por Søren Kierkegaard
Traducción directa del danés de Ana Fioravanti
Ilustración Carmen Cuervo
Apartar la “imitación”, eliminarla, es algo que nos concierne a las personas.
Entonces, uno se las arregla de este modo. Toma a Cristo sólo como “Redentor” y suprime completamente la determinación “modelo”. Sin embargo, con eso sólo no basta; no pasa mucho tiempo, y luego María se convierte en una especie de reconciliadora a la que pedimos que ella ruegue por nosotros al “Redentor”; y luego “el apóstol” llega a ser una especie de reconciliador al cual pedimos que ruegue por nosotros al “Redentor”; y luego el mártir al apóstol, de abajo hacia arriba, y luego el testigo de la verdad al mártir, de abajo hacia arriba, y luego el pastor al testigo de la verdad, de abajo hacia arriba. Esta inmensa retahíla está calculada para mantener a distancia “la imitación”. Y es una terrible equivocación. Pero, no obstante, hay algo humano en ello. A saber, si quiero pasar una vida de placer y soy consciente de ello y, sin embargo, me mantengo interesado en los modelos que expresan lo opuesto (el sufrimiento) entonces, humanamente hablando, de modo conmovedor, transformaré los modelos en algo así como una especie de reconciliadores que expresarán cuán heterogénea es mi vida respecto de las suyas, es una especie de honestidad para con los modelos. Se vive en el placer sensible y mundano (y lo llaman cristianismo) — y luego se acusa recibo de los modelos intermediarios, a través de la hipocresía: soy demasiado humilde y modesto para codiciar lo extraordinario — ¿qué cosa extraordinaria? ¿Vivir en la pobreza y la miseria, odiado, maldito y, finalmente, asesinado?
Søren Kierkegaard, NB 25:92; SKS 24, 508.
NOTA DEL EDITOR: Para algunos la navidad es una noche para atracarse con comida y ponerse en pedo, para otros no es nada. Algunos se ponen tristes porque se sienten más solos que el resto de los días, otros recuerdan los buenos viejos tiempos de la infancia. Otros no saben qué pensar o dudan entre varias opciones. Este pequeño texto de Kierkegaard, preciosamente traducido por primera vez al castellano por Ana Fioravanti, habla de un sentido posible y olvidado por casi todos. Pero lo mejor que tiene es que habla de un momento en el que estás presente.