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King Crimson en Buenos Aires: capaz que sí

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No me caben dudas acerca de que King Crimson es una de las mejores flores que dio el jardín del rock en su vida ya longeva. Se están cumpliendo 50 años desde la salida del primer disco de Crimson y Robert Fripp lo celebra con una gira mundial que ayer y hoy está pasando por el estadio Luna Park de Buenos Aires.

Esta es una ciudad que alberga un núcleo duro de crimsonmaníacos. Nuestro romance con Crimson consta ya de dos hitos: hace 25 años Fripp pasó por el teatro Broadway con el doble trío (dos guitarras, dos baterías, dos bajos) en una noche que nos voló la cabeza. Exactamente 25 años después, Crimson vuelve y se encuentra con muchos de aquellos fans de los 90 y una nueva generación de seguidores extasiados. Por lo que se vio entre el público de anoche, en muchos casos se trata de padres que le pasaron la crimsonmanía a sus hijos. Creo, por declaraciones periodísticas que hizo más de una vez, que Fripp recuerda tanto aquel encuentro en Buenos Aires como nosotros. Dos visitas en 50 años no son muchas, pero sí suficientes si se da la intensidad con que se produjeron estos encuentros. Si la perfomance del doble trío de los 90 fue arrasadora, la respuesta fervorosa del público estuvo a la altura. Anoche podía sentirse en el aire del Luna que Crimson es aquí pasión de multitudes y que ocupa un lugar eminente en el sistema nervioso porteño. Contra los lugares comunes que circulan entre los detractores (sordos), Crimson provoca en vivo una intensidad que conjuga precisión y calentura, potencia y belleza.

Fripp es el único integrante original de la banda que sigue a lo largo de medio siglo. A juzgar por lo escuchado anoche, es el portador de ese nombre con toda justicia. Por Crimson pasaron una veintena de músicos, la mayoría de ellos muy buenos, algunos ya muertos. Otros se subieron y se bajaron en distintos tramos del viaje. Pero es indudable que Fripp es el que tiene la fórmula y sabe ponerla a funcionar a lo largo de décadas, con distintos compañeros. Si ahora falta Adrian Belew (que puso lo suyo en las versiones 80 y 90 de la banda), en cambio sí están tres históricos crimsonianos: nada menos que el saxofonista Mel Collins (que ya tocaba en el segundo disco de 1970),el stickista Tony Levin (que se integró al viaje en los 80) y Pat Mastelotto (baterista desde los 90). Junto a ellos, completan el actual septeto otros dos bateristas: (¡sí! ¡Crimson suena ahora con tres bateros, alíneados al frente del escenario!) Gavin Harrison y Jeremy Stacey, que protagonizan varios tramos alucinantes del show; y el guitarrista y cantante Jakko Jakszyk (con un timbre vocal más parecido al de John Wetton que al de Belew). 


¿Qué es King Crimson, entonces? ¿Una banda mutante que responde al rigor creativo de Fripp? Puede ser. Pero el sonido que desde hace tantos años nos viene extasiando era anoche fácilmente reconocible. King Crimson está acá y en ningún otro lado. Con el desarrollo de la tecnología de audio producido en estos 50 años, puede decirse que lo que vislumbrábamos con regocijo en aquellos viejos casetes con soplido de cinta suena hoy con una potencia y definición insuperables. Si a comienzos de los 70 el Rey Escarlata le cantaba al hombre esquizoide del siglo xxi, hoy esta música suena actual.

La pregunta es: ¿hay otra banda en la tierra que pueda sonar como Crimson? Para mí, que vi unas cuantas, no la hay. Existen motivos para el desconcierto: arriba del escenario estos señores ya mayores se desenvuelven con circunspección, pero la música que emanan ante el azoramiento de los testigos es furibunda y a la vez concisa. El concepto Crimson consiste en un rango de ampio sonidos, con pasajes de limpidez baladística etérea y otros de una fiereza que deja a cualquier banda de hard rock como aspirantes blandenges. En sus picos, los señores de Crimson pueden sonar como los más duros entre los duros. El tipo de belleza al que apuntan pasa por el filtro de la deformidad. Se dijo y se repite que son exponentes del rock progresivo (desgracia de las etiquetas). Yo digo que hacen funk expresionista, que sus riffs endemoniados dejan colar ráfagas de free jazz, que por ahí flotan los fantasmas de Hendrix y de Coltrane, que los primeros 70 se justificarían por darnos a Crimson y a Zeppelin. Que después de los Beatles, ninguna otra banda expandió los límites del rock como Crimson lo hizo.

La música de Crimson no es difícil. Tiene algo primitivo en sus cuelgues obsesivos y algo inaprensible por su lirismo, pero para oídos desprejuiciados las dos horas y media que tocan son de goce puro. Quizás lo que impide que muchos entiendan la ductilidad para moverse entre la dulzura y la violencia que Crimson exhibe, su alternancia entre los silencios bruscos y los fortísimos, la rapidez sobrehumana que se frena de repente y se elonga en una monstruosidad tímbrica, sea la seriedad de los tipos arriba del escenario, su concentración. Por momentos parece no haber correspondencia entre el equilibrio escénico que muestran y el caos sonoro que emiten. Son tiempos en los que domina el histrionismo teatral, de una violencia más representada que efectiva. La música de Crimson invita a ser escuchada incluso con los ojos cerrados.

El repertorio que tocaron anoche difiere bastante del que escuchamos en los 90. En aquella ocasión, predominaba la forma que Crimson había configurado en los 80. Hoy la mayoría de lo temas sale de la primera etapa: "Red", "Larks Tongues in Aspic", "Starless", "The Court of the Crimson King" y "21st Century Schizod Man", entre otros. ¿Qué le falta a King Crimson para ser reconocidos como los mejores? Quizás un frontman carismático. Pero parece que ellos no lo tienen ni les importa. Entonces son la más celebrada banda de culto del mundo. Alguien dijo por ahí que fuimos al mejor concierto del siglo xxi. Capaz que es así nomás.



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