por Pablo Navas
El año pasado tuve la oportunidad de revisitar el Museo del Prado en el marco de la celebración por sus 200 años. Uno de los recuerditos que me traje es esta imagen que reproduce el cuadro Cristo abrazando a San Bernardo.
Entiendo que el filósofo alemán W. Benjamin me advertiría acerca de la pérdida del aura a causa de la reproductibilidad técnica que sufrió la obra. Sin embargo me permite tener presente un trabajo de Francisco Ribalta (1565- 1628) de gran belleza. Y por otro lado ayuda a pensar mejor en ese 20 de agosto de 1153 en el cual el monje cistirciense fallecía.
Resuena aquello que los biógrafos de Bernardo marcaron sobre él: "las palabras reveladas que había aprendido en su celda las iba a rumiar en sus ocupaciones". Otros testimoniaron que lo escucharon decir que "la soledad del bosque, las hayas y las encinas habían sido sus principales maestros. Jamás tuve otros maestros que las hayas y el bosque".
Ribalta fue un artista importante del barroco español e influyó mucho la pintura Valenciana. Dedicó obras a otros hombres de fe como el Pobre de Asís, sobre el cual hizo Abrazo de san Francisco al Crucificado. Pero hay uno que me impacta muchísimo y es el que trata al fundador de la gran orden de los cartujos: s. Bruno.
En el Prado hay varios cuadros que retratan escenas de la vida del melifluo doctor, incluido Aparición de la Virgen a San Bernardo de Esteban Murillo.