Evita, 60 años después, sigue viva
Que no renazca el sol, que no brille la luna
si tiranos como éstos siembran nueva infortuna
engañando a la patria. Es tiempo ya que muera
esa raza maldita, esa estirpe rastrera.
Adelgazó más de veinte kilos y se le grabó en la cara una expresión de tristeza que nadie le había conocido, ni aun en los tiempos de hambre y humillación.
No por eso le tuvieron lástima sus enemigos, que también eran millares. Los argentinos que se creían depositarios de la civilización veían en Evita una resurrección obscena de la barbarie. Los indios, los negros candomberos, los crotos, los malevos, los cafishios de Arlt, los gauchos cimarrones, las putas tísicas contrabandeadas en los barcos polacos, las milonguitas de provincias: ya todos habían sido exterminados o confinados a sus sótanos de tiniebla. Cuando los filósofos europeos llegaban de visita, descubrían un país tan etéreo y espiritual que lo creían evaporado. La súbita entrada en escena de Eva Duarte arruinaba el pastel de la Argentina culta. Esa mina barata, esa copera bastarda, esa mierdica -como se la llamaba en los remates de hacienda- era el último pedo de la barbarie. Mientras pasaba, había que taparse la nariz.
De pronto, los adalides de la civilización se enteraron con alivio de que las navajas del cáncer taladraban la matriz de «esa mujer». En la revista Sur , resignado cobijo de la inteligencia argentina, la poetisa Silvina Ocampo avizoraba en pareados enfáticos el fin de la pesadilla:
Que no renazca el sol, que no brille la luna
si tiranos como éstos siembran nueva infortuna
engañando a la patria. Es tiempo ya que muera
esa raza maldita, esa estirpe rastrera.
Sobre los muros que desembocan en la estación Retiro, no demasiado lejos de la residencia presidencial donde Evita agonizaba, alguien pintó una divisa de mal agüero: Viva el cáncer, y la firmó La hermosa Evelina . Cuando la radio dio la noticia de que la gravedad de Evita era extrema, los políticos de la oposición destaparon botellas de champagne. El ensayista Ezequiel Martínez Estrada, cubierto de pies a cabeza por una costra negra que los médicos identificaron como neurodermitis melánica, se curó milagrosamente y empezó a escribir un libro de invectivas en el que se refería a Evita de esta manera: Ella es una sublimación de lo torpe, ruin, abyecto, infame, vengativo, ofídico, y el pueblo la ve como una encarnación de los dioses infernales».
(Tomás Eloy Martínez, Santa Evita)
(Tomás Eloy Martínez, Santa Evita)