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La calle y el tiempo

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Narrativas confinadas


por Oscar Alberto Cuervo *

Santa Catalina, la calle de Nueva Pompeya en la que vivo, es una de las últimas de la ciudad de Buenos Aires que todavía tiene adoquines en lugar de pavimento. En las últimas décadas y casi imperceptiblemente los adoquines desaparecieron de la ciudad. Todas se fueron pavimentando. Conversé con taxistas que celebraban el hecho de la desaparición de los adoquines porque, decían, deterioraban la suspensión de los coches. Me sorprendieron con la misma respuesta varias veces, cuando yo lamentaba que Avenida Sáenz hubiera perdido sus adoquines. El pavimento permite que los autos aceleren sin tener que oponerse al rozamiento de las piedras, los autos pueden andar más rápido y no vibran tanto. Los días de lluvia también el pavimento hace que los autos se deslicen con más facilidad, el freno tiene menor eficacia y eso propicia los accidentes. También había oído que los adoquines permiten una mejor absorción del agua cuando se desata una lluvia muy intensa y eso evita la inundación rápida de las calles. Pero los taxistas prefieren el pavimento de todos modos. Quizá mi amor por los adoquines tenga una motivación solamente estética. Es mi calle. Vivo en Santa Catalina desde que nací y esa rusticidad de la calle adoquinada me dispara una conexión directa al tiempo de la infancia.

Durante la cuarentena el tiempo se hace de goma. Desde marzo no salgo de Pompeya. Yo solía caminar todas las noches por las calles del centro y ya hace más de cien días que no volví a pisar la avenida Corrientes, que debo de haber caminado ininterrumpidamente desde que tenía 15 años cuando a la salida del Mariano Acosta me iba con mi amigo Alejandro a ver películas en la Lugones, en la Hebraica, en el Arte. Durante años las calles del centro fueron más mías que las de mi propio barrio. Volví a caminar por las calles de mi barrio en los últimos años cuando adopté a mi perro Rino. Sacarlo a pasear cada mañana por el Bulevar de Roca me hizo volver a mirar el cielo, que en mi barrio se ve mucho más abierto que en las calles del centro. En invierno las ramas negras y peladas de los árboles rasguñan el cielo. Fue muy bonito este otoño y también fue bonito el invierno. Cuando salgo a caminar por las calles del barrio, bastante vacías durante estos meses del confinamiento, siento una mezcla de tristeza honda y de pertenencia a estas calles y este cielo, el lugar en que viví antes de empezar a patear por el centro.

La cuarentena tiene un efecto raro en la manera de sentir el paso del tiempo. Los días pasan rápido y vivo en un presente continuo, sin perspectiva, como fijado a una cotidianidad antigua. Creo que la pandemia cayó justo para marcarnos el fin de la época a la que pertenecimos. Así lo siento. De pronto me di cuenta de que yo soy del siglo XX y que esta época ya no es la mía. No es que me cueste adaptarme a las redes. Poco a poco fui aprendiendo a moverme en internet. Por eso, pese a que estoy desde hace meses sin moverme del barrio, sigo conectado con el mundo. Pero siento un contraste entre lo que me trae la pantalla de la computadora o del celular y mis caminatas por el Bulevar de Roca. Cada vez el mundo que aparece en las pantallas me resulta más ajeno.

“En estos días simplemente no hay ninguna buena nueva” declaró en abril Bob Dylan al NY Times, que a sus 79 años sacó uno de los mejores discos de toda su larguísima carrera. “Hay muchas razones para preocuparse por eso. Definitivamente ahora hay mucha más angustia y nerviosismo que antes. Pero eso solo se aplica a personas de cierta edad como vos y yo, Doug —le dice Dylan a su entrevistador—. Tenemos una tendencia a vivir en el pasado, pero somos solo nosotros. Los jóvenes no siguen esta tendencia. No tienen pasado, así que todo lo que saben es lo que ven y oyen, y van a creer cualquier cosa. De ahora en adelante van a estar a la vanguardia. Cuando ves a chicos que ahora tienen 10 años, dentro de 20 o 30 años ellos tendrán el control y no tendrán ni idea del mundo que nosotros conocimos. Los chicos que ahora son adolescentes no tienen recuerdos que evocar. Quizás sea mejor entrar en esa mentalidad lo antes posible, porque esa será la realidad. En cuanto a la tecnología, hace que todos sean vulnerables. Pero los jóvenes no piensan así, no les importa. Las telecomunicaciones y la tecnología avanzada es el mundo en el que nacieron. Nuestro mundo ya está obsoleto".

El disco de Dylan empezó a conocerse en marzo y poco a poco fueron apareciendo en youtube algunos temas hasta que en junio estaba completamente publicado. Igual que con el disco, la entrevista a Dylan me llegó en formato digital. El disco se llama Rough and rowdy ways (Maneras ásperas y ruidosas) y tiñó mi ánimo en estos días incontables. Las canciones tienen una tonalidad crepuscular y trasmiten exactamente la sensación de que Dylan ya mira este tiempo como el que está preparándose para otros. No muestra ansiedad por ese motivo, sí una distancia mordaz. Las melodías son a veces melancólicas, a veces ásperas como anticipa el título del disco. La voz de Bob está rota y eso lo hace más íntimo. Supongo que cuando un cantante tiene 79 años empieza a tomar cada disco que hace con el pálpito de la inminencia de la muerte. Quizás Dylan haga todavía cinco, seis discos más, pero no hay modo de que él ni nadie lo sepamos. 

Las otras nuevas que me llegan por internet no son tan buenas como el disco de Dylan. Llegan muchas fake news, como a todos, supongo. Todos los días el reporte de los centenares de miles de muertos de cada jornada en el planeta. La cifra viene aumentando. Junto con las curvas que empezaron a tener en estos meses una presencia insistente en nuestra forma de percibir el avance de la historia, llegan convocatorias a las movilizaciones de los anticuarentena que sostienen versiones conspiranoicas sobre un complot para instaurar un nuevo orden mundial. Según estos delirantes, el virus sería un pretexto para implantarnos, a través de la vacuna que ya tienen preparada, un chip para controlarnos. Los impugnadores del nuevo orden mundial, además de anticuarentena, son antivacunas, por ende. Y por razones más difíciles de vincular mediante conectores lógicos son también fervientes anticomunistas, antifeministas que ven en el lenguaje inclusivo una avanzada del mismo perverso complot que echó a rodar el virus o tal vez la falsa noticia del virus. Respecto de su existencia o inexistencia, hay entre estos neonazis que parecen manejar las redes con destreza o quizás con algún apoyo logístico, versiones discrepantes: para algunos el virus fue creado en un laboratorio y para otros directamente no existe. En una u otra versión del complot, la finalidad es la misma, la instauración del comunismo a través de los chips que vendrían insertos en las vacunas que el Estado Opresor pretende obligar a inyectarnos.

Estos grupos parecen tener muchos adeptos en países como USA o Brasil y en Argentina forman una minoría ruidosa pero todavía acotada. Los medios de comunicación y las redes sociales amplifican todos sus movimientos. Cuando entro a Twitter, la mayoría de las tendencias de conversación son impuestas por estos grupos. Es decir: no puedo percibir la verdad de que así sea, pero Twitter me dice que son las tendencias sobre las que más se habla en Argentina. Cuando saco a pasear a mi perro por mi barrio de casas bajas, todas estas noticias del mundo se acallan.

Siento como Dylan que este mundo que asoma ya no es el mío. Todavía no sé si me importa. 

20 de julio de 2020

* Ayer se hizo el lanzamiento virtual del libro Narrativas Confinadas. Voces desde el Sur. Fue publicado por Ediciones NEFI, de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, en el marco del X Coloquio Internacional de Filosofía y Educación de esta Universidad. Narrativas Confinadas es el tercer volumen de la colección colectivaS. El libro se descarga completo en forma gratuita, clickeando acá.

En el texto que encabeza el libro, a modo de introducción, puede leerse: 

"Narrativas confinadas. Voces desde el Sur reúne los textos de personas amigas, fronterizas, que respondieron a la convocatoria que hiciéramos en medio de la pandemia, escrituras acompañadas en cierto modo por las que no pudieron ser entregadas en los tiempos que señalamos para su envío.

"Prometidas, algunas quedaron en borradores, apuntes, notas, palabras sueltas, o no fueron ni siquiera iniciadas, o resultaron ser solo pensamientos detenidos en este tiempo de rarezas, inquietudes, confusiones y desgracias. Esa no-escritura o intento de escritura está también aquí, a su modo, junto a estos escritos en los que ronda también un cierto aturdimiento.

"Así como hubo un tiempo definido para recibir las narrativas prometidas, también hubo que limitar el número de voces sureñas de Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. La dificultad de esto nunca fue averiguar quién podía hacerlo, sino a quién invitar entre tantos y tantas con quienes nos habría gustado compartir esta invitación a ensayar narrativas, a escribir en medio de la incertidumbre, a inventar textos desde la singularidad de la experiencia, donde apareciera la diversidad de pensamientos y perspectivas de vida, a escribir al margen de los “discursos de pretendida sabiduría orientadora”, “de los discursos que intentan capturar la significación del presente y preconizar el futuro”, como proponía la convocatoria.

Ahora es libro. Quiere lectoras y lectores en pandemia, porfiadamente vivos. Invita a ser leído en todos y cada uno de estos breves textos. Cada cual vale por sí mismo o en relación con otros muy distintos o contrapuestos; con preocupaciones comunes que los cruzan o con chirridos entre ellos. En sus diferencias, los habita el ejercicio de una escritura que procura hacer sentido, aunque sea como “superficie quebradiza”. Adentro esconden fallas, finuras, sombras, excelencias. Incluyen semillas, ideas deshilachadas, residuos, fermentos, sensatez, locura. No es obra consumada ni quiso serlo. Contiene joyitas y desvaríos. Esperanza o desaliento. Un caleidoscopio, un mosaico polifónico de vivencias y reflexiones sumamente denso para desafiar cualquier discurso totalizador.

"Estas narrativas fueron escritas en distintos tiempos, abril, mayo, junio, julio y agosto, en diferentes estaciones del año y variados climas, con distintos picos de pandemia, en temples y facturas diversas; en enviones de escritura donde resuenan los golpes de la muerte de alguien amado o los del inquietante aislamiento o de la vida amenazada; donde se expresan el padecimiento de estar confinado o el descubrimiento de nuevos placeres en este encierro, las ambivalencias del querer estar solo o acompañado, la paradoja de la distancia y cercanía con otros, el encuentro subjetivo de manera inesperada. Y así vamos enhebrando saberes nuevos sobre lo desconocido o lo no advertido.

"Narrativas preciosas, conmovedoras, que de pronto detienen la respiración, quitan el aire, pero también lo traen de nuevo al cuerpo; nos hacen saber de lo suspendido, lo entrecortado, de estrategias de sobrevivencia, de cegueras en que estábamos instalados, de búsqueda de formas de vitalización, de nuevas valoraciones, de la desesperanza y de su vuelco, de la tremenda presencia del entorno como deseo y de la ventana como saber del mundo.

"Narrativas sensibles a las circunstancias actuales, animadas por el deseo de compartir relatos de experiencias, cartas, poemas, aguafuertes, diarios, ficciones, apuntes biográficos y ensayos filosóficos que ofrecen accesos múltiples para la reflexión sobre acontecimientos que nos han dejado a la intemperie. Su lectura nos sensibiliza sobre el modo en que nos venimos vinculando, nos pone a experimentar la dimensión política de nuestra existencia y nos ayuda a pensar este extraño momento.

"Creemos haber propiciado con estas narrativas en estado de pandemia, “un tráfico de escrituras entre amistades latinoamericanas, entre quienes llevamos un tiempo conversando desde nuestras propias inquietudes y resistencias”. Y que suceda que estas escrituras amigas acaben en lecturas dispares y en el deseo de escrituras otras y otras y que las conversaciones continúen cuando ya no sean también una excusa para poder abrazarnos con palabras como en estos tiempos de cuerpos distantes..."

El grupo de editores, habitantes de Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro y Santiago de Chile está integrado por Alejandro Cerletti, Filipe Ceppas, Gabriela D’Odorico, Marisa Berttolini, Mauricio Langon, Olga Grau, Pablo Oyarzún y Walter Omar Kohan.

Escriben, además de los editores Fabiana Martins, Yamandú Acosta, Panchiba F. Barrientos, Carolina Bruna Castro, Christian Burgues, Adrián Cangi, Alejandra Castillo, Gustavo Celedón Bórquez, Maria Reilta Dantas Cirino, Teresa Evita Concha López,  Cintia Córdoba, Bruno Cuneo, Edna Olimpia Da Cunha, Álvaro Díaz Berenguer, Patricia Digilio, Ana Duboué, Maximiliano Durán, Roberto Echavarren, Marcelo Fernández Pavlovich, Mariana Figueroa Dacastro, Javier Freixas, Graciela Frigerio, José Alberto de la Fuente, Daniel Gaivota, Laura Galazzi, Federico Galende, Silvio Gallo, Fernando Gerheim, Vanise De Cássia De Araujo Dutra Gomes, Verónica González Pereira, Patricio Grau Duhart, Claudia Gutiérrez O., Pedro Henrique, Alex Ibarra, Rodrigo Karmy Bolton, Alejandro Kaufman, Daniela Lima, Sirio López Velasco, María Pía López, Guadalupe Lucero, Flora Mangini, Laura Martín, Claudio Martyniuk, Ángela Menchón, José Menna Oliveira, Rosana Aparecida Fernandes, Juliana Merçon, Helena Modzelewski, Adalberto Müller, Julia Naidin, Juan Nesprías, Beatriz Fabiana Olarieta, Rosario Olivares Saavedra, Paula Ramos de Oliveira, Carlos Pereda, Cynthia Pinski, Patricia Redondo, Irupé Rocca, Alexsandro Rodrigues, Marcio Caetano, Miguel ängel Rossi, Gustavo Ruggiero, Mabela Ruiz Barbot, Gloria Salbarrey, José Santos Herceg, Lara Sayão, Carlos Skliar, Mario Sobarzo, Daniel Suárez, Wilbert Tapia Meza, Janett Tourn, Tirso Troncoso y Oscar Cuervo.


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