por Liliana Piñeiro
Lo que te da terror te define mejor
Gabo Ferro
Viajar es tiempo y es espacio. Y es adentro y afuera. Viajar es cambio y oportunidad.
Y en cuestiones del amor, pocos son los guiones, pero a gusto de cada uno se pueden fragmentar (si lo sabrá Barthes…).
Midiendo la distancia entre el rechazo y la aceptación, esta película desata ese nudo de significaciones. Rubén es camionero, y debe trasladar, desde Paraguay a Buenos Aires, a Jacinta y su pequeña hija. Hay un punto de partida y un punto de llegada, y aquí se viaja en el tiempo, en el paisaje, y en el interior de los personajes. A través de las miradas, de los escasos diálogos, vamos intimando con ellos, entrenándonos en un código gestual que no necesita explicación. Se trata de un encuentro y de una historia, mínima y máxima, que se despliega por debajo de las palabras. La expresividad de los rostros se apoya en excelentes actuaciones, y en el ojo atento para captar la espontaneidad de la pequeña Anahí.
Como un escultor que saca de la piedra (o de la madera de los árboles que dan el título al film), lo que sobra para encontrar el objeto de su creación, así se maneja Pablo Giorgelli en su ópera prima, ganadora de la Camera d’Or en la 64ª edición del Festival de Cannes. Su cámara encuentra la manera de sacarle al silencio el sonido de los sentimientos: un ascetismo virtuoso poco frecuente en el cine contemporáneo.