 66, el 76, el menemismo, la Alianza) indica que no lo lograron. Ningún determinismo histórico asegura que siempre será así, pero no son pocos los indicios recientes que muestran una sólida inteligencia de las organizaciones populares -el "riesgo país" del populismo: el freno al 2 x 1 que sacudió a una Corte recién estrenada; los docentes bonaerenses, la inédita energía de los movimientos feministas; un estado de movilización incalculable por la Big Data. No todavía detrás de una opción electoral, pero las elecciones no son el non plus ultra de las luchas populares, como el permanente bombardeo de encuestas de intención de voto y segundas vueltas que propagan los medios corporativos quieren hacernos creer, sino instancias que periodizan una lucha que nunca termina.
La cosa es así: muchos confunden el programa de negocios de los integrantes del gabinete de Cambiemos con el proyecto político de Cambiemos. El equipo va a terminar este período con sus fortunas acrecentadas, pero su proyecto político no para de dar síntomas de crisis. Los poderes fácticos que apostaron todo al macrismo se debaten entre diversas salidas, todas ellas admiten el fracaso de lo que se conoció como macrismo. Los resultados de la gestión son catastróficos. El gobierno neoliberal, aperturista y ajustador no solo bajó el salario real, las jubilaciones, deterioró la salud y la educación públicas -lo que era previsible- sino que aumentó dramáticamente la inflación -la baja de la inflación se supone una especialidad de este tipo de regímenes- y no atrajo ninguna inversión productiva -al menos en el plano ideal eso es lo que la derecha quiere lograr. Los cuantiosos créditos que un prestador de última instancia como el FMI vuelca en el último año se fuga más rápido que lo que entra, tiende a enriquecer a un sector de los grandes especuladores y a sostener con instrumentos de vida asistida a macri, "hasta que se les ocurra algo mejor". Tampoco esta derecha logró en tres años ordenar la calle o disminuir los índices de la delincuencia. Para una visión de derecha dura, el macrismo ha sido ineficaz.
La cosa es así: una interpretación de los resultados de 2015 decía que Cambiemos era el otro partido emergente de la crisis de 2001, aparte del kirchnerismo. Muchos de estos intérpretes se apresuraron a escribir libros en los que se sorprendían por el deterioro súbito del kirchnerismo y admiraban la eficacia de la nueva derecha. Estas apreciaciones no se estarían verificando. El kirchnerismo persiste como problema permanente para los poderes fácticos, locales y trasnacionales (el "riesgo Crisitna"): ofrece las dificultades para su desarticulación que no ha mostrado el PT en Brasil, por ejemplo. Mal que le pese a muchos, el kirchnerismo es un poder popular persistente. De ahí su contínua evocación en los medios oficiales, no por un artilugio duranbarbesco para polarizar y capitalizar el descontento en favor del inepto macri, con dificultades para capitalizar algo fuera de la herencia de Franco. Para una mirada desapasionada el kirchnerismo aparece hoy más vital que el macrismo. Una diferencia: el kirchnerismo se mantiene a pesar de un impresionante aparato de propaganda que le dispara las 24 horas del día; miesntras el macrismo se sostiene con un debilitamiento permanente a pesar de un poderoso blindaje mediático full time. Ese aparente "empate" indica en realidad una desigualdad. El llano y el poder real. Esta relación de fuerzas desmiente a peronólogos y kirchnerólogos que postulan a un movimiento que solo puede sostenerse al cobijo del estado, cosa de la que el kirchnerismo no goza sin haberse debilitado en los últimos tres años.
La cosa es así: hay signos de las variables que se le escapan con cada vez mayor frecuencia al actual poder político. El riesgo país, que es un instrumento de los inversores internacionales, aumenta hasta niveles inesperados para un gobierno amigable con los mercados (¿o será que estos gobiernos son precisamente los que hacen aumentar el riesgo país hasta destruir esos países puestos en riesgo?). Esto significa que los mismos poderes a los que el macrismo quiere complacer no le corresponden su amor. Significa que la fuga de capitales va a incrementarse en los próximos meses, que el crédito internacional se va a encarecer, que ninguna reforma impulsada desde el estado atraerá inversión alguna. La ilusión de un año electoral financiado por los poderes trasnacionales para cobijar a un gobierno amigable es fantasmal. El mundo no parece muy preocupado por cobijar ningún proyecto político en absoluto en Argentina, ni siquiera uno que les responda con obediencia.
La cosa es así: hay una coalición política triunfante en 2015 y 2017 que se agrieta, vacila, expulsa a sectores que inicialmente se le alinearon, se contradicen, se pegan codazos. Un dato objetivo es repetido sin pudor por la propia prensa oficial (los mismos que decían que la reelección estaba asegurada, hace menos de un año): Vidal no quiere compartir boleta con macri porque cree (sabe) que le va a restar votos. Con un sector del establishment que hasta hace poco los apoyaba en bloque, ahora evalúan la posibilidad de que Vidal se despegue de un presidente piantavotos. Es una salida tacticista nerviosa: por lo menos tratan de desenganchar una presunta boleta encabezada por Cristina de la de las intendencias y la gobernación. No se sabe cómo puede seguir esto. Si temen el efecto arrastre del nombre de Cristina en provincia de Buenos Aires, no se ve cómo incluso un triunfo de Vidal como gobernadora dentro de unos meses evitaría un triunfo posterior de Cristina en las generales. Les podría salir bien si todos los planetas, muchísimos, se les alínean, pero también arriesgan todo. Por ejemplo: que ni aún el desenganche de la boleta garantice el triunfo en la gobernación o, en una hipótesis mejor, que Vidal se quede con la provincia en condiciones muy difíciles para mantener su gobernabilidad, sin poder garantizar un triunfo del mismo signo a nivel nacional. Separar las boletas de los intendentes de una supuesta boleta de Cristina (aunque ella no haya manifestado todavía su decisión a una candidatura presidencial) no debilitaría a Cristina (a la que los intendentes necesitan en sus distritos) sino a los intendentes. Lo que no asegura esta especulación es que los beneficiarios sean los intendentes de Cambiemos. Por ejemplo, un gobierno de Vidal conviviendo con una administración nacional adversa a ese proyecto podría constituir el deterioro terminal de la figura en la que la derecha guarda las mayores esperanzas.
La cosa es así: pero hay algo más. Para que el desdoblamiento sea posible, el vidalismo tiene que contar con el apoyo del massismo. Si Massa apoya esa movida claramente funcional al oficialismo, se desdibuja su perfil opositor. Si el experimento no sale bien, no solo Vidal sino el propio Massa obran como fusibles de macri. Esta maniobra electoral, que de ningún modo asegura la viabilidad del proyecto de ajuste en el próximo período (¿qué provincia gobernaría una reelecta Vidal, en medio de un ajuste feroz?), es inconsistente con otro ensayo que le adjudica de manera inverosímil una alta intención de votos a Massa. Esta hipótesis solo se sostendría con un perfil muy opositor que hasta ahora Massa no supo o no quiso asumir. Una conjetura no desechable sugiere que estas movidas en el banco de suplentes oficial tiene como objetivo apresurar la definición de candidaturas del frente opositor (peronismo, kirchnerismo, otras fuerzas democráticas y populares). La intención sería trasmitir la zozobra oficial hacia la oposición. La designación de las candidaturas opositoras es algo que desvela al oficialismo porque no acaban de diseñar una táctica electoral, prácticamente su única especialidad. El kirchnerismo y el peronismo no pueden diferir indefinidamente la designación de las candidaturas o el mecanismo para su selección, pero no deben hacerlo por el ritmo que le marca el oficialismo.
¿Qué apura al macrismo? La certeza cada vez mayor de que solo puede trasmitir malas noticias y esperar que alguna desgracia (provocada por los operadores oficiales del régimen) se desencadene sobre la figura persistente de Cristina. Las previsiones objetivas indican que una fuerte devaluación puede desencadenarse durante el verano. ¿Cuánto tardará el dolar en llegar a $60? ¿Cuánto están dispuestos a esperar los únicos generadores de dólares de la economía argentina -los grandes exportadores de los productos agrarios- antes de liquidar sus divisas a un precio que les resulte ventajoso? Los sectores sojeros ya no parecen sentirse atados a la suerte de macri. ¿Cuánto tardaría una nueva devaluación en disparar un rebote inflacionario? ¿Cómo puede repercutir todo esto en un año electoral?
Algunos compañeros, ante este panorama borrascoso, se ponen ansiosos y anhelan un estallido social que alivie su ansiedad. Pero este estallido se paga con nuestros muertos. La única salida hacia un gobierno popular estable, que no vuele por los aires como el de Dilma al poco tiempo de ganar, es la organización popular. ¿Va a coincidir el tiempo de la organización popular con los tiempos electorales? La política no es una ciencia exacta.
No te vayas, las cosas podrían empezar a ponerse interesante de un momento a otro.