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Quienes dicen "Mi gobierno tiene presos políticos" ¿se dan cuenta de que Alberto y Cristina ganaron el Ejecutivo y no la suma del poder público?

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Me despierto con un mensaje en wassap de un amigo que me dice que esta noticia le cayó como una patada en el hígado:

El presidente Alberto Fernández participará del “Foro Internacional de Líderes en Conmemoración del Día Internacional de Recordación del Holocausto y la Lucha contra el Antisemitismo” que se realizará en el Museo de Yad Vashem en la ciudad de Jerusalén el 23 de enero.
La comunicación oficial del destino del primer viaje presidencial al exterior fue realizada por el secretario General de Presidencia, Julio Vitobello, a la embajadora de Israel en Argentina, Galit Ronen.
Prensa Presidencia de la Nación/

Por otro lado leo en facebook posteos de indignados porque "nuestro gobierno tiene presos políticos". Estas expresiones en diverso tono de indignación provienen de sectores comprometidos con el proyecto que resistió al macrismo durante sus cuatro años irrespirables e incluso antes: existen en modo "los que estamos de este lado de la grieta" desde que se produjo en 2008 el conflicto con las patronales agrarias. Yo podría ser uno de ellos, porque durante un largo tramo del camino hubo que agruparse y resistir las humillaciones, los agravios, la destrucción sistemática y gozosa de la dignidad humana, de negación de la empatía que el macrismo practicó.

Sin embargo, yo ya no puedo compartir este modo grieta, el resistiendo con aguante para el que nos habíamos acomodado, ahora que las cosas cambiaron tan drásticamente como no podíamos imaginar hace apenas un año. Me da la impresión de que muchos no registraron el cambio y asumen el modo grieta y el resistir con aguante como una forma definitiva de vida. Si puteaban a macri porque destruía los lazos sociales con un goce perverso, si vivían este agravio con indignación, hay muchos que creen que la indignación ya se fijó como una condición política inalterable para toda circunstancia. Si durante un período necesitamos putear ante tanta canallada como la que se practicó, algunos quedaron fijados a la puteada como identidad política: así, seríamos para siempre los #MMLPQTP. Si la grieta fue un significante que en determinado momento hizo falta para demarcar un territorio y expulsar lo insoportable, hay quienes terminaron creyendo que ahondar la grieta es hacerse fuertes. No se les ocurrió que cuando la dureza se vuelve rígida no es un signo de fuerza sino de debilidad.

Entiendo que la derecha neoliberal, recientemente derrotada en las urnas a pesar de su formidable aparato propagandístico -colonizador de subjetividades- y represivo -asesino o encarcelador de cuerpos-, en determinado momento decidió que ahondar la grieta era su negocio. Exacerbar las ofensas, instigar al odio, solazarse con el débil, ejercer una pedagogía de la crueldad. Esta instrumentación de la grieta instala un clima de resentimiento, de ofensa, de indignación que necesita de un polo opuesto para ir escalando reactivamente. Me parece que es una estrategia que al menos podemos reconocer en todo el continente. En Venezuela o en Bolivia se produjo con éxito una fractura social que delimita dos campos inconmensurables, una imposibilidad absoluta de tramitar los conflictos de otra manera que no sea la aniquilación del enemigo.

Durán Barba, Marcos Peña, Magnetto, Lanata, por poner nombres entre quienes intentaron diseñar una Argentina a la medida del neoliberalismo predador, advirtieron que resultaba propicio para su proyecto político instaurar la grieta como modo invariable de vivir cotidianamente. Odiar las 24 horas del día: vayan a twitter y vean lo que es eso. La derecha iba confiada hacia las elecciones del año pasado alimentando la grieta en sus expresiones más banales. Hemos leído, incluso escrito: "vos tan Miguel del Sel y yo tan Dady Brieva", o "vos tan Alfredo Casero y yo tan Capusotto". Apelando a las reacciones más primarias, esas que nos hacen saltar como por un reflejo condicionado cuando escuchamos la voz de la Carrió o el balbuceo gangoso de Macri, tal como ellos se retuercen cuando escuchan la voz de Cristina.

Creo que la clave para entender qué pasó en este último año hay que buscarla en la percepción que tuvo Cristina acerca de que la propuesta de la grieta, el odio y la indignación reactiva era lo que la derecha esperaba que hiciéramos. Entonces Cristina hizo una movida en el tiempo preciso, buscando a un compañero de fórmula que desbaratara el mecanismo que nos parecía irresistible.

La configuración súbita del campo político cotidiano se produjo no cuando Cristina pronunció sus discursos más encendidos, ni cuando definió con rigor implacable el carácter dañino del régimen macrista. No cuando elevó la voz, arqueó las cejas y condenó tanta abyección, sino cuando entendió que un gesto de distensión, un espacio por el que dejar pasar un rango de diferencias, una respuesta distinta a la esperada podían desbaratar el escenario de polarización dura que la derecha buscaba. Ese gesto, la ventana abierta, la respuesta distinta fue proponerle a Alberto Fernández que él encabezara la fórmula en la que ella iría como vice.

La reacción ante este leve y repentino cambio de posición nos desconcertó a todos. Alberto no es Cristina. El no puede hacer y decir cosas que ella hace y dice. Y a la inversa: Cristina no puede hacer y decir cosas que Alberto hace y dice. Por ejemplo: Cristina no puede hablar con Magnetto. No puede ni mirar a Macri, ni usar la misma lapicera. Y está perfecto. Pero ella entendió que tenía que secundar a alguien que sí pudiera hacerlo. Lo explicó con todas las palabras: no se trataba solamente ni en primer lugar de ganar las elecciones, de agotarse en un cálculo de ingeniería electoral para sumar dos puntos de acá y tres de allá. Se trataba antes que nada de desbaratar la máquina de guerra que la derecha estaba alimentando con entusiasmo, pensando no solo en ganar sino sobre todo en qué hacer el día después de ganar.

¿Qué hacer con el FMI? ¿Qué hacer con los partidos de la oposición, si ganábamos? ¿Qué hacer con los peronistas que estaban apurados por dejar atrás el kirchnerismo cuanto antes? ¿Qué hacer con los millones que no estaban cautivados por el carisma de Cristina ni por sus cualidades discursivas? ¿Qué hacer con los televidentes que creyeron de buena fe que ella se robó dos PBI o que mandó a matar a Nisman? ¿Qué hacer con los jueces que impusieron de un modo aberrante las prisiones preventivas? ¿Qué hacer que no fuera lo que la derecha necesitaba que hiciéramos, eso que en sus sueños húmedos llamaron "el ministerio de la venganza"?

Las cosas que valoramos en Cristina, las cualidades por las que se convirtió en una líder política capaz de resistir los más duros embates del régimen dispuesto a destruirla servían para mantener un núcleo de militancia intensa muy grande y muy firme. Pero eran insuficientes y a veces inadecuadas para lidiar con el país arruinado que iba a dejar el macrismo.

Hay compañeros de ruta que adoptaron especularmente la figura que la derecha proponía del ministerio de la venganza. La clave para ganarles fue desactivar ese mecansimo que ya se había hecho carne en muchos de nosotros. Por eso Cristina le propuso ser candidato a presidente a un político que no funcionara bien en estos términos tan previsibles e incitantes: venganzas absolutas, resarcimientos inmediatos, miradas fulminantes. Alberto Fernández era de ese otro tipo de dirigentes quizá el mejor. Había sido junto a Néstor y ella el fundador del kirchnerismo, pero también era el que se había bajado del barco cuando el enfrentamiento se hizo tan duro que ya no había lugar para sus capacidades. Cristina desde hace tiempo lo entendió pero solo comunicó a último momento que era necesaria una fórmula en la que cada uno de los integrantes fuera capaz de lo que el otro no. Y entendió que para que esto funcionara bien, su propia fuerza avasallante quedara en segundo lugar y el otro, el que había quedado afuera cuando el conflicto se hizo muy duro, quedara en primer lugar. Esta es la fórmula Alberto Fernández/Cristina Fernández.

Entonces les ganamos. Y ahora llegó el momento de gobernar.

Y algunos compañeros de ruta se quedaron fijados al modo grieta que la derecha reclamaba y todavía reclama. Hace falta esa chispa para encender una pradera por la que se esparce un vapor de kerosén.

Estos compañeros quieren que ya no quede ningún preso. Quieren ver satisfechas todas sus demandas ya.

Una respetada figura de la cultura escribe: "yo pregunto si finalmente vamos a tener una Cinemateca como corresponde por ley".

Me escribe una amiga: "Como si no fuera suficiente la implacable presión externa, internacional y de la oposición a un recién asumido presidente en una situación catastrófica, los de adentro, los que se suponen lo deberían sostener, lo presionan por reivindicaciones varias. Todas legítimas, claro... ¿No se puede sostener una causa y postergar las propias reivindicaciones, por más justas que sean, para después?"

[continuará]

Ilustración: Carmen Cuervo

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