Las tribus salvajes son una potencia independiente y feroz en el seno de la república. Para acabar con este escándalo es necesario que la civilización conquiste ese territorio: llevar a cabo un plan de operaciones que de por resultado el aniquilamiento total de los salvajes.
Jamás el corazón del pampa se ha ablandado con el agua del bautismo, que constantemente ha rechazado lejos de sí con la sangrienta pica del combatiente en la mano. El argumento acerado de la espada tiene más fuerza para ellos, y este se ha de emplear para arrinconarlos en el desierto.
Aceptando como auxiliar la espada, nosotros proponemos un plan sistemático de operaciones, que sirvan de baluarte al interés particular que vaya posesionándose de los campos conquistados, poniéndolo bajo el amparo de los fuegos del cañón civilizador. De este modo, podría llegar el día en que se viese el fenómeno singular de un ejército de propietarios radicados en el suelo, y siendo en consecuencia el primer apoyo del orden y la estabilidad de las instituciones.
Bartolomé Mitre, La guerra de la frontera (1852)
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Más revoluciones hemos hecho nosotros, quitando y poniendo gobernadores, que los indios por la ambición de gobernar. Es que ellos creen una cosa de la que nosotros no nos queremos convencer: que los principios son todo, los hombres nada; que no hay hombres necesarios.
Y es asunto que se presta a fecundas consideraciones, que los que aman la libertad racional se persigan unos a otros y se exterminen con implacable saña, conculcando las instituciones que ellos mismos han formulado, jurando que son sus salvadores, por la satisfacción sensual del poder; mientras que los que aman la libertad natural no quiebran lanzas en fratricidas guerras.
¡Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males.
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870)
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Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta nacionalidad argentina que tiene que formarse, como las pirámides y el poder de los imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones.
En esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas y hermanos extraviados por las pasiones políticas o para conquistar territorios de naciones vecinas. Se arma para algo más grande y noble: para combatir por la seguridad y el engrandecimiento de la patria, y aún por la redención de esos mismos salvajes que, por tantos años librados a sus propios instintos, han pesado como un flagelo sobre la riqueza y bienestar de la república.
Gral. Julio A. Roca, Discursos (1878)
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