En política el relato no lo es todo. Pero es algo muy importante. Será por eso que hasta los más ácidos detractores de lo que se ha dado en llamar el "relato kirchnerista" no pueden impugnarlo sin escribir a la vez su propio relato. Es ineludible: sin relato no hay política.
Por ejemplo, el bloguero ex-K Ezequiel Meler, en su interesante blog pasa en limpio su propio relato de justificación de su alejamiento paulatino del kirchnerismo y su decisión actual de "cambiar de aire" (una forma de relatar su pase a las filas de algún peronismo disidente o restante).
El qué del cuándo. Mi experiencia en el kirchnerismo.
06/09/2012
¿Hubo un momento de quiebre en la historia del kirchnerismo? No es tan evidente la pregunta, porque en sí mismo el kirchnerismo puede ser descrito como una experiencia de quiebre. Sin embargo, hubo varios mojones en la relación que la mesa chica y la Presidencia fueron construyendo con los actores sociales y políticos en estos diez años.
1. La primera etapa, creo que todos lo acordamos, estuvo signada por una combinación de rupturas y continuidades. Kirchner seguía siendo el candidato de Duhalde, pero rápidamente mostró que quería ser algo más, que estaba dispuesto a correr riesgos. Kirchnerismo y duhaldismo coincidían y se excedían a la vez, por la capacidad que el primero ostentaba de a) diferenciarse del segundo, b) proyectar políticamente esa diferencia en una imagen de futuro, c) construir poder a través de la adopción y realización de agendas trascendentes, como las relativas al área de derechos humanos. En ese momento, en lo personal, sentí una sintonía perfecta con el proceso. Incluso, alguna vez, me veía o me encontraba a la derecha de las acciones de la mesa chica.
Fue una primavera maravillosa, un momento difícil de retratar en que coincidimos muchos hombres y mujeres de distintas edades con una trayectoria estatal que parecía destinada a convertir cada utopía en una realidad. La ceremonia en el colegio militar, la renegociación de la deuda, el ensamble de una política exterior mucho más decidida y netamente sudamericana, mostraron parte de esa capacidad proyectiva que separaba lo nuevo, lo actual (el kirchnerismo) de lo viejo, que a lo sumo era un importante apoyo (el duhaldismo). En ese proceso, claro, la diferenciación requería de una prueba de liderazgo para ver quién estaba a cargo, y eso fue lo dirimido en 2005. Y ahí se fue Lavagna. Y bueno, me dije, la política es así. Al tipo con los años le harán la estatua, bien que la merece. Tuvo el destino de todos los técnicos que creyeron ser más que eso, y pese a lo dicho, Lavagna cumplió un papel invaluable enderezando ese barco a la deriva que era la Argentina a mediados de 2002.
2. Esa primera etapa, signada por las impresionantes movilizaciones festivas de 2006, rompió la ola en las presidenciales de 2007. Que mostraban, ya, un cierto desgaste, pero que parecían esbozar el inicio de un ciclo de institucionalización de lo logrado que iba en sintonía con las expectativas que los militantes teníamos. La pregunta, en ese momento, era si no se presentaba, en algún modo, una situación de mandato cumplido, donde las demandas existentes habían sido resueltas, y la agenda de la política argentina desde 1983 a la fecha merecía ser repensada.
El conflicto agropecuario, redimensionado en la memoria de los principales agentes a la luz, no de su resultado, sino del relato que lo acompañó, y de la medida en que redefinió esa agenda y al propio kirchnerismo, fue ese momento de bisagra. El kirchnerismo que salió de esa dura travesía ya era otro. El voto no positivo, que implicó en el momento una tremenda derrota política, con el tiempo se convirtió en el mausoleo de los triunfadores. Las retenciones continuaron: ni subieron, ni bajaron. Las elecciones de medio mandato se perdieron. La salida de Alberto Fernández, su reemplazo por Sergio Massa, y la posterior salida de Massa luego de la durísima derrota de Kirchner – Scioli a manos de De Narváez y Solá, expresan algo de ese vértigo que uno podía vivir.
En lo personal, no compartí la 125. Primero que nada, era una medida de naturaleza fiscal. Más allá de la cuestión legal, las facultades del PEN, etc., todos los parches que se le hicieron no lograron ocultar ese origen. Ojo, no está mal que el Estado recaude, pero me parece que se trató de una medida equivocada, de esas que salen bien a la larga por causas que nadie pudo prever. Hoy casi nadie discute las retenciones, y sin embargo está medianamente claro que las provincias necesitan otro esquema de financiamiento interno, alguna medida de control sobre los porcentajes de coparticipación, y una estructura impositiva más diversificada. La 125 quiso resolver todo eso al mismo tiempo, y en algún modo, enfrentó nada menos que la oposición de los grandes ganadores del modelo agro minero exportador instalado tras la mega devaluación de 2002. Pero eso, que se ha dicho mucho, oculta una faceta más en el asunto, porque en ese momento el gobierno enfrentó a su propia base electoral, a los sectores empresarios más nacionales de la canasta -ciertamente más nacionales que la UIA- con un discurso belicista que le llevó tres años y muchos infortunios desandar. Podés dibujar tantos enemigos como te plazca, pero el país no tiene, hoy por hoy, una alternativa al negocio transgénico, y tampoco las provincias andinas tienen una alternativa al negocio minero. Los perdedores -las asambleas ciudadanas, los pueblos originarios que son diariamente desplazados de terrenos fiscales convertidos en improvisadas fronteras productivas donde la concentración de la propiedad está al orden del día- ven el rostro más duro del capitalismo periférico argentino. Los ganadores… bueno, esa es otra historia, pero incluyen mucho más que la Pampa Húmeda. Y eso, es decir, la redefinición del mapa de alianzas regionales que sostiene al país desde Roca, es lo que no vio el kirchnerismo sino hasta que fue muy tarde. Todas las provincias tenían algo que perder si caía el bloque que algunos denostaban equivocadamente al tildar de sojero. Era el único que había para la mayoría del territorio, y la prueba es que siguió siendo rentable pese a pagar el tributo más estable y más pesado que se paga en la Argentina: 35% de las ganancias. No es un dato menor.
3. Y ahí (2009) apareció el tema de la comunicación. Que es el tema Clarín, no mucho más. El gobierno necesitaba un chivo expiatorio para un año que parecía promisorio en materia de reveses. Y Clarín, que había sido uno de los grandes beneficiarios de la pesificación asimétrica, parecía un candidato ideal. Justo ahí, sus editores le estaban soltando la mano al gobierno, delito imperdonable para un “proyecto” que empezaba a inscribirse menos en el registro de la institucionalización y más en el barro de la lucha facciosa propia de la primera etapa.
Mi impresión es que Clarín no supo ver lo que se venía, las inquinas que había despertado tras décadas de hegemonía. Pero en algún punto, la lógica política se desmadró. La ley de medios, incluso cuando todavía no era proyecto, supo aglutinar al personal periodístico que el el Grupo había dejado afuera. Los problemas del gobierno, todos los problemas -desde el conflicto con el campo pasando por la lógica no reformada del tratamiento del delito, la inflación, la lucha de facciones al interior del gobierno, las derrotas electorales… todo se redefinió en los términos de la lucha a muerte que el Gobierno entabló con Clarín. La historia del kirchnerismo se refundió como narrativa identitaria de un proceso donde Clarín era dictadura, menemismo, poder financiero, capital concentrado, enemigo de la democracia, pistola en la cabeza de la dirigencia política, y unas cuantas cosas que, a la luz de lo rápido que perdió la disputa más importante -esto es, aquella por la credibilidad- posiblemente no era. El diagnóstico que se impuso era simple: todo se reducía a un problema de relato. El gobierno hacía las cosas bien, pero los medios (o sea, Clarín) distorsionaban, tergiversaban, mentían. Nadie se preguntó si esto era nuevo, por qué pasaba ahora, qué remedio tenía, o si valía la pena modificar la legislación. Eran tiempos de revolución cultural, y lo más curioso de esas experiencias es lo poco que se discute fuera de los debates de los ya convencidos -y convertidos- a la nueva fe.
De nuevo, pese a las explicaciones más ponderadas que recibíamos los que estábamos a cargo deentender la ley que se proyectaba, mi sensación era simple: se trataba de un error. No porque pudiese salir mal, eso es consustancial a las apuestas políticas, sino porque en un punto me preocupaba que pasara lo que pasó, esto es, que saliera demasiado bien. No porque crea que el poder de Clarín ha desaparecido, ni porque piense que lo hará a una mágica hora señalada -niños, despierten: la ley nunca, pero nunca, informa la práctica. Me parecía un exceso y un acto de simplismo reducir todo a un problema de comunicación, me costaba aceptar la lógica de que nuestro principal aliado entre 2002 y 2007 de golpe era el enemigo número uno de la democracia. Y encima aparecía una minoría intensa de fascinados por la fosforescencia de la “multiplicación de las voces”…
En fin, pude aceptarlo y seguir. Sinceramente, hubiese preferido otra selección de enemigos, pero los GGEE reales se cagaban de risa y la cargaban con pala mecánica. Y el modelo empezaba a mostrar sus falencias: no había empleo para todos, ni salario digno para todos, ni se avanzaba sobre los oligopolios que controlaban los precios de los artículos de primera necesidad, no se derogaban los acuerdos de inversión, no se avanzaba sobre la oligarquía de concesionarios, no se articulaban intereses para salir de la creciente primarización de las exportaciones… por lo menos a fin de año teníamos el decreto 1602 de asignaciones familiares, y al año siguiente, el gobierno que había desarmado la política social en nombre de la integración por el empleo, volvía a tenerla en nombre de la inclusión. Prueba y error, la explicación bastaba.
4. Hacer política partidaria en grandes estructuras, pensando en el horizonte de la gestión estatal, puede reducirse a operaciones sencillas. Tome un papel. Escriba una lista de cosas que le importen. Cotéjelas con la agenda pública. Tache las que en principio parecen más complejas. Muy bien, acaba de entenderlo: la política es antes que nada acumulación de poder en función de prioridades que nada tienen de naturales, en marcos y contextos que nunca son perfectos y que sólo atinamos a elegir cuando ya están en marcha. En el reverso de la hoja están los que pierden, aquellos a los que no llega la novedad del cambio. Los sectores que componen la pobreza estructural, los subocupados, los precarizados, los tercerizados, los trabajadores informales, los desocupados que quedan, los jóvenes Ni Ni, los que tratan de salir de ahí, los que tienen un sueldo y no les alcanza, y la lista sigue hasta llegar, ponele, a los Qom. Es más fácil no elegir que hacerlo, pero inevitablemente algo se sacrifica cuando se elige. Algo muy personal. Lo importante, en cualquier caso, es no perder la lista de vista, y mucho menos olvidar su reverso. Porque ese reverso es el precio de cada cosa que se logra.
5. Hacia 2010, el gobierno exhibía una recuperación fuerte, de unos 15 puntos. Las razones eran variadas: el clima de bienestar económico, resultado de la expansión del gasto fiscal del año anterior y de la mejor distribución de los ingresos en sectores medios y bajos, buen acceso al crédito de consumo, relativa paz social, implosión de las alternativas opositoras… tal vez la muerte de Néstor haya acelerado el proceso y le haya agregado unos puntos, pero lo cierto es que la Argentina estaba muy bien.
Y ahí empezó otra cosa. Un esquema mucho más rígido, en algunos casos marcial, de subordinación de la nueva y vieja militancia. Una división de propaganda muy distinta, mucho más activa y virtualmente omnipresente: monstruos construidos para destruir, pero también para reemplazar a otros. Un paradigma de la función presidencial que mostraba todo acto de gestión como un logro personal de la primera mandataria. Una serie de discursos que empezaban a sancionar al que pensaba distinto, de diversas maneras, especialmente dentro de la coalición presidencial. Y ahí caí. No se trataba de multiplicar las voces, sino de ocupar, con la voz de una presidenta convertida en figura redentora virtualmente sobre humana, todos los vacíos de una sociedad relativamente conforme. Tampoco se reconocía esa realidad: al contrario, la masa de jóvenes que se sumaba a la política, ni tan masiva, ni tan reciente, ni tan adolescente como fue vista, se convirtió en un verbo constante de la acción de gobierno. Kosteky, Santillán, Ferreyra o los jóvenes PRO parecían no entrar, dadas las diversas cauciones discursivas que actuaban como mediación del proceso de reidentificación del kirchnerismo con la sociedad, en la lista de lo nuevo. No, los jóvenes eran muchos y eran kirchneristas: ese era el nuevo dogma. La comunicación se había convertido en medio, el relato en mensaje, y los mitos y representaciones del pasado, en conexiones directas con el presente. Todo tenía que ver con todo: así llegamos a saber que la madre de Cabral era angoleña. El gobierno pasaba de la minoría intensa a la anulación de todas las mediaciones con una sociedad inerte, apenas sacudida y en general conforme.
6. No era tanto que se hubiese perdido la discusión: lo que pasaba, más bien, es que no tenía sentido. La palabra de funcionarios poco sutiles se convertía en verdad revelada, y así los problemas del INDEC no obedecían a una operación política concreta, llevada a cabo en 2007 con propósitos claros y en algunos casos admitidos, sino que se remitían a “un problema de representación”. La crisis de competitividad de la industria era achacada a una Europa que ni siquiera constituía un mercado significativo, y la vieja advertencia sobre no enamorarse de los problemas de los otros devenía en la explicación de los problemas propios. La inseguridad era y sigue siendo una sensación, la inflación no golpea los bolsillos, las restricciones a las importaciones hacen al desarrollo del país y protegen puestos de trabajo, la apreciación cambiaria no es un problema sino un mérito y quien diga lo contrario debe estar a sueldo de Clarín. Los problemas que puedan existir se acaban con esa empresa el 7 de diciembre a las 0:00 horas, y tenemos que congratularnos de todo esto activamente, no vaya a ser que nos acusen de derrotistas o traidores. And so on. Los militantes de antaño se convirtieron en fiscales ideológicos, y la sensación que me genera todo esto es de un tremendo atraso, que supera lo generacional y requiere inevitablemente de un cambio de aire, dentro del propio peronismo. Tenemos una rica tradición a la que apelar para darnos cuenta, y estamos a tiempo, de que esto no va bien.
7. No sé cuando se rompió la sintonía personal con un proyecto que defendí en muchas de sus instancias. En un momento, circa 2010, el relato empezó a importar más que la realidad. Y, peor aún, sus mismos autores comenzaron a creerlo. Desde ahí, sólo se podía derrapar. En un año veremos si la Argentina puede despertar de esta pesadilla en que se convirtió el sueño de unos pocos hombres comunes. Mientras tanto, me gusta pensar y recordar que supe ser uno de ellos. Si mi vida política terminara en estos meses -y aunque a alguno le gustaría pensarlo así, no parece que vaya a suceder- sólo por haber sido parte de esa experiencia estaría razonablemente satisfecho.
Hasta aquí el relato de Meler. Nótese que en el sesgo que elige para justificar su tránsito en busca de aires nuevos Meler no incluye ninguna referencia explícita a la estatización de los fondos de pensión, ni a la Asignación Universal por Hijo, ni a la Ley de Matrimonio Igualitario ni a la reforma de la Carta Orgánica del BCRA ni a la expropiación de YPF. No es que él declare que estas medidas no fueran buenas o que le resultaran secundarias o insuficientes: es que las omite. Los motivos de peso para liquidar su experiencia kirchnerista son: "Un paradigma de la función presidencial que mostraba todo acto de gestión como un logro personal de la primera mandataria. Una serie de discursos que empezaban a sancionar al que pensaba distinto, de diversas maneras, especialmente dentro de la coalición presidencial". Ahí cayó.
Meler dice que la Ley de Medios fue un error. Que a partir de 2009 la política se desmadró. Señala a los sectores a los que no les llega la novedad del cambio: pobreza estructural, subocupados, precarizados, tercerizados, trabajadores informales, los desocupados que quedan (...) y la lista sigue hasta llegar, ponele, a los Qom.
Va a buscar entre la rica experiencia del peronismo a aquellos sectores que pudieran saldar esas deudas pendiendtes del kircherismo. ¿Qué sectores del peronismo no kirchnerista serán los que se propongan mejorar la situación de los postergados, desde los desocupados, precarizados, hasta, ponele, los Qom? Meler aún no anticipa hacia dónde va a enfilar. Entre los peronistas restantes están Alberto Fernández, el intendente Cariglino, Hugo Moyano, el Momo Venegas, Cristian Ritondo, José Manuel De La Sota, Ramón Puerta, Jorge Busti, Luis Barrionuevo, Graciela Caamaño, Eduardo Duhalde... Será muy interesante seguir de cerca el blog de Ezequiel para enterarnos dónde encontrará ese aire nuevo.