El tiempo pasa rápido y sin embargo pareciera que estamos cada vez más hundidos en el pasado. Algo más sobre Sábato y los amantes regresivos de la oscuridad en La otra.-radio del domingo pasado, clickeando acá
La segunda parte de La otra.-radio del domingo la dedicamos principalmente a hacer un poco de historia acerca del video Sabato y los amantes regresivos de la oscuridad (ver acá), que hicimos en 1995 en el Taller de Pensamiento Científico del CBC de la UBA, sede Paseo Colón, y que la semana pasada descubrimos accidentalmente que andaba circulando en la web.
El Taller de Pensamiento tuvo una actividad de casi una década y media, pasó por diversas etapas, en algún momento se autonomizó de la materia IPC e incluso del CBC. En nuestro recorrido pasamos por el Centro Cultural Rojas, por la Facultad de Ciencias Sociales y por Puan. Del Taller salió nuestra primera revista -cuando ya estábamos en Puan-, Parte de Guerra y, al disolverse el taller empezó a aparecer La otra.
Es decir: aquel taller del CBC contiene el germen de lo que hoy es La otra. Algunas cosas cambiaron en estos años, por supuesto. Para empezar, el grupo de personas que fueron colaborando en las diversas etapas, así como el clima social en el que trabajamos. El Taller se inició el año de la caída del Muro de Berlín, atravesó todo el menemismo y tuvo su cimbronazo con la crisis de 2001. La otra es nuestra identidad desde 2003 en adelante y ya hemos atravesado la era kirchnerista y este tiempo sombrío del macrismo. En contextos cambiantes y con algunos integrantes actuales que ni siquiera habían nacido cuando el Taller empezó a funcionar, el espíritu que me anima a hacerlo es el mismo.
El pensamiento es una necesidad imperiosa porque, contra las apariencias de hiperconectividad, la información cuantiosa, el ajetreo político y el acelerado desarrollo de las tecnologías de la comunicación, el pensamiento sigue siendo una flor rara en este paisaje. Desde que fundamos el Taller en el 89 siempre tuvimos la certeza de que el pensamiento de ningún modo es una contemplación teórica, sino una de las tareas más hondas, poderosas y liberadoras que el ser humano puede hacer.
El malestar en la cultura es un dato que va reconfigurándose de una época política a la otra: puede llamarse "que se vayan todos" o "la crisis causó dos nuevas muertes"; puede llamarse "la grieta" o "mirá lo que estamos logrando juntos". Pero por más veloz que sea el tiempo y por más que en estas décadas la tecnociencia nos haya mostrado la impresión de una mutación aceleradísima de nuestra cotidianeidad, lo más difícil de correr de la escena ha sido este malestar. El sufrimiento no es un problema psicológico sino político y civilizatorio. Frente a ese fondo asordinado de dolor lo digno es pensar. A pesar de los espectaculares resultados de la eficacia tecnológica, no creo que nadie pueda decir que en el último cuarto de siglo el dolor humano haya registrado una curva descendente. El mundo es ahora incluso más cruel que cuando cayó el Muro. En la escala de una vida humana es imposible, por lo tanto, conservar alguna fe en el progreso. Esta creencia termina volviéndose el opio de los pueblos.
La persistencia del dolor no es de ningún modo un destino. Esto es lo que nos separa de la religión. Lo único que la sociedad de consumo le puede ofrecer al dolor colectivo son productos farmacológicos y promesas incumplidas. En todo esto, la tecnociencia hizo un aporte decisivo.
Redes sociales, viagra, drogas de diseño, anabólicos y botox.
Pero ni la medicalización del dolor ni el diseño tecnológico de las percepciones - proyecto intentado en la era de la postverdad- alivian el sufrimiento masivo; al contrario, estos recursos tecnológicos, frutos de la férrea alianza de las llamadas ciencias "duras" y las "blandas" -que hoy operan articuladamente, como nunca antes en la historia- solo han variado las muecas del dolor sin ser capaces de suprimirlas.
Lo que el progreso tecnológico hace es reemplazar una cara arrugada por el sufrimiento por otra cara entumecida por el botox, hasta perder la elasticidad expresiva del rostro humano. Quizá era esto a lo que se refería Nietzsche "la era del nihilismo", antes de abrazarse al caballo.
Lo que las actuales tecnologías del sarcásticamente llamado "cuidado de sí" están logrando es transformarnos en cyborgs desdichados de rictus payasescos. Pensar sigue siendo la única puerta abierta hacia la libertad. Ojo: no estoy hablando la libertad de pensamiento, uno de los inventos más mentirosos de la modernidad. El pensar nos libera ante todo de la mentira que continuamente se regenera mediante procesos de laboratorio social.
Así es como veo a la distancia el debate que quisimos rozar en el video sobre Sábato y sus adversarios.
No planteó bien el asunto Mariano Grondona cuando preguntó al escritor si eran más importantes los sentimientos o la inteligencia. Es un falso dilema que no puede responderse bien sin impugnar sus términos. Sábato, por ánimo de provocación o por su simpatía con el tardoromanticismo, exageró la capacidad de los sentimientos frente a la razón. Cuando fuimos a consultar al filósofo Juan Samaja, él dijo bien que el sistema económico en el que vivimos es capaz de manipular tanto la razón como los sentimientos. Esa frase es ahora más cierta que cuando Samaja la dijo. Lo que significa que, si hubo algún progreso, fue el de la manipulación tecnológica de nuestra existencia: hoy somos más manipulables que en 1995, cuando hacíamos el video.
Después Sábato tenía razón acerca del deterioro ambiental, del crecimiento de las montañas de basura, de los pesticidas cancerígenos y de la peligrosidad de los líderes del mundo en cuyas manos se entrega ciego el sistema científico. Duele ver ahora esa posición que no sé si atribuir a la ingenuidad o al cinismo con que el divulgador Leonardo Moledo nos aseguró que había sido mucho mejor que los EEUU tuvieran la bomba antes que los nazis y que, al fin y al cabo, solo se tiraron dos bombas en Japón, mientras el arsenal bélico "más complicado" solo se fue acumulando. Que lo dijera un defensor acérrimo del progreso como Moledo, durante años director del suplemento Futuro de Página 12 es una prueba patética de la indigencia del pensamiento progresista.
La pregunta por el sentido del paso del tiempo de la historia, la sospecha acerca de la idea del progreso, son asuntos sobre los que no creo que se haya avanzado un milímetro desde la caída del Muro o desde el momento en que hacíamos el video Sábato y los amantes regresivos de la oscuridad.
Hoy ya no está Klimovsky para decirnos si este mundo le parece mejor que el que él abandonó con promesas de futuro. El tiempo pasa rápido y sin embargo pareciera que estamos cada vez más hundidos en el pasado.
De un poco de todo eso hablamos el domingo en la radio. Clickear acá.