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No se puede vivir del amor (le dijo un soldado romano a Dios)

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Conversatorio Freud Kierkegaard Amá al prójimo (como a vos mismo)





Tercer encuentro mensual convocado desde el espacio virtual de lecturas kierkegaardianas denominado "Las obras del amor" (en http://meet.jit.si/LasObrasDelAmor), coordinado desde General Villegas y hacia el universo por Graciano Corica. Estos encuentros mensuales se proponen hacer entrar en fricción la escritura kierkegaardiana -esas voces que nos hablan- con otras perspectivas. La intuición que nos anima es que, cuando se encuentran dos perspectivas, a primera vista distantes, en un cruce de caminos que nosotros mismos propiciamos, estas vocen empiezan a decirnos más, o quizás sería mejor decir: empezamos a oír en ellas cosas que cuando las considerábamos por separado no aparecían. La fricción de lo imprevisto o la de lo inhabitual. El primer mes fue la presentación de esa clave que es "Escuchar una voz" como vía regia para introducirse en el laberinto escritural de Kierkegaard. El segundo mes hicimos que se encontraran dos tipos bien distantes: Kierkegaard y el escritor villeguense Manuel Puig, que creó toda su obra literaria a partir del momento en que, totalmente desorientado acerca de cuál era su lengua propia, escuchó la voz de una tía que le hablaba desde su infancia en Villegas y se largó a escribir, siguiendo esa voz, "30 páginas de banalidades" que fundan el comienzo de su no-estilo. Inquieta en Puig el silencio del narrador que funcionaría como administrador del estilo de sus novelas, para que cada voz, sin administración audible, hable en su propio estilo. Puig, como Abraham en el Génesis y en Temor y temblor, hizo su tarea porque escuchaba voces.

El tercer encuentro de la serie marca hasta ahora el punto culminante de un crescendo. Dos potencias se saludan: Kierkegaard -que no sabe nada de psicoanálisis por razones obvias- y Freud -que no podía admitir la posibilidad ni la justicia del mandato "Amarás al prójimo como a ti mismo", la que podría ser la voz que organiza y altera toda la obra de Kierkegaard como escritor. Todos los caminos conducen a AMOR (Roma al revés).

En un escrito de senectud, El malestar en la cultura, Freud se topa con el mandato cristiano -dice él, aunque ya estaba en el antiguo testamento- "Amarás al prójimo como a ti mismo". Y Freud, un poco en conversación con un amigo religioso, un poco impelido por completar su edificio teórico para determinar la función que en la economía libidinal tienen el arte, la ciencia y la religión, se ve en la necesidad de ajustar cuentas con ese mandato que evidentemente le resulta molesto y por eso quiere sustraer de la naturaleza humana. Porque aún cuando a los psicoanalistas les complace recordar que las dos metas a la que apunta la clínica son poner al sujeto a trabajar y a amar, el propio Freud en ese escrito de 1929/1930 se encarga de afirmar que proponerse amar al prójimo es una insensatez.

Yo había leído a Freud siendo muy chico, La interpretación de los sueños (1899-1900, el problema  de un siglo que se resuelve en el siguiente). No sé qué buscaría yo ahí en ese libro a mis 16 años ni sé qué encontré en aquella lectura, pero sé que este libro marcó de manera indeleble un siglo que era el mío. Todavía nos movemos bajo el embrujo de ciertas estrategias desplegadas por Freud astutamente e incluso a costa de sí mismo. Debe haber una relación entre la impronta freudiana del siglo xx y la recusación del autor a admitir el amor al prójimo como una de las tareas posibles del humano. No se puede vivir del amor (al prójimo). No se debe vivir sin amor. Dos canciones.

A Freud el mandato del amor al prójimo lo escandaliza y ahí hay un cruce de encuentro con Kierkegaard. Porque, contra lo que podrían sospechar los que solo conocen la versión blandengue y careta de la cristiandad, amar al prójimo como a ti mismo no es tampoco para Kierkegaard una tarea simpática y su valor decisivo radica justamente en que se la perciba como escandalosa. Cualquier cualunque puede ponerse a enumerar por qué es intolerable amar al prójimo, porque el prójimo tiene tantos defectos que solo estoy esperando que me muestre su costado más odiable para odiarlo con furia y pedir que se pudra en la cárcel. ¿Quién no ha sentido que un tipo insoportable solo merece pudrirse en una celda infecta si acaso le perdonamos la vida? Eso lo entiende cualquiera y lo puede explicar Baby Etchecopar cada noche con lujo de detalles. Pero resulta que Jesús tomó el mandato de amar al prójimo como a ti mismo de las antiguas escrituras y, por si no se había entendido bien, le dio otra vuelta de tuerca y aclaró que se trataba de amar al enemigo. Eso ya es demasiado. Kierkegaard conoce perfectamente los motivos por los que hay que considerar ese precepto una demasía y de ahí señala que quien no se escandaliza por eso es que no entendió bien lo que se está pidiendo. Freud en El malestar en la cultura dice que, a pesar de haberlo escuchado tantas veces deberíamos hacer el esfuerzo de escuchar ese pedido (si no les gusta mandato, le pongo: ruego) como si fuera oído por primera vez. "Ama al prójimo como a ti mismo". Si dijera "Ama al prójimo tal como el prójimo te ama a ti", Freud cerraría trato, pero amarlo como a uno mismo es, dice Freud, injusto para con quienes nos quieren de verdad. Sutilmente el problema de amar se troca en la condición de ser amado. Primero amame vos y después vemos. Ahi Kierkegaard y Freud tienen un punto de encuentro y otro de no: si no nos escandalizamos, es porque no entendimos bien el pedido: coincidence. Ahora las reacciones de Freud y  Kierkegaard ante el escándalo casi se podría decir que son drásticamente inconciliables. Mientras Freud dice algo así como: "no me vengan con eso, yo ya estoy grandecito, soy el padre del psicoanálisis y sé con qué monstruos me toca lidiar; aparte inventé esta práctica tan fabulosa que provocó un antes y un después frente a la concepción del aparato psíquico del hombre y ni siquiera me han reconocido como me lo merezco, no me vengan con que tengo que amar, si ustedes se mostraron incapaces de amarme a mí, con todo lo que les di". Mientras, medio siglo antes, Kierkegaard manda a decir por todos lados (y sin mucha expectativa de cosechar aplausos, medallas y besos por eso) que amar al prójimo es la única salida de la desesperación.

Me explico: si yo no lo malentendí, Kierkegaard dice que todos los arreglos que uno quiera hacer con la vida y con los semejantes desembocan en la desesperación, que también late en el rincón más cálido del corazón de las personas felices, ellos también están desesperados, a menos que ames al prójimo como a ti mismo. Pero ¿qué es el amor, Kierkegaard? Lo que tenés que hacer. ¿Y quién es mi prójimo? El primero que veas. ¿Y cómo lo tengo que amar? Como a ti mismo. ¿Y cómo tengo que amarme a mí mismo? Como si fueras tu prójimo, no como Narciso, tarado. Como si fueras tu enemigo. Quizás sos tu propio enemigo y sin embargo, o con embargo, pero por eso mismo, porque tu peor enemigo podés ser vos, es que tenés que amarte de la misma manera en que has de amar al prójimo.

Amar al prójimo no es un don que uno le concede al otro, quien tal vez no se lo merece, como si yo me arrancara una parte de mí y se la diera a otro por pura dadivosidad, sino que el amor al prójimo es lo único que puede sacarme de la desesperación, mientras que cualquier otra transacción, monetaria, libidinal o afectiva por la cual yo me proponga hacer un intercambio de favores con el otro me va a conducir a la decepción, porque el prójimo es decepcionante, a los celos, porque el prójimo no se deja poseer, al odio, porque el prójimo es, como dice Freud, una bestia salvaje. Pero lo que no parece contemplar Freud es que amarlo es la posibilidad, la única, de salir de la desesperación.

Acá pueden ver el desarrollo de este encuentro en el que se escuchan otras voces que no son la mía, que dicen cosas que acá yo no digo pero ellos ahí sí, en la que a veces mi voz no se escucha o se escucha con alguna interferencia, o alguien aparece o desaparece o aparece lo que no tenía que aparecer.Al final algunas cosas aparecen. El video tiene la sintaxis propia de esta época de conversatorios virtuales. Esta sintaxis dificultosa tiene algo de divertida precisamente en esos momentos en los que la técnica falla, y de interesante cuando la técnica no falla, porque al final hay un montón de personas que quedan en encontrarse a cierta hora a preguntarse cosas que a la notebook no le solemos preguntar y al celular menos.


Lo que conversamos dejó mucha tela para cortar y en las horas siguientes se siguió debatiendo en grupos de wassap y probablemente esto traiga cola. Permítanme terminar este post con una canción alusiva.


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