La otra.-radio del domingo pasado para escuchar clickeando acá
Siempre hay un momento en las películas de Tarantino en el que las cosas se ponen fuleras y eso es lo que a muchos nos gusta cuando vamos a verlas: ver cómo se las arregla para llegar a ese punto sin que suene a un truco ya gastado y que la liebre salte por donde menos se la espera. En las últimas películas, además de toda la trivia pop a la que apeló en el primer tramo de su obra, Tarantino supo agregar un elemento nuevo que planteó problemas a sus fans de la primera hora. Introdujo huellas de la historia y las desformó de modo problemático, lejos de esas convenciones de las películas "basadas en hechos reales", con una libertad que incomoda tanto a los serios como a los divertidos.
Cuando en medio de la nieve aparece un personaje que porta una carta de Abraham Lincoln, cuando el propio Hitler va al estreno parisino de El orgullo de una nación -una película tan chauvinista y racista como las que se le celebran a Griffitth en el cine norteamericano-, cuando Polansky deja a Sharon Tate en su mansión y por ahí andan rondando unos hippies desbordados, uno se pregunta hasta dónde va a llegar el cineasta para producir una torsión ficcional de la historia conocida. Sabemos que en algún punto esto se va a poner fulero pero no sabemos cuándo ni cómo.
Siempre hay un momento en las películas de Tarantino en el que las cosas se ponen fuleras y eso es lo que a muchos nos gusta cuando vamos a verlas: ver cómo se las arregla para llegar a ese punto sin que suene a un truco ya gastado y que la liebre salte por donde menos se la espera. En las últimas películas, además de toda la trivia pop a la que apeló en el primer tramo de su obra, Tarantino supo agregar un elemento nuevo que planteó problemas a sus fans de la primera hora. Introdujo huellas de la historia y las desformó de modo problemático, lejos de esas convenciones de las películas "basadas en hechos reales", con una libertad que incomoda tanto a los serios como a los divertidos.
Cuando en medio de la nieve aparece un personaje que porta una carta de Abraham Lincoln, cuando el propio Hitler va al estreno parisino de El orgullo de una nación -una película tan chauvinista y racista como las que se le celebran a Griffitth en el cine norteamericano-, cuando Polansky deja a Sharon Tate en su mansión y por ahí andan rondando unos hippies desbordados, uno se pregunta hasta dónde va a llegar el cineasta para producir una torsión ficcional de la historia conocida. Sabemos que en algún punto esto se va a poner fulero pero no sabemos cuándo ni cómo.
A veces Argentina se parece en su frenética coyuntura a las películas de Tarantino. Por ejemplo, al macrismo no le alcanzó todo su maneje cibersocial para evitar una estruendosa derrota en las urnas hace un par de semanas, por más que tenía sus espaldas cuidadas por los malos más grandotes y dañinos. Pero como Tarantino, Marquitos Peña quiso permitirse producir una selfie de la pareja presidencial en el balcón, con un montón de extras psiquiátricos de fondo en Plaza de Mayo, para reescribir el escenario de la derrota y sustituirlo por una algarabía triunfal. Se comportan como si hubieran ganado y están de salida. Peña y macri hacen continuos inserts para ficcionalizar no ya la historia pasada sino el duro presente. Igual que en Tarantino, esto no significa que las cosas terminen bien. Siempre hay un momento en Argentina en el que las cosas se ponen fuleras.
El intento de entrampar a Alberto F. para que él se haga cargo del ajuste al que el macrismo y el FMI nos condujeron está a la vista de todos. Supongo que los Fernández aprendieron alguna lección de cómo terminó un intento similar con Dilma en Brasil. Si nosotros lo vemos, seguro que Cristina, que mostró ser una lectora atenta de los procesos de los gobiernos populares de esta región, ya lo vio. La propuesta que le hizo a Alberto para conformar una fórmula en la que él fuera el candidato a presidente y ella a vice parece haberla decidido después de analizar el callejón sin salida en el que se metió el PT en el país que terminó gobernando el payaso asesino de Bolsonaro.
Alberto tampoco parece ningún tonto, sabe con quiénes se las tiene que ver y también tiene presente quiénes acudimos a votarlo. Alberto debe saber perfectamente que llega con nuestros votos y no tiene margen para pegar la voltereta que pegó Dilma, por la cual el PT minó su base social y terminó como sabemos. Su alianza política con Cristina constituye la novedad que pegó un cimbronazo estratégico no solo en el país sino en la región, un giro dramático de a esos que a Tarantino le gustan. Muchos quedaron estupefactos por la iniciativa que dejó a macri en el estado de brote en el que hoy se halla. Hasta el FMI se da cuenta de que con este hombre no queda mucho por hacer. Hasta Durán Barba recalcula.
Parece que el macrismo tambaleante y el establishment que siempre sobrevive están tratando de reacomodarse ante estas nuevas relaciones de fuerza cuyo poder emana de las urnas. Quieren todavía reescribir el final de la película. Estamos en el medio de una de Tarantino, cuando las cosas aún no se pusieron del todo fuleras, pero sabemos que en algún momento va a pasar.
En el programa del domingo de La otra.-radio hablamos... ¿de cine o de política?
Escúchenlo acá. Participaron además dos integrantes del grupo editor de la revista de cine Pulsión: Agustín Lostra y Pablo Ceccarelli. Pero eso merece un post aparte.