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Se viene el día en tu corazón

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por Willy Villalobos

Estaba dudando si viajar, porque iba solo, por el costo y la vagancia de arrancar y tomarme el bondi para hacer 300 kilómetros para verla en vivo. Por suerte el amor es más fuerte que la comodidad, así que fui a Retiro y subí al Chevallier rumbo a la ciudad de Litto, de Fito y de tantos.

Sol y esperanza, un día que daba para entusiasmarse.

Llegué a la terminal y manguié una tarjeta para viajar en el 115. Ya en el bondi se vendían camisetas de las nuestras.

El centro estaba repleto de autos y de compañeros, bajé del colectivo y lo primero que vi fue una pintada que decía "Cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón". El Indio me dio la bienvenida, seguíamos bien.


"Lo que pasa es que les dan licencia gremial" le dice una señora a su amiga, impresionada porque los peronchos no paraban de inundar las calles.

Me metí en un bar a comer un Carlitos con una coca y al salir ya se escuchaban los bombos. En la esquina del boliche me encuentro con otra pintada que explica un punto de vista sobre la seguridad que no es el que cuentan los medios de incomunicación. "Seguridad es incluir a los pibes" dice y está firmada por "Rosario, Latinoamérica".


Veo el Monumento a la Bandera, imponente. Miles de personas esperando al ladito del río Paraná. Ya está, ya llegué, soy uno más entre miles de compañeros.

Alberto y los gobernadores estaban firmando un pacto de gobernabilidad en la Facultad de Derecho, así que había que esperar un rato largo, los vendedores de chori y banderas encantados.

Recorro, veo a la gente inquieta, las consignas se repiten y siguen llegando grupos que ocupan lugares en el parque, mientras se hace la tarde.

Para hacer tiempo fui a tomar una coca a un puesto que se llama Encuentro, me senté en un banquito a mirar el panorama y vi que llegaba un pibe con una guitarra. Me llamó la atención una frase que llevaba pintada en la guitarra. "Siempre que hay dolor habrá canciones" decía la viola. El pibe se arrima a un grupete que estaba tomando birra detrás de mí, se reían mucho, pide permiso y arranca a cantar. 

Los pibes allá en la esquina 
están como dibujados
no les pagan su pecado
no les tocó religión... 


La guitarra frotaba mi espalda y yo quedo conmovido, porque encontrarme con un Príncipe cantando "Cómo que no", canción con la que empieza La Cocina, la película que hicimos con El Príncipe, Gabriel Flain y Martín Farina, era lo que menos esperaba.

Terminó la canción, se tomó un trago de birra, lo convidaron con un finito, me miró y me mangueó 20 pesitos para la birra. Le dije que tenía algo mejor y le di la película. Ahí flasheó él. Hablamos de Gustavo y me dijo que fuéramos a tomar birras. Le dije que no, que quería escucharla a Cristina, estoy seguro de que Gustavo se hubiera ido con él, quizás se fue, ¿cómo que no?

Menos mal que decidí ir a Rosario.

Otra espera y salieron a la cancha los protagonistas.


Primero los gobernadores, la ovación fue para "el Asel", como le dicen los pibes, y luego Cristina y Alberto.


La fiesta estaba en lo más alto y Cristina arrancó en el medio de ovaciones y muestras de amor parecidas a las que Charly estaba recibiendo en ese mismo instante en el Luna.

En ese momento éramos muchos y el silencio que ella generó al empezar a hablar era conmovedor. Siempre me sorprendió el respeto de los compañeros que ya saben que ella va a decir algo importante, inesperado.


Me dediqué a escucharla y a mirar las caras. Me gusta irme hacia adelante y volver mirando a esas personas que saben que ella fue y es la garantía de que ese último acto coronaba una unidad impensable en el 2015. Ella les acaricia el alma, los hace reír y llorar al mismo tiempo y, más que nada, confirma que hay una posibilidad de cambiar todo este desastre.

Lo que más me pegó de su discurso fue la idea de que los dirigentes comen y duermen en sus casas mientras los grasitas están dejando de morfar, durmiendo en la calle y los veteranos no pueden comprar sus remedios. O sea, que los que se equivocan no pagan las consecuencias.

Ahí pensé, y lo anoté en la libreta, que ser peroncho tiene sentido cuando uno pone el esfuerzo para mejorar las condiciones de vida de esos, de aquellos a los que castigan estos mierdas.

Lo demás es chamuyo para la tribuna.

Alberto cada vez mejor, consolidando la consigna "Se siente, se siente, Alberto presidente".


Y me fui con la gente caminando y cantando. Era una ciudad tomada por los que quieren volver a ser felices. Para colmo nos cruzamos con el coche que llevaba a Alberto, lo que provocó que se bancara unos minutos de afecto y canciones.

Caminando para la terminal encontré a María, una santafecina que me dijo que había venido por amor a Cristina. Compartimos un taxi y al llegar a la estación comimos una milanga y emprendimos el retorno.


"Misión Cumplida" pensé al sentarme en el bondi. Misión Cumplida para mí y para todos aquellos que reconstruyeron con esfuerzo durante estos años escandalosos, la herramienta que nos puede llevar a la victoria.


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