por Lidia Ferrari
Hasta hace poco era un lugar común decir que los argentinos descendíamos de los barcos. Yo lo he dicho hasta que me instruí, después de un trabajo en contra de la culturación sufrida desde la infancia. Hasta no hace mucho se festejaba el 12 de octubre como el Descubrimiento de América. Nos hemos formado en esos lugares comunes que se están poniendo en cuestión, como debe ser. Argentina es uno de los países con una de las culturas más racistas del continente, con una clase media que se ha construido desde la ideología de sus fundadores, en una matriz que reniega de su propio mestizaje.
El problema de ‘de dónde venimos’ es un tópico de todas las culturas. Y la renegación del proprio mestizaje es una operación también generalizada en la historia de los pueblos. Que sobre un error del Presidente se instale un arremetida ‘bárbara’, como la operación distintiva que ciertos pueblos civilizados hicieron sobre su 'otro' a expulsar, es parte de esa manera en que cada uno de nosotros se ubica en el lugar políticamente correcto. Siempre es el otro el 'bárbaro'. El furcio del presidente tiene una historia. Que los más racistas y segregacionistas lo acusen de eso es prueba de su cinismo y su inescrupulosidad. Pero los de este lado, que se monten ferozmente para ubicarse en un lugar impoluto, es parte de no reconocer que hemos debido trabajar para deconstruir y deconstruirnos de una historia racista y segregacionista. Lo muestran inclusive en estos tiempos tantas personas de genealogía indígena, que han debido recuperar la dignidad de su origen, después de un trabajo sobre ellos mismos. No nacimos, lo debemos confesar, lúcidos acerca de ‘cómo son y cómo han sido las cosas’. Hemos debido trabajar para ello. Ha debido suceder una lucha contra prejuicios raciales y, sobre todo, contra sentidos comunes instalados desde hace quinientos años. Esta sería una oportunidad para trabajar sobre eso, no para que cada uno se coloque la camiseta de indigenista de la primera hora y, desde allí, disparar contra un presidente, porque representaría a su ‘otro’ que no lo es.
Como he dicho en mi libro ‘La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina’: “Se instala en la cultura argentina un modo renegatorio por el cual, por un lado, la inmigración que constituye la Argentina es menospreciada y nunca hará posible una Argentina potente. Por otro lado, y al mismo tiempo, se persevera en seguir sosteniéndose como la Europa de Sudamérica y, con ello, renegar de su mestizaje, de su hibridación. Con el soporte de ambas opciones hay una renegación de la falta constitutiva y un sostén casi demente de una ubicuidad imposible. Ambas opciones se sostienen en un repudio y un asentimiento, al modo de la Verleugnung freudiana: nuestra inmigración europea fue defectuosa, no es la Europa de nuestros deseos, pero somos la Europa de Sudamérica.”