por Lidia Ferrari
Aclaro de entrada que no sé exactamente lo que significa la unidad del campo del peronismo, es decir, la idea de hacer un frente lo más amplio posible pero, al mismo tiempo, con unas fronteras bien precisas. Agrego que por vivir en el exterior se me escapan variables para pensar las inclusiones y las exclusiones a esa unidad. Pero quiero relatar una experiencia que viví en estos días en Buenos Aires que me sorprendió y me llevó a pensar de otra manera el problema de las próximas elecciones.
Tomé un taxi el penúltimo día de mi paso por Buenos Aires. Ya había tomado otros y, bueno, encontré lo que sabemos: varios venezolanos gorilones. Otros escuchaban Radio Mitre y algunos iban en silencio. Pero el último fue diferente. Para empezar, el chofer sacó inmediatamente el tema sobre su malestar por la situación económica del país. Se le había roto el auto y lo que ello significaba, etc. etc. Como su queja continuaba, le dije algo acerca de las próximas elecciones. Y allí dudó, dijo que era un tema difícil. Era un viaje relativamente largo que nos permitía hablar tranquilamente. Encontré que con este señor no había una grieta que nos separara, sino un interés sincero de su parte en conversar del malestar en nuestro país.
Cuando sale la cuestión de qué hacer en las próximas elecciones, tiró una fórmula a partir de algo que había escuchado, casi como si me preguntara. “Y... podría ser Massa”. Cuando le muestro mis dudas y le hago saber que mi elección sería Cristina, muestra esa vacilación de quienes han sido bombardeados contra el kirchnerismo. Muestra su duda, pero sin decir: si se robaron todo. Sólo eso, hace presente su duda, su resquemor, respetando una elección contraria a la suya… Inicio una clase sintética de historia argentina de los últimos 20 años y dice, como consintiendo mis argumentos que parecía desconocer: “Sí, escuché que podría ser la fórmula Cristina - Massa. Esa fórmula la votaría”. No le demostré en ningún momento mi estupor y mi sorpresa sobre que se estuviera pensando en una fórmula de ese tipo. Pero seguimos hablando porque allí había una conversación. El señor taxista conversaba conmigo desde el lugar de alguien que quiere dilucidar, salir del entuerto de un mal momento en la vida de nuestro país. Era muy diferente a esos que se cierran y explotan con un “prefiero morirme de hambre antes de votar K”. Para nada.
En un momento dice, preocupado: “¿Y qué va a pasar con el FMI? No se puede dejar de pagar”. A lo que le recuerdo lo que les dijo Néstor: “Los muertos no pagan”. Y así, hice un repaso de lo que se hizo y bien en el gobierno K. El tachero escuchaba. Parece mentira, pero el señor escuchaba. Su escucha era la de alguien abierto a recibir alguna contra-información. Porque su desazón, su pesadumbre era real y estaba abierto al mundo, para darse la posibilidad de salir de ella. No se regodeaba neuróticamente en el malestar. Así, hicimos este viaje de 40 minutos en estado de conversación genuina. Decía frente a mis argumentos, “sí, puede ser” o, “es cierto”, frente a mi descripción de cómo el periodismo desinforma y miente. Mi manera de conversar era calma, sin intenciones de convencerlo, ni en plan de proselitismo. Estábamos hablando sobre algo que nos preocupaba a los dos: nuestro país y su futuro. En ningún momento le cuestioné la fórmula Cristina-Massa, porque escuché que, a través de esa fórmula, él había podido hacer entrar a Cristina en su elección, algo que parecía rechazarse de entrada.
Cuando me estoy bajando, hubo allí un instante de pesar en la despedida, porque la conversación había sido grata. Una genuina conversación, donde los dos salimos diferentes de ella. Cuando estoy bajando me dice algo así como “esperemos que nuestro país pueda salir adelante”. Y nos deseamos lo mismo. Salí de ese taxi mucho mejor de cuando entré. Y me quedé pensando. ¿Será eso de lo que se trata de hacer un frente de unión lo más amplio posible?
Leyendo Sinceramente, de Cristina, no pude dejar de relacionar esta anécdota con la que cuenta Cristina respecto de su negativa a asociarse con Duhalde para las elecciones del 2003. Y cómo a Néstor no le fue fácil convencerla. Por suerte, para nosotros, esa alianza impensable en algún momento es la que nos dio la década más feliz de la vida de muchos de nosotros.
Por favor. Que no se lea esta anécdota como una aprobación a ninguna fórmula. No me interesa en absoluto esa cuestión: ni la de las fórmulas ni cuáles son los límites de la exclusión-inclusión en la unidad.
Lo que me enseñó esta conversación es que hay gente que no pertenece a uno u otro lado de la grieta. Gente que está desinformada, “manipulada”, pero que no se aferra neuróticamente a esas manipulaciones y que, cuando puede conversar, puede cambiar de ideas. Así me pasó a mí también.