3 Imperdibles- y un olvidable
Su Re, Sleepless night Storys, The act of killing (y O batuque dos astros)
por Alejandro Ricagno
Ayer fue buen día cinematográfico, aunque algo trajinado (Recoleta, Caballito, CC San Martín). A la mañana me esperaba una evocación de Pessoa según Bressane, O batuque dos astros. Tenía un buen recuerdo de Film de amor, y de Días de Nietzsche en Turín (dato: esta última puede verse en youtube) y fui entusiasmado, tempranito, a Recoleta, siguiendo mi motto, que dice: una película filmada en Portugal y sobre Pessoa, no puede ser menos que buena. Fue la única decepción del día. Un trabajo televisivo, en onda experimental, con retazos de diferentes películas de Bressane, y unos pocos paseos, filmados con una camarita frente a la estatua de Pessoa. Un desperdicio…
Con el ánimo en baja, dudaba entre Su re, de Giovanni Columbu -la película sarda que evoca el calvario de Cristo, filmado con actores no profesionales en las rocosas isla de Cerdeña- y la argentina Noche, de Leonardo Brezezicki, una de duelo juvenil en el sentido elegíaco de la palabra, según el catálogo. Al fin opté por el otro duelo, el religioso. Albricias!!!, Después del San Mateo de Pasolini, Su re debe ser la recreación más perfecta, más cruda –en el sentido mítico y no sádico alla Mel Gibson-, ya que el realizador sardo evita toda morbosidad, toda explotación gore del Vía Crucis- de una exhuberantemente grandiosa austeridad, valga el oxímoron.
Desde la primera toma hasta la última uno queda consternado de belleza, asombrado por el empleo de los paisajes, de los espacios, de los rostros –ese rostro digno de un Brueghel o de un Caravaggio antes que un Miguel Ángel. También por la forma que Columbu elige para contar la vieja renovada historia del hijo de Dios, que va desde su evocación una vez muerto, hasta la Última Cena -una cena sarda, cavernosa, alrededor del fuego, sin mesa- en una suerte de flashbacks corales desde los puntos de vista de María, Pilatos, Judas, Mateo, los ladrones, ente otros, y el propio Cristo. Un Cristo humano, (como el de poema de Borges), alejado de la estampita, con un rostro crudo, no “bello”, sufriente, que casi no habla en todo el film, pero nos habla desde un mundo anterior con ecos de la tragedia griega. Algunas tomas parecen salidas de los filmes de Cacoyannis o el mejor Angelopoulos, con los actores íntegramente vestidos de negro, distribuidos como figuras de un coro entre el paisaje rocoso. Esa coralidad, que encarna su estructura narrativa, remite también a las distintas fuentes en la que se basa, ya que construye el relato no solo a través de Mateo, sino también de Juan, de Luca, y de Marcos. La particular aspereza del dialecto sardo, unido a los sonidos de la naturaleza (viento, ruidos de caballos sobre las rocas) contribuye desde su sonoridad particular a sumarle un plus de poesía arcaica, arraigada en los más profundo de lo humano, alli donde vibra un eco antiguo –y renovado- de la Divinidad. Cine para volver a creer que el cine puede, aún hoy, penetrar en el misterio. Un imperdible absoluto. Quedan dos funciones. Todavía hay entradas.
La otra imperdible es un documental del que me atrevo a decir es El Documental del Festival. Se trata de The Act of Killing, un film demencial, de Joshua Oppenheimer que viaja a Indonesia, donde la dictadura de Sukarno.-desde 1965 a 1998- causó miles de muertes de comunistas o presuntos comunistas. El director entrevista a miembros del ejército paramilitar, asesinos confesos y orgulloso de serlo, hoy vistos como héroes y celebrados incluso en la televisión -a los que les pide recrear sus "hazañas", dejándole la libertad a los torturadores para elegir la forma de representación de su “labor”: como film noir o delirante –y escalofriante- musical kitsch, western, como film de acción, etc. Polémica, incómoda, increíble, y finalmente justa, como decía Daney con respecto a Saló, y al Hitler de Syberberg, The act of Killing es un film que “pensando el Mal, no piensa mal”.
Ya escribiré más extenso –si puedo- sobre esta película que toca infinitas capas: la capacidad del fascismo para pensarse – y representarse- a sí mismo, la ética del documental, el lugar del espectador, la influencia de Hollywood en el imaginario (y en la construcción) de la violencia. Son muchos niveles a analizar y discutir; desde como mostrar la banalidad del mal, dónde detenerse, cómo mostrar lo que quieren representar los entrevistados sin ceder a la celebración de sus crímenes, el efecto boomerang de la autoconciencia de lo representado, los ecos con nuestra historia, y una larga fila de etcéteras, que por el momento me superan. Debería detener mi marcha baficera para hacerlo. Pero se trata sin lugar a dudas de un film esencial, no casualmente producido por Herzog. Por hoy no puedo escribir más. Es que me dejó casi mudo. Necesito más de una visión para digerirlo. No sé si me atrevo a verlo otra vez. Trataré.
Para salir de las imágenes y el efecto posterior del tremendo film de Oppenheimer, terminé mi día visitando el álbum de Jonas Mekas, -que ya se había dado en el Docbsas-, su continuo diario de vida celebratorio de Sleepsless Nights Storys. Historias de borrachos, de músicos, viajes por el mundo alrededor de una y mil mesas de espíritu beatnik, belleza casual del haiku, y mucho, mucho, mucho vino. Esta especie de mil y una noches mekasianas es un film portátil que uno debería llevar en su bolsillo cada vez que la vida le resulte un pasaje al infierno para salir renovado del paraíso del joven, eterno Mekas. Y después, irse a tomar vino con los amigos para contar y escuchar historias. Para celebrar que uno esta vivo.
Yo quiero ser como Jonas Mekas, un poeta de lo instantáneo.
Yo quiero ser como Jonas Mekas y bailar a los 80 y pico con Yoko Ono.
Yo quiero ser como Jonas Mekas y conversar con una lagartija.
Yo quiero ser como Jonas Mekas y discutir sobre la diferencia entre alma y espíritu.
Yo quiero ser como Jonas Mekas…
(Poema en progress)