El problema con las películas que obtienen consensos aplastantes es que inducen un clima de admiración obligatoria. Cualquier mirada crítica es recibida como una falta de respeto. Es lo que por estos días pasa con Guasón (Joker, Todd Phillips) en Buenos Aires. No sé cómo será en otras ciudades, pero si en Buenos Aires hoy decís que Guasón no es tan buena, te miran como a un hijo de puta. Es decir: partamos de la base de que es una obra maestra, que Joaquin Phoenix es no solo el mejor guasón que hubo, sino el mejor actor que haya existido por siempre jamás. Ganó el Festival de Venecia con un jurado presidido por la respetada Lucrecia Martel, quien además destacó el gesto de valor que implica filmar una película así en el corazón mismo del mainstream. ¿Vas a ir contra Warner, contra Venecia, contra Lucrecia? ¿Tas loco? Entonces todo comentario debe partir de esa evidencia asentada, tratar de remontar la cuesta y argumentar por qué no es tan excelente como todos dicen, con el ruido de todas las medallitas que ya le colgaron.
Y bueno: yo soy el hijo de puta a quien Guasón no le parece una obra maestra. Es más, los gestos aniñados de Joaquin Phoenix, la risa por la que estuvo ensayando siete meses, la historia clínica del personaje que encarna, la patología convertida en síntoma de una disfunción social, todo eso me resulta de una obviedad empalagosa. Phoenix compone el tipo de actuación que hace salir al público comentando "¡qué bien que actúa Joaquin!", un payaso triste y loco, asesino con explicación, parido desde las entrañas del Actors Studio. Un prodigio observacional, un laburo esmerado, que vale cada dolar que Joaquin Phoenix cobró por mover los 2963 músculos de su cara y encorvar su cuerpo magro para darnos lástima. Lo que es decisivo: este Guasón es una víctima: de su madre loca, del magnate para el que la madre trabajó, del abuso sexual, del bullying, de la violencia callejera y del recorte de ayuda social por parte del estado, lo que en este momento puede ser leído como un alegato contra el neoliberalismo, contra Bush, contra los magnates o contra toda la sociedad, si me apuran y me termino de indignar.
El problema es que semejante imposición del punto de vista es formalmente violento. La película subraya su gravedad con acordes graves. Una vez que nos convenció de que el sustento social es serio y que no estamos ante un simple entretenimiento, se permite un giro irónico que llega un poco retardado, con la coreografía en las escalinatas con música de Frank Sinatra. Un tipo de extorsión sentimental al que sabía apelar Stanley Kubrick, un antecedente mucho más relevante de la política de autor de Todd Phillips que Martin Scorsese, el cineasta al que todo el mundo refiere, empezando por el propio Phillips.
¿Es Guasón, más que un reboot de Batman, una reversión, una reprise, una recreación del universo de Taxi Driver o El Rey de la Comedia? ¡Cómo no lo sería, si está Robert De Niro haciendo el papel que en El Rey de la Comedia hacía Jerry Lewis! Bueno, no. La torsión de perspectiva que lograban Scorsese/ De Niro en las dos películas mencionadas es todo lo alejado que pueda concebirse del tipo de conmiseración que promueven Phillips/ Phoenix. Guasón es la génesis verosimilista, de raigambre social, del Joker de DC Comics. Phillips se encarga de enseñarnos con tesón didáctico que Arthur Fleck, el pobre chico que fue maltratado toda su vida por todo el mundo, deviene en el Guasón a causa de las condiciones sociales. Víctima del bullying, del abuso sexual infantil, maltratado por la burocracia estatal, castigado por los pibes de la calle, último orejón del tarro. Cuando el tipo se harta de tanta violencia, pum, nos ofrenda un chorro de sangre catártica, pero así tan solo nos recuerda a todos lo malos que hemos estado siendo. Nos tiene que remorder la conciencia.
De aquellas películas de Scorsese/De Niro se podrán decir muchas cosas, pero nunca atribuirles este tipo de chantaje moral. No hay énfasis ni didactismos en el punto de vista que construyeron Scorsese y De Niro, freaks de identificación imposible. La inestabilidad formal -y por eso política- de Taxi Driver y El rey de la comedia es el resultado del devenir alucinación de las perspectivas de esos relatos. Un relato clásico prepara un lugar para que el espectador se acomode a ver el mundo, para comprender el peso de los valores en juego y elegir el Bien. Pero en Taxi Driver y El rey de la comedia esto es imposible, porque lo que se pone en vilo es la visión y la audición misma de la realidad, es decir, el ser del cine. Cada escena está sacudida por la vacilación del verosímil, que no para de temblar, como si el punto de vista estuviera contagiado por un impulso malsano, una tentación. Es decir: Scorsese y De Niro se metían en el núcleo mismo de la maquinaria cinematográfica y la infectaban, la ponían en estado paranoico. No construían la genealogía de sus psycho-killers mirándolos desde afuera, con psicodiagnósticos explicados: lo que verdaderamente enloquecían eran las películas. Por eso, ahí todo énfasis sería improcedente: cada tránsito de la narración está corroído por la inseguridad. Es todo lo contrario de lo que hace Phillps en Guasón, que solo se vale de aquellas películas como pretextos argumentales, sin nunca dejar de explicarnos lo que hay que sentir ante cada acción y reacción de los personajes. Cuando un sistema es malo, las víctimas se envilecen, ¿no lo sabías?
La idea de Phillips es magnífica en términos de declaración: la sociedad norteamericana está envilecida. ¡Habla de Trump! Lástima que al situar el relato en un momento histórico impreciso, quizás los años setenta, tal vez los cuarenta, o tan solo el presente mítico y circular del comic, que siempre está retornando, la denuncia diluye su especificidad. La indeterminación histórica es un rasgo que propicia el universo del comic, que transcurre en un tiempo primordial que no tiene un anclaje histórico concreto. Y en esto también es muy diferente a Scorsese en Taxi Driver y El Rey de la Comedia, películas históricamente arraigadas a su propio presente. Cuando al final de Guasón vemos que los padres del Bruce Wayne son asesinados a la salida del teatro, se lleva a cabo una irrealización de la historia: comienza la leyenda, volvemos a subirnos al loop temporal de Ciudad Gótica. Sabemos que después viene Batman a oponerse al Guasón, como sucede en cada precuela. No sé si Guasón da el perfil para el Oscar, porque la Academia premia personajes más edificantes, pero si la taquilla anda bien, vayámonos preparando para Guasón 2.