por Oscar Cuervo
El efecto mariposa es ese micro-relato tantas veces citado que cuenta que el aleteo de una mariposa en Buenos Aires desata una tormenta en Montevideo. Bah, no es para tanto. Me escribieron las productoras del programa radial Efecto Mariposa, de Radio Uruguay Sodre, 1050 AM:
"Te escribimos del programa radial Efecto Mariposa, que se emite diariamente en la radio estatal uruguaya. Te estamos buscando (ya te enviamos un twitter) porque mañana viernes queremos hablar sobre Gus Van Sant y Paranoik Park (aqui acaba de salir en DVD) y encontramos la reseña que publicaste en tu blog La Otra".
LUNES A VIERNES DE 14 A 16 RADIO URUGUAY - 1050 AM
CONDUCCIÓN: DAINA RODRÍGUEZ Y ALBERTO GALLO
PRODUCCION: GABRIELA GIÚDICE, CAROLINA MOLLA
PARTICIPACIÓN AL AIRE: CAROLINA MOLLA
www.radiouruguay.com.uy
www.efectoblog.blogspot.com
Y yo no puedo resistirme a una invitación así. De manera que voy a hablar de una de las películas que más me gustan de los últimos años y voy a tener el gusto de conocer a estos nuevos amigos del otro lado del charco, a los que nos tendió un puente Gus Van Sant. Los lectores de este blog que vean esta entrada antes de las 14:20 pueden intentar escuchar nuestra conversación online. Y de mientras, reproduzco parte de una nota sobre el cine de Gus Van Sant que escribí en 2008. La nota completa puede leerse en revista La otra nº 19, Primavera 2008:
“Lo que me gusta de Paranoid son los pibes que hacían skate ahí. Construyeron el parque ahí mismo, de manera ilegal. Train-hoppers, guitarristas callejeros, skaters drogados, chicos abandonados. No importa lo mala que fuera tu vida familiar, la de ellos era mucho peor.” escribe en su cuaderno Alex, un chico de 15 de clase media de la anodina ciudad de Portland. Paranoid park es la manera como denominan a ese olla de cemento los chicos que se juntan allí a practicar skate. No es exactamente un mundo paralelo, sino un pliegue del mismo mundo en que vivimos. Puede ser que sus códigos nos resulten impenetrables: los grafitis de difícil lectura, tan herméticos como las inscripciones en las remeras de los chicos, las abstractas coreografías que despliegan surfeando el aire, los pantalones caídos, los buzos con capuchas, los diálogos lacónicos siempre esquivando signos cruciales, en una voluntad de hermetismo que se comunica todo el tiempo. En ese rango entre lo abierto y lo cerrado del mundo adolescente contemporáneo se cuela la mirada deseante de Gus Van Sant. Los chicos son tenazmente reacios a comunicar, no sólo con los adultos, sino aún entre ellos. Cultivan una extrema desconfianza por la palabra íntima, más aún, por cualquier signo verbal, y en cambio hacen signo de sus cuerpos. Es evidente en ellos una resistencia sorda que no llega a ser rebelión. Parecen dispuestos a fundar una utopía muda, de posiciones suspendidas en el aire, cuerpos arqueados, cabeza gacha, brazos extendidos. No hay nada que les produzca más deseo que mirarse y ser mirados por otros como ellos mismos.
Eso es lo que Alex desea, lo único. Elige estar ahí mirando a los pibes de Paranoid park antes que ceder a las cargosas demandas de Jennifer, a la que con desgano denomina su girlfriend. Gus Van Sant filma esa renuencia y ese deseo. Y filma con deseo. No hay otro director en el cine actual que involucre mayores dosis de deseo en filmar esos rostros de chicos en plena pubertad. La cámara se acerca a las caras tanto como pueda y un poco más aún. Los filma con distancias focales críticas, de manera que el foco se concentra en un punto que puede ser el mentón, la punta de la nariz o un mechón de pelo que cae sobre la frente. Esto permite a la cámara tocar la piel de esos adolescentes, surfear sobre su superficie. Alex abre grande los ojos mirando a los skaters, mientras la cámara de Van Sant abre grande sus ojos sobre la cara de Alex. Si el chico se mueve un poco, sale de foco. ¿Quiere el cineasta, en esos acercamientos tan físicos, robarle algún secreto oculto en la cabeza del chico?
Paranoid park se basa en una novela que narra un episodio policial ocurrido cerca del parque de los skaters. Un guardia de ferrocarril aparece cortado en dos en las vías, puede haber sido un accidente, pero la autopsia revela que el hombre fue golpeado con un skate. Esto desencadena una investigación: el detective Lee empieza a entrevistar a la comunidad del parque del este de la ciudad.
- ¿Qué parque del este? ¡Paranoid park! -objeta uno de los chicos indagados.
- Ninguno de ustedes es sospechoso, sólo queremos aprender un poco más sobre la comunidad de skaters.
- Nosotros no somos una comunidad, si apenas nos conocemos.
Es inevitable asociar la curiosidad del investigador con la del propio Van Sant. Podemos imaginar el casting que hizo el director para dar con los chicos que protagonizarían la película. Podemos suponer su ansia de penetrar en sus códigos y también la renuencia que habrá descubierto en esas entrevistas. El investigador Lee no es uno de esos policías que intimidan, por el contrario es respetuoso y contenedor. No los atemoriza, no los amenaza, sólo quiere conversar con ellos, escucharlos. Se interesa por el menú que consumen en las casas de comida rápida, aprende pronto a decir Paranoid park y no “el parque del este”. Un dechado de corrección política: pero es un policía y está investigando un crimen. Van Sant juega a ser y no ser ese investigador. No hay nada en el mundo que mire con más simpatía que a esos jóvenes ariscos, de piel tan tersa que soporta cualquier aproximación de la cámara y la luz más cruda. Pero por cuestiones de edad Van Sant no es uno de ellos; no es que él no quiera, pero no va a ser aceptado como un par. Entonces parece preguntarse con su película: ¿qué soy? ¿el policía que quiere averiguar más sobre ellos, meterse en ese pliegue que no llega a ser una comunidad, que no llega a ser un mundo paralelo, que ellos han creado para resistir el mundo del cual yo también formo parte? En un momento los chicos hablan con cierta sorna del policía: “¿Y qué querés? Los canas ganan menos que los porteros” dice uno. “Los adultos hacen todo por guita” acota el otro.
Todo el asunto se presta a ser contado como un film policial. Crimen, secreto, investigación, quién lo hizo o cómo lograr que ese mundo cerrado se abra para la Ley. Optar por este formato implicaría adoptar el punto de vista del policía. Lo que hace Van Sant es otra cosa: desestructura la intriga, la deja ahí, pero fuera de foco. Disloca la línea de la investigación y se va acercando a la escena primaria en un movimiento espiralado, hacia el centro. Hay cosas que un film de investigación debería mostrar sólo al final y aquí se revelan en la mitad; otras quedan directamente afuera de la película. Van Sant continúa aplicando el método que aprendió en su trilogía de los jóvenes perdidos (Gerry, Elephant, Last Days): desarticula los plot-points, vuelve una y otra vez a ciertos puntos recurrentes, superpone capas del relato.
El que cuenta la historia es el propio Alex. Ya lo dije: la escribe en un cuaderno, cuando todo ha pasado, así que no organiza los datos como una intriga a develar, sino guiado por sus propias preguntas. Alex se pregunta por qué Jennifer será tan cargosa en sus demandas de concretar la relación sexual; se preocupa por su hermanito de 13, que está tan estresado por la separación de sus padres que vomita ni bien come; se pregunta si puede compartir su secreto con su padre o con su tío. Está claro que el mundo de los compromisos afectivos (filmado por Van Sant fuera de foco), el del noviazgo y el del matrimonio de sus padres, no es para él una posibilidad sino una trampa a evitar. Si su vida familiar es complicada, la de los pibes que hicieron Paranoid park lo es aún más. Pero él quiere estar allí, con ellos. ¿Cómo hacer?
Hay un personaje que le da una clave: es Macy, una chica de su edad que lo mira de otra forma a como lo hace su “novia”. Macy parece adivinar una parte del embrollo que es la cabeza de Alex, siempre le hace preguntas, no exactamente indiscretas sino agudas. Evidentemente ahí hay deseo y evidentemente Van Sant prefiere colarse por ese lado. Ella le dice: si hay algo que te preocupa, lo mejor es escribir una carta a alguien y contárselo. Pero Alex objeta: es como hacer la tarea para la escuela. No es otra cosa, dice ella. Lo importante es contarlo, sacarte ese peso, no tenerlo guardado. ¿Y después de escribirlo qué hago? No importa, se lo mandás a alguien, si querés o, si no, directamente lo quemás.
Alex le hace caso: agarra su cuadernito y se va solo a la playa a escribir el relato que nos guiará en la voz over durante el film. La carta está dirigida a Macy, pero una vez escrita Alex la quema. La sugerencia de ella ha abierto el pliegue de su intimidad, la posibilidad de hablarse a sí mismo, de decir no lo que la policía quiere saber ni lo que sus padres serán incapaces de entender, sino sus propias preguntas. No sabemos qué será de ahí en más, Van Sant se corre de la resolución policial, incluso de la definición sexual de Alex, demandado por unos y otras. Paranoid park, el film, se ha ido acercando en espiral hacia un centro que falta. (La nota completa en La otra nº 19, Primavera 2008).