Viví unos cuantos 17 de octubre pero ahora no me acuerdo otro que haya resultado más lindo que este.
Mis fechas favoritas siempre fueron otras, el 17 merecía mis respetos y un reconocimiento racional del origen que ya estaba antes de que yo llegara.
Las fechas que el tiempo dejó marcadas en mí eran otras: un 11 de noviembre de 1977, un 2 de abril del 82, un 23 de noviembre del 86, un 6 de abril del 92, el 20 y 21 de diciembre de 2001, el 25 de mayo de 2003, el 16 de julio de 2008, todo el invierno y la primavera de 2010, el 9 de diciembre de 2015. Y el 16 de enero de 2016, cuando se llevaron presa a Milagro y supe que habíamos caído al abismo oscuro del ceofascismo.
El 17 de octubre, por cuestiones puramente vitales, para mí había sido siempre una efemérides.
Cuando en la calle escuchaba una voz que llamaba ¡eh, peronista!, yo no me daba vuelta.
Las identidades son siempre siempre problemáticas. Nunca es posible decirles adiós del todo, nunca nos abarcan totalmente. A veces una identidad puede llegar a sofocarnos. Pero no tener identidad es vivir en la desdicha.
Yo nunca fui peronista, aunque siempre lo fui.
Hubo algo este 17 de octubre que, viniendo del pasado, de hace 74 años, me estaba esperando ayer a la tarde para invitarme a salir cuando termine la primavera. Voy a salir. Ayer la tarde estuvo hermosa en La Pampa y aunque yo no estaba ahí, la vi después, a la madrugada. Me hice peronista del todo.
Es decir: entendí algo que lleva tiempo. Lo más terrible se aprende enseguida, lo hermoso nos lleva la vida.
Por estos días no estoy escribiendo casi nada de política en el blog, porque desde el 11 de agosto no pasa casi nada. Pasamos por una zona chicle del año, un ínterin, con acento en la primera í. Hay que llegar al 27, cuando vamos a empezar lo que ya llega. Mientras tanto, todos los días más o menos lo mismo, una ofensa cada día de estas lacras que tomaron el estado contra nosotros. Nos obligaron a presenciarlos, a escucharlos, el tedio de su estupidez, la crueldad de su ignorancia, su desdén por la vida. Casa día nos estuvimos despertando con un nuevo agravio de estos tipos tan rústicos, tan desalmados, tan secos. Cada día va a ser así hasta que se vayan. Y van a querer pudrirla desde el instante mismo en que se vayan. Como dice Alberto, la piedra son ellos.
Pero este 17 me hizo acordar que la vida es otra cosa. No somos solamente los que estamos contra ellos. Lo que nos hace fuertes es estar entre nosotros. El pueblo no nos falta. Ayer a la tarde en La Pampa el pueblo no faltaba.
Este 17 pasó algo que no hubiera sido posible sin el peronismo. Sin nuestra capacidad de resistir, nuestra paciencia y nuestra astucia, es decir, con nuestro amor. Y lo que pasó ayer en La Pampa tampoco sería posible sin la inteligencia de Cristina, una compañera que nos enorgullece. Lo que se veía arriba del escenario, en las pantallas laterales, desde abajo, en el llano, a cielo abierto en La Pampa cuando se abrieron las nubes y salió el sol para rebotar su luz en el río, la luz más bonita de una tarde que yo me acuerde en el medio de La Pampa, es un empuje colectivo, que viene de antes y que nos va a sobrevivir. Tiene mucho altruismo, de necesidad del otro y de la otra. De Alberto, de Verna y de Cristina. Qué bien que estuvo el viejo Verna. En su cuerpo frágil vi el peronismo.
No pasó casi nada después de la memorable sacudida de las urnas del 11 de agosto, en espera de una más grande sacudida del 27 próximo, para sacudirnos de una vez a esta gente rústica. Ellos van a seguir entre nosotros, tratando de meternos miedo, de invocar a la muerte, que es la manera que ellos tienen de entender la vida en la polis: miedo y muerte.
Pero si miran con atención el video del acto de ayer a la tarde en La Pampa, van a ver cientos, miles de signos de vida. Va a ser difícil cuidarnos unos a otros, nos dejan muchos niños dañados, muchas casas rotas. Pero básicamente estamos llenos de ganas de cuidarnos los unos a los otros.