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La inquietud: Kierkegaard, Nietzsche y Brandes

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Hace poco más de un mes el amigo Israel Galván Delgado, miembro de la Sociedad Académica Kierkegaard de México, subió a Facebook  un fragmento de una carta que Friedrich Nietzsche le envió Georg Brandes en febrero de 1888, cuando se iniciaba su último año de producción filosófica. 

Brandes (1842-1927) fue un escritor danés a quien se atribuye haber escrito el primer libro sobre la obra de Kierkegaard (1877), en un período en el que éste, años después de su muerte, estaba desacreditado en su propio país. La lectura de Kierkegaard fue para Brandes un estímulo inquietante: le despertaba a la vez una atracción y un rechazo igualmente poderosos. Tanto es así que Brandes recomendaba su lectura y al mismo tiempo advertía sobre su peligrosidad. Lo consideraba el filósofo más importante en su lengua, pero deploraba su intenso vínculo con el cristianismo. Brandes se lamentaba de que Kierkegaard se hubiera muerto prematuramente, porque pensaba que el giro que había comenzado a dar en su último año de vida (1855) con la publicación del periódico El instante, en el que chocaba violentamente contra la iglesia danesa establecida, hubiera terminado alejándolo del cristianismo.

Coetáneo de Nietzsche, Brandes fue también  uno de sus últimos interlocutores, antes del colapso que el autor de Ecce Homo sufriera en Turín en enero de 1889. Los dos mantenían correspondencia cuando Nietzsche ya había roto sus vínculos con casi todo el mundo, incluso en el período catastrófico en el que Nietzsche escribió sus llamadas "cartas de la locura". Resulta que Brandes era también divulgador de la obra de Nietzsche en Copenhague, donde dictó una serie de conferencias que convocaban a una gran cantidad de público, mientras que a Nietzsche en Alemania todos empezaban a darle la espalda.  Él se enorgullecía de su "amigo danés" y, en los meses en los que se acercaba rápidamente hacia su caída irremontable, encontraba en la atención que le confería Brandes un motivo de aliento. Brandes le había recomendado a Nietzsche que leyera a Kierkegaard, alegándole que era quien "mejor comprendió el problema psicológico del cristianismo". Nietzsche se interesó por la sugerencia y le pidió a Brandes que le mandara los libros de Kierkegaard. Antes de que esos libros le llegaran, la vida de Nietzsche se derrumbó entre los últimos días de 1888 y enero del 89. Quizás aquella caída de Nietzsche en las calles de Turín y las cartas alarmantes que llegó a enviar en varias direcciones configuren la escena de un colapso humano de alcance mayor. 

¿Qué habría pensado Nietzsche de haber leído a Kierkegaard?

El tono de fragilidad con que Nietzsche aceptaba el convite de leer a Kierkegaard, tan lejano de la autosuficiencia olímpica con que Nietzsche gustaba presentarse a sí mismo en sus libros y con el desprecio con que se refería a sus contemporáneos, resulta emocionante. "Pienso, al llegar a Alemania, empezar a trabajar en el problema psicológico de Kierkegaard y al mismo tiempo reiniciar mis relaciones con la literatura más antigua. Me servirá, en el más elevado sentido de la palabra. Quiero que se derrita el hielo de mi severidad y de mi arrogancia".

Que Nietzsche, meses antes de autoadjudicarse una misión titánica, la de ponerse contra el fraude más dañino de la civilización europea, esperara que la lectura de un autor periférico derritiera el hielo de su arrogancia parecería un gesto inesperado. Quienes hagan una lectura más atenta de las tensiones secretas de su escritura tal vez no tengan tanto motivo para sorprenderse por esa fragilidad (vean acá). Él estaba preparando su "Obra Capital", con la que planeaba producir un giro drástico en la historia de la cultura occidental. Pero su inquietud anímica y sus vacilaciones existenciales se anticiparon a su derrumbe personal y de aquella Obra Capital solo nos quedan los escombros. Quizás sea mejor así: el fracaso de un pensamiento colosal puede ser más revelador que una doctrina ante la cual inclinarse. 

De todo este entuerto entre Kierkegaard, Nietzsche y Brandes podemos extraer algunas sugerencias sobre el problema de los autores, de su autoridad y de los lectores que acudimos a sus libros en busca de algún fundamento aquietador. De eso hablamos en el encuentro virtual del miércoles pasado, que pueden reproducir acá:


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