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Netflix es la iglesia evangélica de la pequeñoburguesía ilustrada

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El Reino, la serie de los Piñeiyro que traza un retrato burdo y estigmatizante de las religiosidades populares, logra el milagro de que hasta algunas muy buenas actrices actúen muy mal  


La serie de Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro El Reino es analizada en nuestra columna radial en Patologías Culturales, el programa que sale los sábados a las 18 conducido por Maximiliano Diomedi. En esta columna se analizan la pobreza estética y la estigmatización política de un producto típico para el consumo de las pequeño-burguesías ilustradas que acceden a la industria cultural a través de Netflix. El fenómeno de las iglesias evangélicas es dibujado en la serie con trazos burdos y sin internarse en la heterogeneidad de la religiosidad popular. Piñeyro y Piñeiro logran el milagro de que aún actrices y actores muy buenos estén todos muy mal en El Reino. Escuchen la columna de Oscar Cuervo acá.
 

A Marcelo Piñeyro lo conocemos porque a principio de los 90 adulteró el relato de los inicios del rock argentino en la mediocre Tango Feroz. Claudia Piñeiro aduce persecución solo porque la torpeza con que ejecutó el guión de la serie recibió críticas por su visión estigmatizadora del campo heterogéneo de las iglesias evangélicas.

Las denuncias que hicieron los Piñeiyro sobre los "intentos de censura" fueron en realidad parte de la campaña promocional del producto de Netflix. La serie sigue exhibiéndose sin ningún problema y la autovictimización de sus autores logró que incluso la izquierda troskista se montara en la operación estigmatizadora contra sectores religiosos populares que ofrecen una complejidad sociológica que merecería un tratamiento más serio. 

La autovictimización de Claudia Piñeiro, alegando un intento de censura que no existe, nos hace recordar que ella es la pareja de Ricardo Gil Lavedra, el autor intelectual del lawfare contra Milagro Sala. ´Hay un patrón político común en ambas operaciones: la condena anticipada que sufrió la dirigente de la Tupac y la condena mediática que desde una plataforma trasnacional denigra con un trazo grueso a un conjunto de iglesias muy heterogéneo. Los públicos de clase media evangelizados espiritualmente por Netflix son volubles a la distorsión mediática que demoniza a los luchadores populares y se burla de formas de religiosidad no establecida. No importa la verdad sino una verosimilitud diseñada para públicos autocomplacientes y distraídos. La demonización, mediática o jurídica, se hace siempre en nombre de valores republicanos y en salvaguarda de la libertad de expresión. La barbarie de la televidencia ilustrada, en fin.

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