En pocas películas actuales puede percibirse tan claramente el orden patriarcal y su puesta en crisis como en el documental Niña Mamá, de Andrea Testa.
En los últimos años se hizo habitual oír y leer discursos académicos sobre el carácter sistemático del patriarcado como el pilar que sostiene el orden -injusto- establecido. Dicho así, suena universal y abstracto; quizás también a algunos les suene a una exageración antojadiza. Estos estudios, bien intencionados y útiles para desafiar los prejuicios e instalar discusiones en el campo de los saberes instituidos, resienten su eficacia por su carácter teórico, es decir, por su incapacidad para tocar los cuerpos.
El orden patriarcal suena a concepto en boga o a bandera de lucha universal y abstracta, reduccionista e contaminada por la lucha de clases, cuando la fuerza del patriarcado se inscribe precisamente con mayor elocuencia en el cuerpo de las niñas pobres. Esto sería una verdadera paradoja si no reparáramos en que toda forma discursiva cumple un régimen que delimita el rango de lo decible y de lo que se expone en el decir. No es paradójico cuando advertimos que la teoría es una forma de hablar a medida del orden milenario que, si no responde directamente al afianzamiento patriarcal, al menos ha demostrado ser muy compatible con él.
¿Desde dónde hablar? Esto es ¿Cómo no hablar la lengua del amo? ¿De aquel que nos dotó de las palabras y conceptos para poder decirnos y pensarnos? ¿Cómo no hablar la lengua de los hombres, la lengua del colonizador, la lengua de la razón de estado y su consiguiente reclamo de derechos, la lengua del capital? se pregunta Laura Llevadot en su breve ensayo "La violencia que no ves", que sirve de Prólogo al libro de aparición reciente Gloria Anzaldúa: Poscolonialidad de Martha Palacio Avendaño.
La violencia no la llega a ver un hombre o una mujer que desconfían de la sofocante opresión patriarcal cuando se solo se reproduce la lengua del amo. Asimismo, la espectacularización que rige la comunicación televisiva es formalmente violenta, de modo que no puede mostrar la violencia patriarcal sin reproducirla. Un cine artesanal, ni espectacular ni teórico, sino cuidadoso como el que practica Andrea Testa en Niña Mamá ,puede hacernos ver esa violencia que no vemos y que reproduce cotidianamente el orden patriarcal.
El cine tiene la capacidad de registro de los cuerpos y de las formas del habla popular. En Niña Mamá hablan chicas muy jóvenes de los barrios pobres del conurbano bonaerense, apenas salidas de la infancia, algunas de ellas ya madres de varios hijos, a menudo maltratadas por sus parejas o sancionadas por la condena familiar. El moralismo deja de ser una declamación de principios cuando se ven los efectos violentos de la mirada moralista sobre los cuerpos vulnerados.
Testa filma a una serie de chicas que acuden a consultorios de hospitales públicos después de haber sido dañadas por la violencia física del macho y también por la violencia simbólica del moralismo familiar e institucional Y por la voluntad social de no ver que el hilo se corta por lo más delgado. Mujeres, niñas y pobres: el sector más frágil de la población de nuestro sistema neoliberal puede hacernos ver precisamente en su tremenda fragilidad la gran fortaleza de las vidas despojadas.
La mirada de Andrea Testa está mediada por el dispositivo hospitalario: la totalidad del metraje de su película transcurre en consultorios y en todos los casos, frente a las niñas madres, fuera de campo, se deja oír la presencia de jóvenes asistentes sociales, mujeres de una procedencia cercana a la de la propia cineasta y del destinatario más probable de este documental que no se verá en el prime time de la televisión y difícilmente llegue a otras chicas pobres para las que podría resultar una experiencia liberadora. Este encuadre sanitario y estatal puede resultar un obstáculo insalvable para las posiciones que impugnan las biopolíticas estatales como tentáculos del mismo orden patriarcal.
Que las voces de las asistentes funcionan como la conciencia ética y política de la película es innegable. Para que la película se vuelva una experiencia de encuentro con estas experiencias invisibilizadas para el mundo pequeño-burgués, la mediación de las agentes hospitalarias es un factor facilitador. Las niñas pobres acuden al hospital público y se encuentran con mujeres profesionales comprensivas, que son al mismo tiempo pares de género y portadoras de un discurso ya elaborado en el ámbito de las ciencias sociales y el sistema sanitario. Las asistentes que hablan con un lenguaje amoroso y empático practican una disminución de daños. Para los feminismos más radicalizados, esto puede ser un estorbo para reafirmar las impugnaciones más rotundas hacia el sistema. La película de Andrea Testa no se preocupa por complacer ese anhelo impugnador sino que decide obrar como un puente entre sectores diversos.
En la medida en que esta mediación estatal se haga visible y muestre su propia fragilidad, sus límites de eficacia, este obstáculo puede volverse productivo. A pesar de las posiciones más radicalizadas, el hospital público es en Argentina un espacio en disputa que no se debería regalar al sistema opresor.