Las redes sociales, especialmente twitter, fomentan lo más banal, epidérmico e irreflexivo. Esto se vuelve notorio especialmente en momentos de catástrofe, como en estos días. El ánimo de conciliación que mostraba twitter cuando Bergoglio fue elegido papa se trastoca en un torneo de canalladas. Era solo una careta.
Lo complejo se banaliza hasta extremos de bajeza insoportable, lo que se reproduce instantáneamente es irrelevante, lo chismoso, lo sensacionalista.
Se propaga lo mezquino, la caricatura, el ingenio sin corazón, el cancherismo sin pensamiento.
Tenemos que dejar de tuitear por lo menos dos horas, a ver si se nos ocurre alguna idea digna, aunque tenga más de 140 caracteres. Algo que nos mejore como personas y como especie.