El cineasta, ensayista y poeta César González hace Tierra en trance todos los martes a las 20 hs. en Radio Provincia, La 1270, La Radio De Buenos Aires. El pasado l 2 de junio César entrevistó a Marco Berger, el director de la película El cazador, que está exhibiéndose por estos días en CINE.AR PLAY.
Berger tiene una filmografía prolífica, desde su ópera prima Plan B (2009) hasta la reciente El cazador, que fue seguida minuciosamente por este blog, como pueden constatar revisando este tag. Particularmente creo que con sus dos últimos largos, Un rubio y la ya mencionada El cazador, llegó a una notable madurez artística (clickeen sobre los dos títulos para leer mis análisis sobre ambas). De la nueva, escribí hace poco:
Hay una posición artística que Marco Berger no abandonó: él sabe el lugar desde el que le gusta espiar una determinada escena y en su mirada manifiesta el deseo y el miedo que le proporciona ese saber. No es tan difícil: si uno quiere espiar, vacila entre la calentura y el miedo. Eso ya estaba magníficamente condensado en el momento culminante del cortometraje Platero (2011, que se puede ver online acá), un prodigio del grotesco familiar argentino en formato breve. Ahora en El cazador el cineasta ya está en pleno dominio de su oficio como para pensarse a sí mismo y reduplicar su atención. Ezequiel (un notable Juan Pablo Cestaro) es un chico que está aprendiendo a soltar su deseo, más allá de las seguridades de pertenecer a una "buena familia". El impulso es el típico de todo adolescente: cómo escaparse de la vigilancia familiar. Ezequiel está tentado y eso se nota en la increíble energía de su mirada, angelical y casi demoníaca. No es raro que la cámara de Berger esta vez se muestre más interesada en demorarse en la forma de mirar de Ezequiel antes que en su bulto. El director parece haber conquistado una nueva conciencia sobre el peso de la mirada y toda la película se orienta por ese vector. Como el cazador cazado es una fórmula a la que Berger ya recurrió en varias oportunidades, acá el muchacho al que le gusta mirar para escaparse de los lugares que le asignan va a ser objeto en tres oportunidades de miradas que escapan a su control: otras miradas van a capturarlo. Tres es el número clave de El cazador: a lo largo de su desarrollo van a ir configurándose diversos triángulos en los que siempre Ezequiel es uno de sus vértices. Los otros dos siempre irán rotando. Invariablemente el deseo y el miedo impulsarán cada plano hacia el siguiente. En estos zigzagueos va a haber lugar para el flirt, para el fisgoneo en los baños, para los intentos fallidos, para el aprendizaje del levante y la sorpresa de ser levantado. Por primera vez en la filmografía de Berger estas situaciones de seducción homoerótica van a ser perturbadas por la presencia de un tercero que espía, como si recién ahora se permitiera hacer en la trama un lugar para el voyeur. Es decir: el cineasta. Es decir: el espectador. (Completo acá)
González también está pasando por un período particularmente agraciado de su obra, que llegó a su punto culminante hasta el momento con la excepcional Lluvia de Jaulas (se ve on demandacá y mi comentario se lee acá). Con motivo de su estreno, yo escribí:
En Lluvia de jaulas asistimos a un retrato colectivo centrado en el sector de la población más frágil y lesionado por la tremenda violencia de clase del régimen actual. Los chicos de los barrios pobres cuyos cuerpos, voces e historias aparecen en la película son el blanco de un genocidio silencioso, por la obstinación del resto de la sociedad en no escuchar ni ver. Con un material dramático tan potente se podrían ensayar construcciones estilísticas de lo más variadas. César González opta aquí por un tono elegíaco que no ahorra mostrar la dureza de las vidas retratadas ni la violencia social consentida por acción o por omisión.
Con prescindencia de todos los apuntes anteriores, en los que quise fundamentar el carácter distintivo del cine de González y específicamente de esta película, Lluvia de jaulas nos regala algunas de las secuencias más hermosas, tiernas y vitales de personajes con un desamparo existencial que no tiene raíces metafísicas sino económicas y políticas, es decir: cuya responsabilidad se extiende sobre todo el cuerpo social. Ninguna otra película argentina mostró así la catástrofe argentina en curso, en su verdad y en su inquietante belleza. (Completo acá)
Como puede desprenderse de ambos fragmentos, lo que encuentro en común en estos dos cineastas, por otra parte tan diversos, es que los dos inauguran miradas que con anterioridad el cine argentino no había explorado. En ambos casos resalto que no se trata simplemente de "temáticas" -la vida en las villas o la homosexualidad, según cada caso- sino de miradas, algo tan esencial para detenerse a pensar qué es el cine. Porque si algo caracteriza al cine como un experiencia insustituible es su exploración de la mirada como tal: ¿qué significa mirar? ¿que perspectiva singular abre cada mirada? Un autor inaugura una forma de mirar que el cine conocido no había conquistado todavía. Esto pone al cine más allá del cepo estético o temático. Es un tema que desborda las posibilidades epistemológicas de la crítica cinematográfica, que suele detenerse en los aspectos puramente estéticos de las películas; eso en el mejor de los casos, cuando no caen en el simple relato del argumento o una deshilachada enumeración de la eficiencia técnica de los diversos rubros (fotografía, actuaciones, guión, vestuario, ambientación) o, peor todavía, en la información de los números de la taquilla de una película.
La pregunta por la mirada a la que cada película responde a su manera no puede reducirse a un asunto temático o meramente formal: es un problema de carácter filosófico y político. Ahora que ya no se puede abarcar el ser del cine según su soporte (del celuloide al digital), ni según el ámbito de su recepción (de las grandes salas, los palacios plebeyos de Cozarinsky, hasta las películas vistas a través de un celular o un Home Theater), lo que siempre queda pendiente es la indagación de la mirada. El cine, bien pensado, es capaz de hacernos ver nuestro modo de mirar y hace aparecer lo extraño en los hábitos ordinarios.Lo que tanto Berger como González aportan para el actual cine argentino son sus miradas inaugurales, fundadas en sus puntos de vista singulares, excluidas hasta ellos. Son las que pueden remover y cuestionar la normalización del plano cinematográfico y de nuestra propia forma de mirar.