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El fracaso del relato del relato

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por Oscar Cuervo

Desde hace años, el arco de la derecha argentina viene repiqueteando el relato del relato: según ellos, el kirchnerismo consiste apenas en un relato engañoso, que finge una apariencia progresista pero es profundamente reaccionario. Para los escribas de la derecha que vienen rezando el relato del relato, el discurso progresista K encubre, básicamente, a un grupo reducido de codiciosos que usa el poder para enriquecerse mientras engaña a la gran mayoría con espejitos de colores.

Curiosamente, estos voceros del establishment (Pino Solanas, Tomás Abraham, Martín Caparrós, Jorge Lanata, Jorge Fernández Díaz, Fernando Iglesias, Roberto Gargarella, Alfredo Leuco, entre varios otros que se desempeñan con capacidades discursivas diversas, pero siempre en el mismo sentido) adjudican al kirchnerismo una obsesión por el relato, pero son ellos lo que le atribuyen a las palabras un poder casi absoluto. Le confieren una eficacia política que, no obstante, son incapaces de neutralizar con un "contra-relato". Si el relato kirchnerista fuera tan burdo, tan fácil de desmontar, y si estuviera tan peleado con los datos de la realidad, ¿cómo es posible que el contra-relato antikirchnerista no conquiste la adhesión popular? Los voceros derechistas explican que el relato kirchnerista se impone por repetición, amplificado por un sistema de propaganda oficial, que, inverosímilmente, estaría integrado por 678, Tiempo Argentino, Página 12 y otros medios de alcance limitado. ¿Puede ser que un conjunto de falacias fácilmente desmontables pueda triunfar en la persuación popular desde plataformas tan débiles, mientras desde los medios más poderosos del país un contra-relato repetido con pocas variantes no logra conquistar adhesiones masivas? ¿No será el relato antikirchnerista del relato kirchnerista un engaño autocomplaciente de la derecha que no acierta a explicar las causas de su reiterado fracaso comunicacional, a pesar de que vienen empleando todo su poder de fuego?

Hoy el diario La Nación trae una columna de opinión firmada por Alejandro Katz que reitera la enésima variación del contra-relato:

"Hace ya más de ocho años que el gobierno de los asuntos públicos ha recaído en un grupo que, tímidamente al principio, y más estruendosamente a medida que percibía los réditos de la estrategia, ha venido reclamando para sí la titularidad del ideario progresista. (...)

"Con escasa sofisticación intelectual, pero con alta eficacia política, el discurso oficial organizó dos campos simbólicos: el de los buenos y lo bueno, ocupado por el pueblo y sus abnegados gobernantes, acompañados por una creciente nomenklatura y secundados por grupos de académicos e intelectuales que ocupan los medios escritos, personajes famosos de una cultura glamorosa que se expanden por la radio y la televisión y un lumpemproletariado útil para disputar la calle, y el de quienes encarnan el mal: los medios "monopólicos", los empresarios ambiciosos, los nostálgicos del neoliberalismo, los lacayos del pensamiento hegemónico, los imprecisos imperios siempre amenazantes. (...)

"Fundado sobre una serie de falacias, abonado por abundantes dosis de hipocresía y cinismo, enunciado por funcionarios que carecen de cualquier antecedente que haga verosímil la adopción tardía de un sistema de ideas y valores ajeno a sus tradiciones políticas y a sus prácticas corrientes, el "discurso progresista" del Gobierno ha resultado eficaz no sólo para integrar en sus filas a importantes sectores de opinión -que no distinguen, o simplemente disimulan, la distancia entre los valores declarados y los intereses defendidos-, sino también para silenciar a una oposición que, ingenua o cómplice, fue dejada sin habla, subyugada muchas veces por gestos engañosos a los que acompañó como si fueran verdaderos. Un discurso sesgado a la izquierda que, combinado con prácticas profundamente reaccionarias, satisfizo durante muchos años a un porcentaje muy amplio de la población. (...)" (Leer completo acá)

El relato del relato, así enunciado, contiene la posibilidad de su propia refutación: ¿cómo es posible que un discurso urdido con "escasa sofisticación" tenga "alta eficacia política"; que una división maniqueísta entre "abnegados gobernantes" y "lacayos del pensamiento hegemónico" fundado sobre una "serie de falacias" y enunciado por un pequeño grupo de "hipócritas y cínicos" satisfaga "durante muchos años a un porcentaje muy amplio de la población"?. Uno podría aceptar por un momento la hipótesis de una presidenta afectada por anomalías psíquicas que la llevan a creerse un discurso fantasioso que halagan su narcisismo morboso. Pero esa es una explicación que funcionaría apenas en el terreno de la psicología personal de Cristina, sin explicar la satisfacción que esa fantasía logra "durante muchos años" en "un porcentaje muy amplio de la población".

Si yo fuera un opositor acérrimo del kirchnerismo revisaría mis hipótesis políticas, porque algo no funciona bien en ellas: la política no puede desdeñar la satisfacción de porcentajes muy altos de la población sin condenarse a ser mera comentarista de la iniciativa de otros. Y eso es lo único que los escribas de la derecha han logrado a lo largo de estos años: ser comentaristas de la "perversidad" de un presunto grupo de "impostores" poco sofisticados. La función de un auténtico contra-poder no puede ser diagnosticar el extravío psíquico subjetivo de una líder, sino superar la eficacia objetiva de esa líder a la hora de satisfacer a una mayoría persistente (¡a lo largo ya de 9 años!).

La derecha le otorga al relato K una eficacia absoluta. Y proyecta su propio fetichismo por el relato sobre el kirchnerismo. Se conforma con el relato como única explicación del éxito kirchnerista. Y acusa al kirchnerismo de estar obsesionado por el relato. Pero el relato del relato de los voceros de la derecha, a diferencia del poder engañoso que ellos le atribuyen al kirchnerismo, es ineficaz. Tanto relato del relato no logra traducirse en masa crítica para vencer al kirchnerismo en las urnas.

Ante esta encerrona autocomplaciente, la única esperanza de la derecha es que sobrevenga una catástrofe económica que saque al kirchnerismo de la cancha. Esta debacle, anunciada por años, no depende de ningún mérito de la derecha, sino del fracaso del kirchnerismo. Ninguna política duradera podrá sostenerse sobre una apuesta al fracaso ajeno.

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