Yo fui testigo
Cuando te fuiste volví al jardín
que había descuidado de tanto ir
persiguiendo el secreto que descubrí;
cuando los ojos se abren vuelve el jardín
Esa peste que ardiste pudrió la tierra,
el pasto, los frutales, las cosas buenas.
El árbol de naranjas, seco por siempre,
no ha dejado ni una simiente,
tenía frutas preciosas, sólo por fuera,
pero ni una semilla que fuera buena.
Sos lo que perseguías, sos esa tierra
lejana de tus cosas, sos patria ajena
Ni bien dije a la tierra que no volvías
nacieron flores nuevas todos los días
Es más, dejé la casa, duermo en la tierra
bajo un árbol enorme que me da fuerza
La felicidad no fue tenerte,
la felicidad total fue perderte
Cuando te fuiste volví al jardín
que había descuidado de tanto ir
persiguiendo la bestia que descubrí
cuando los ojos se abren vuelve al jardín
Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.
¡Cuando yo me muera!
El viernes pasado se produjo el encuentro en La Trastienda. Tuve la suerte de conocer en directo a un artista del que solo había oido un par de canciones (por cierto deslumbrantes duetos, con Mercedes Sosa y Pedro Aznar). Fue porque Nilda Fernández había leído en París un libro titulado L’Esprit de Buenos Aires. Une ville et ses démons, que en realidad es traducción de Buenos Aires, una mirada filosófica, de Esther Díaz. Nilda ama esta ciudad y se enamoró del libro. Y al venir otra vez le pidió a su productora, Celia Coido, que ubicara a la autora, que quería conocerla y que lo conociera. Y Celia, que fue una de las fundadoras de La otra.-radio en nuestro inicio en La Tribu, recordó que Esther era amiga mía y me llamó para invitarnos.
Ahí estuvimos entonces y asistimos a la amable complicidad que entabla Nilda desde el momento en que pisa el escenario, muy pendiente de todo lo que pasa en la sala, haciendo de ella su lugar natural y de nosotros sus queridos huéspedes. Nilda Fernández tiene una voz muy tersa, una actitud dispuesta al encuentro imprevisto y un repertorio mayormente melancólico. En un momento del show cuenta que Mercedes Sosa, cuando se juntaron para grabar la bellìsima Mon amour, le dijo que sus canciones eran muy tristes, y que ahí él descubrió la grandeza de la intérprete que era Mercedes, que no estaba para lucir su voz portentosa con melodías agradables, sino para decir las palabras de la canción con su sentido entero.
Nilda juega, interrumpe sus canciones con observaciones dirigidas a lo que está pasando en la sala, bromea con picardía. Y canta. Su despliegue escénico llama la atención por su falta de cálculo. Esa soltura lo va a ir llevando hacia el final del show a saltar del escenario a las mesas, a beber una copa de vino que le convidan, a saltar de una mesa a otra, a trastabillar y hacernos estremecer con el ruido de vidrios rotos. Y a emerger ileso desde el piso para decirnos que está bien. Y terminar la canción.
Pero antes, al promediar el show, Nilda dice que cada vez que viene tiene que pensar con quién se quisiera encontrar sobre el escenario, a quién le gustaría invitar. Y así como en viajes anteriores estuvo con la Negra y con Pedro, reconoce que es difícil que dos cantantes se encuentren, que puedan armonizar sus voces y sus estilos. Alguien le propone a un cantante, le hace escuchar su último disco y Nilda dice: sí, con este creo que vamos a poder hacer algo bueno. El tipo es Gabo Ferro. Gabo, cada vez más intenso e inmenso. Las cinco canciones compartidas muestran que juntos se sacan lustre. Y nos hacen soñar con la posibilidad de un espectáculo compartido, un disco junto quizás (esto corre por cuenta de mi sueño por ahora). Cantan un par de temas demoledores del repertorio de Gabo y algunos poemas de García Lorca musicalizados con belleza por Nilda. Y deslumbran.
Cuando te fuiste volví al jardín
que había descuidado de tanto ir
persiguiendo el secreto que descubrí;
cuando los ojos se abren vuelve el jardín
Esa peste que ardiste pudrió la tierra,
el pasto, los frutales, las cosas buenas.
El árbol de naranjas, seco por siempre,
no ha dejado ni una simiente,
tenía frutas preciosas, sólo por fuera,
pero ni una semilla que fuera buena.
Sos lo que perseguías, sos esa tierra
lejana de tus cosas, sos patria ajena
Ni bien dije a la tierra que no volvías
nacieron flores nuevas todos los días
Es más, dejé la casa, duermo en la tierra
bajo un árbol enorme que me da fuerza
La felicidad no fue tenerte,
la felicidad total fue perderte
Cuando te fuiste volví al jardín
que había descuidado de tanto ir
persiguiendo la bestia que descubrí
cuando los ojos se abren vuelve al jardín
Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.
Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.
Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.
¡Cuando yo me muera!
Al final del recital, Gabo me comenta lo tremendo que ha sido para él poder cantar junto a Nilda "Memento", el poema visionario en el que Lorca vislumbra su destino de muerto sin tumba, su persistencia de viento.
Nilda y Esther se encuentran en Buenos Aires y en español.