La columna editorial de La otra.-radio menos pensada, para escuchar clickeando acá
De una emisión a otra de La otra.-radio estamos acostumbrados a comentar cambios drásticos en la política argentina. Esta vez, ese lapso fue cubierto por un cambio a una escala mayor: a escala planetaria. La pandemia del coronavirus, cuyas noticias nos empezaron a llegar hace semanas desde una lejana provincia china, ya se propagó por el mundo entero y llegó también hasta nosotros. A un ritmo tan imprevisible que el domingo a la tarde preparábamos un programa pero las medidas preventivas dispuestas por el gobierno, una necesaria restricción de la circulación por el territorio para tratar de detener la propagación del desastre, nos hicieron modificar los planes y salir con una programación de emergencia. Así parece que nos asomamos al abismo del nuevo siglo.
Uno puede revisar cómo la literatura de anticipación de la diversas épocas proyectó su futuro. Lo más notorio es que los siglos nunca fueron como la humanidad previamente los imaginó. El XVIII se jactó de ser el Siglo de las Luces, pero a la Revolución Francesa le siguió el Terror. La euforia de la Revolución Industrial de la segunda mitad del siglo XIX hizo a los filósofos y literatos positivistas soñar un derrame del bienestar, el progreso indefinido, la racionalización de la organización social, la curación de enfermedades, la aceleración de la productividad. Pero en el siglo XX todas estas expectativas dieron lugar a las guerras más cruentas de la historia, genocidios, campos de concentración, armas nucleares, residuos tóxicos, contaminación ambiental, hacinamiento en las poblaciones urbanas, un cambio climático que puede producir en nuestro hábitat daños irreversibles, concentración de la riqueza, consumismo desenfrenado, creciente desempleo, una desigualdad creciente entre los sectores más ricos y los más pobres de la sociedad y una situación de amenaza social e inseguridad que se instaló como la normalidad contemporánea.
Cierto: algunas enfermedades encontraron su cura, pero la alienación de los trabajos y las costumbres hizo que aparecieran otras que antes no existían. Cierto: los defensores de la idea del progreso indefinido siguen poniendo el alargamiento del promedio de vida como un ejemplo evidente de las ventajas del desarrollo tecnológico. Pero hace pocos meses la propia Christine Lagarde cuando era la autoridad máxima del FMI señaló que uno de los problemas más graves de la economía globalizada es que la longevidad de la vida humana va a volver rápidamente insostenibles los sistemas previsionales. Los viejos son el obstáculo del sistema que los hizo posible.
Aunque se trate de una coincidencia no provocada, ahora aparece el virus que arrasa principlamente con los viejos. Un incoveniente muy oportuno para el orden neoliberal, sin siquiera alentar teorías conspiranoicas.
Lo que de una semana a otra parece muy probable es que esta pandemia global que crece a velocidad inaudita puede resultar el quiebre de la linealidad con que pensábamos el futuro. Quizás recién ahora el siglo XXI esté empezando a mostrar su verdadera cara. ¿Cuánto va a durar esto? ¿Qué consecuencias tendrá en la vida -y la muerte- que nos espera? ¿Cómo se transita semejante crisis, cuando los líderes mundiales tiene el rostro fiero de Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro? ¿Quién o qué va a quedar en pie? ¿Y qué aptitudes serán necesarias para sobrevivir en el mundo que asoma?
Parece un poco rápido para saberlo y puede que no sea como ahora creemos, sino de una manera completamente inesperada. Apenas podemos imaginar cómo estaremos dentro de un mes. ¿Qué podemos saber de lo que nos depara el siglo? ¿Se acuerdan cuando festejamos llegada del nuevo milenio?
Bueno, resulta que ahora ni siquiera nos podemos prever como va a ser el próximo programa de La otra.-radio, mientras los invito a que escuchen la columna editorial de anoche, clickeando acá.