Hoy en el Borges
Hay algo indignante en el hecho de conducir por senderos errados a un caminante que se encuentra indeciso con respecto al camino a seguir y abandonarlo a su errancia.
Ahora bien, ¿qué es esto comparado con el hecho de llevar a una persona a errar en sí misma?
El errante tiene al menos el consuelo de que el paraje cambia sin cesar a su alrededor y con cada cambio nace la esperanza de dar con una escapatoria.
El que yerra en sí mismo no dispone de un territorio tan grande para moverse y en seguida advierte que hay una órbita de la que no puede salir.
No puedo imaginarme nada más agobiante que una cabeza intrigante que pierde el hilo y que ve cómo toda su perspicacia se vuelve en contra suya al despertársele la escrupulosidad; para alguien así se trata entonces de salvar el embrollo.
De nada sirve que su zorrera tenga muchas salidas, pues en el preciso instante en que su angustiada alma cree ver ya la penetrante luz del día, resulta que se trata de una entrada, y así, cual espantada bestia salvaje y perseguida por la desesperación, busca sin cesar una salida y encuentra sin cesar una entrada para dirigirse de nuevo a sí mismo.
Johannes
No te llamo... mío. Comprendo perfectamente que jamás lo fuiste y por eso me siento castigada con tanta dureza por haberme aferrado a esa idea, como a mi única alegría. Pero te llamo mío, mi seductor, mí embaucador, mí enemigo, origen de mi desventura, tumba de mi dicha, abismo de mi desdicha. Te llamo mío y me considero tuya: y todas estas palabras que antes acariciaban tus sentidos arrodillados delante de mí en adoración, han de sonar como una maldición para ti, una maldición para toda la eternidad. Pero, ¡no debes alegrarte por esto, no imagines que, persiguiéndote en vano o tal vez armando mi mano con un puñal, deseo provocar tu burla! Vayas donde vayas, seguiré siendo tuya, siempre a pesar de todo; aunque te retires a los confines del mundo, seré tuya; aunque ames, por centenares a otras mujeres, será tuya, tuya hasta la muerte. El mismo lenguaje que contra ti empleo demuestra que lo soy. Te atreviste a una gran villanía seduciéndome a mí, a un pobre ser, hasta el punto de que para mí lo eras todo, la plenitud, y yo no deseaba ningún otro gozo que ser tu esclava. Sí, soy tuya, tuya, tuya: soy tu maldición.
Tu Cordelia
Johannes:
Hubo un hombre muy rico, que poseía una gran cantidad de ovejas y de ganado, y una muchacha muy pobre que tan sólo tenía una ovejita, y con ella comía su pan y bebía de su taza. Tú eres ese rico, rico de todos los tesoros del mundo; y yo, pobre criatura, no tenía más que mi amor. Y tú me lo quitaste, para gozarlo; pero luego, cuando te sonrieron otros placeres, les sacrificaste lo poco que yo tenía, sin querer sacrificar nada de tu parte. Hubo un hombre muy rico que poseía una gran cantidad de ovejas y de ganado, y una pobre muchacha que solamente tenía su amor.
Tu Cordelia.
Johannes:
¿Es inútil toda esperanza? ¿No volverá jamás a despertarse tu amor? Sé muy bien que me amaste, aunque ignoro de dónde me viene esa certeza. Deseo esperar, aunque el tiempo me resulte muy largo: esperar; esperar hasta que no tengas deseo de amar a otra mujer en el mundo... Y si de esa tumba resurge entonces el amor, tu amor, te amaré siempre como antes, Johannes, ¡como antes! ¡Johannes!, ¿cómo puede tu verdadero ánimo tener conmigo tan despiadada frialdad? ¿Es que solamente fueron intimo engaño tu amor y tu rico corazón? ¡Vuelve pronto a ser tú mismo! ¡Sé paciente con mi amor, perdóname si no puedo dejar de quererte! Aunque mi amor sea un peso para ti, ¡llegará, sin embargo, el momento en que volverás a tu Cordelia! ¿Acaso oyes esa palabra suplicante, tu Cordelia, tu Cordelia?
Tu Cordelia.
(Søren Kierkegaard, "Diario de un seductor", O lo uno o lo otro, Vol. 1)