Daniel Johnston / Juana Molina: artistas anómalos - La otra radio.-, nueva época, primer programa, tercera parte (escuchar acá) y cuarto bloque (acá)
Daniel Johnston era un niño con inquietudes artísticas en medio de una familia de pentecostales pirados que temían que el impulso creativo de Danny lo alejara del camino del Señor. Su mamá es una de esas típicas madres californianas que consagran su vida a destrozar sistemáticamente el alma de sus niños. Las conocemos por esas películas documentales independientes sobre familias norteamericanas disfuncionales, pienso en Tarnation, pienso en Capturing the Friedmans, auténticas trituradoras de sus hijos con las mejores intenciones.
Como Daniel dibujaba, hacía canciones y películas caseras en las que satirizaba a su devota madre, ella se preocupó por la salud del nene y empezó a llevarlo a hacer ver por psiquiatras que le diagnosticaron bipolaridad y le recetaron drogas potentes que perturbaron al pibe y minaron su resistencia física. Daniel murió a los 58, con el hígado arruinado por los fármacos que le recetaron y todavía el espíritu de un niño. Ninguno de los ataques pentecostales o neurocientíficas lograron aplacar su inspiración desbordada. Por eso Daniel antes que un enfermo fue un artista al que su familia y el sistema sanitario enfermó.
Cuando era un jovencito trabajaba en un McDonalds, qué ocupación más previsible puede aguardar al hijo de una fanática pentecostal californiana. Grababa sus casetes caseros, los copiaba de a uno, dibujaba el arte de tapa de los casetes y los regalaba a los que le simpatizaban. En los alrededores del McDonalds se hizo popular, tanto que fue ganando admiradores que lo iban a visitar al local y el patrón le permitía que cantara sus canciones en la hamburguesería, hasta que se llenó de gente que no consumía.
De manera extraña su talento anómalo fue irrigándose hasta transformarse en un personaje urbano, un freak, un flaquito disparatado que en sus canciones hablaba de amores no correspondidos, de historias de perdedores y de su obsesión por el demonio, que creía que lo asediaba. Capaz que sí. Cantaba:
Vivo en la ciudad del diablo
No sabía que fuera la ciudad del diablo
Oh, señor, de verdad me bajonea
Estar en la ciudad del diablo
Y que todos mis amigos sean vampiros.
No sabía que fueran vampiros
Y resulta que yo también era un vampiro
En la ciudad del diablo.
En los 80, cuando Lennon había sido asesinado y por el exceso de medicaciones había dejado de ser flaquito pero mantenía su vocecita aniñada, a Daniel se le había puesto en la cabeza que los Beatles aún vivos tendrían que convertirse en su banda de apoyo y que Yoko iría a producir el disco. En verdad, con un poco más de astucia y sin el bombardeo de fármacos al que lo sometieron, podría haber sido un nuevo Bob Dylan. Al final terminó siendo una especie de versión bizarra de Dylan, no una estrella pop que supiera cultivar el misterio, como Bob, sino su lado B, su contracara oscura, rotos los diques de sus demonios, esos que Dylan siempre supo tan bien esquivar. Johnston pareció no esquivar ninguno, los atrajo a todos sobre su propia mente y llegó el punto en que les entregó el control.
Fue sí un artista de culto por eso, de aquellos que empiezan a atraer la atención de pequeñas multitudes calificadas. Fue seguido por artistas prestigiosos. Se hizo amigo de los Sonic Youth, con los que tomó sus primeros ácidos que lo ayudaron a desbarrancar por las escarpadas pendientes de su ánimo. Una noche Kurt Cobain se puso una remera con la ilustración que Daniel había hecho para uno de sus discos de culto y así fue vestido a una entrega de premios de la MTV, lo que hizo que muchos preguntaran de dónde salía ese dibujo y averiguaran cómo conseguir el disco. Por eso fue ascendiendo en fama, sin llegar nunca a establecerse como artista profesional. Daniel era demasiado imprevisible para eso. En medio de sus recitales la emoción lo poseía de tal manera que el rumbo del show se le iba de las manos y la audiencia no sabía si reír, asustarse o apiadarse por lo que pasaba sobre el escenario. Sus fans famosos lo empujaron a grabar un disco con una gran compañía, que fue un fiasco comercial y uno de sus mayores logros artísticos.
Y bien: ni los pentecostales, ni su madre, ni el diablo, ni los fármacos, ni la neurociencia, ni los ácidos pudieron impedir que Daniel dejara por su derrotero una obra artística imponente mientras padecía. Los artistas malditos consiguen admiradores por sus padecimientos y vidas tortuosas y agonía larga y deterioro físico y mental. Al público que venera el éxito le da también un poco de morbo consumir el fracaso. Pero también están sus discos, que pueden escucharse sin saber todos estos detalles.
Daniel antes de morir, ya deteriorado física y mentalmente, pasó por Buenos Aires años antes de morir. Por supuesto, no llenó ningún estadio pero tocó en un pequeño local atestado de gente ansiosa por ver en directo el fenómeno artístico.
Los detalles biográficos y retazos de sus canciones pueden hallarse en la película El Diablo y Daniel Johnston, que no es una gran película pero en su textura rústica y su ambición modesta logra mostrarnos la opresión del ambiente social en que creció Daniel Johnston y se convirtió en un gran artista a pesar del territorio hostil en el que su florcita creció.
El domingo pasado dedicamos la tercera parte de La otra.-radio a conocer un poco más a Daniel Johnston: pueden escucharlo acá.
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El cuarto bloque de La otra.-radio del domingo pasado -nueva época- se lo dedicamos a Juana Molina, desde su reciente actuación por streaming ya en época de cuarentena. Artista en la vanguardia musical mundial desde hace años, fuimos hacia atrás, hacia sus comienzos como actriz cómica que tuvo un éxito quizá no deseado por ella, que siempre quiso hacer música. Su talento cómico era tal que su programa Juana y sus hermanas, que duró solo tres temporadas a comienzo de los años 90, ganó un Martín Fierro y todavía sigue recordándose con regocijo. Y cuando uno va a ver un show de Juana siempre espera que en medio de sus hermosas canciones aparezca alguna de sus hermanas y todo se disparate. Por eso, al final del programa del domingo pasado escuchamos un fragmento particularmente lindo: haciendo el personaje de la modelo tonta, Marcela Balsam, inspirado en una modelo muy conocida en esos años, es conductora de un programa en el que ella nunca sabe qué pasa ni quién la visita: por eso confunde a Mercedes Sosa con Patricia Sosa. La Negra va junto a su "hermano del alma", Horacio Molina, que la va a acompañar en guitarra, y la modelo tonta no logra discernir cómo es que los hermanos invitados son pareja y a la vez hermanos. En medio de tanto desconcierto, la Negra y Horacio hacen una hermosísima versión de "Cuando tú no estás", de Carlos Gardel. Este fragmento del programa lo pueden escuchar clickeando acá.
La otra.-radio en tiempos de cuarentena no para, pero nos vimos obligados a innovar por primera vez en nuestro formato, que compone una serie de retazos emitidos desde diversos puntos del planeta. Este programa es el primer ensayo de esta nueva forma, que vamos a continuar probando en las próximas semanas, haciendo de estos obstáculos impensados un estímulo para obligarnos a innovar. Esta noche la seguimos. Mientras esperan, pueden escuchar la primera parte (acá) y la segunda (acá). Nos hablamos hoy a las doce de la noche con otra emisión de esta nueva época de La otra.-radio.