Un balance de la política 2012
Hay quienes se resisten a creer que en la sociedad argentina está activado un mecanismo golpista que cuenta con un saber acumulado durante décadas y cada tanto se reactualiza. Más precisamente: cada vez que un gobierno civil se transforma en un escollo para la absoluta utilidad de las clases dominantes desde el origen mismo de la nación, empiezan a sucederse diversas fases de un apriete que no suele detenerse hasta haber obtenido la rendición incondicional del poder político de turno. El poder político de turno ha cedido históricamente a estos aprietes, con honrosas excepciones. Y cuando el poder político de turno ya no era funcional a los intereses permanentes de las clases dominantes, simplemente se lo volteó. Cada uno puede hacer memoria de las veces que esto pasó. Y, como se sabe muy bien, desde el 83 los aprietes y destituciones no usaron la vía militar, sino una acción combinada de las corporaciones empresariales, mediática, eclesiástica, judicial y parte de la misma clase política. La crisis de De La Rúa y los sucesivos mandatarios interinos que se fueron relevando en pocas semanas dan un buen ejemplo de como se activa la "normalidad argentina": cómo se postra el poder político de turno ante los aprietes de siempre. Algo así viene tratando de engranarse en el caso de Cristina desde 2008, con la llamada "crisis del campo" y la campaña de debilitamiento de la derecha mediática -que no cesó hasta el día de hoy. Cuando murió Néstor, apenas unos minutos después de conocida la noticia, Rosendo Fraga publicó en La Nación online un pliego de condiciones a los que debería ajustarse Cristina de ahí en más si pretendía mantener el poder.
Es historia sabida que Cristina no cedió a ese apriete tan truculento y todavía más: profundizó el rumbo que venía siguiendo. Algunos de los aliados del primer kirchnerismo se fueron alejando (por decisión principalmente de la propia conducción de Néstor y Cristina) y comunmente empezaron a trabajar en el proceso de demolición comandado por la "Argentina Normal": Duhalde, Clarín, Lavagna, Alberto Fernández y en el último año Moyano.
Este mecanismo golpista con un saber acumulado en décadas de aprietes diseñó un plan para este año que termina, plan que se puede observar ahora en perspectiva. La derecha escribió un guión: "el kirchnerismo perdió la calle", destinado a provocar una escalada, suponiendo que el gobierno entraría en una especie de nerviosismo para demostrar que "aún manejaba la calle".
¿Cuáles eran los pasos de esa "pérdida de la calle"? Los cacerolazos del 13 de septiembre y 7 de noviembre; los paros y movilizaciones conjuntos de las burocracias moyanista y michelista, con una pequeña ayuda del trosquismo y el maoísmo. Se buscó instalar una sensación de desgobierno. Ellos pretendían que el kirchnerismo reaccionara con contra-marchas, y reacciones intempestivas a la manera de Delía en 2008, cuando la crisis con el campo. Esperaban que se repitiera esa situación de escalamiento de las marchas, descontando que con el aparato mediático podrían terminar movilizando a cientos de miles de personas contra el gobierno, a medida que el kirchnerismo cometiera errores que pudieran producir un repudio masivo: que los cacerolazos fueran reprimidos, que Cablevisión fuera intervenido por las fuerzas de seguridad, que en las marchas de la burocracia sindical hubiera episodios de violencia atribuibles al oficialismo.
Mi idea es que los saqueos de la semana pasada venían a coronar esa escalada. Justo un día después del patético acto que rejuntó a los sectores residuales de la política argentina, desde Moyano hasta Alfonsín, Barrionuevo, Ritondo y Solanas, con una convocatoria exigua. Justo el día del aniversario del estallido social que derrocó a De La Rúa. La derecha proyectó que cacerolazos, paros, cortes de rutas y puentes ("ganar la calle") desembocarían en un fin de año de locura que haría insostenible el gobierno de Cristina.
El 8N pusieron toda la carne en el asador: fue una marcha muy grande, pero también el techo de lo que podrían movilizar de esa manera. Para colmo, la tele mostró a los caceroleros como fachos destemplados y violentos.
Después vendría el "sindicalismo" opositor, los blanqueados Mooyano y Miicheli. El MOO contra el gobierno.
En algún buró se escribió el guión de Alfonsín, Solanas, Tumini, Ritondo y el PO ganando la calle: el kircherismo "entraría en panico".
Micheli dijo antes del 20D que ellos empezaban ese día la guerra nuclear: no llenaron 1/3 de plaza, dieron no miedo sino lástima.
El as en la manga quedaba para los saqueos organizados por Moyano y Barrios de Pie: una reprise de Isabelita y De La Rua: *INGOBERNABILIDAD*.
Verbitsky dijo hace meses que Moyano andaba canchereando con que Cristina no llegaría a fin de año. Moyano es un partícipe activo de esta movida golpista. Pero también un actor político devaluado.
Hubo cacerolazos, cortes de puentes, paros, alianzas de lúmpenes de ultraderecha, ultraizquierda y ultracentro, hubo saqueos. Y sin embargo ninguna de estas cosas terminó de funcionar del todo: no hay onda para el estallido.
El estallido era la resultante esperada. No ocurrió. Queda para los columnistas de la derecha dominguera rezar el rosario: "13S, 8N, 20D...". El año que vivimos en aprietes termina. Y el gobierno sigue firme.
(continuará)