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Las películas del kirchnerismo

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El antikirchnerismo es cinematográficamente penozzo. En el reciente BAFICI su director artístico se ufanaba al presentar El olimpo vacío como "la película política argentina más poderosa en muchos, muchísimos años": un triste teleprograma de cable sobre la figura de un Juan José Sebreli intelectualmente senil y políticamente risible. Junto con eso, y dentro de la sección Panorama (habitualmente reservada para dar a conocer cine de autor de producción reciente), Panoso incluyó el mamotreto ucerreísta La república perdida (1983), un exponente del más vetusto cine de instrucción cívica, indigno de la pretensión de riesgo del BAFICI. Estas dos películas fueron finalmente las intervenciones de la dirección política del festival, su "línea editorial". Es decir: el antikirchnerismo está ayuno de cine. Y la razón de ello no es la falta de cineastas, sino que no tienen nada mostrable. El antikirchnerismo se mueve más cómodo en la televisión: de ahí la centralidad de Lanata en estos últimos años.

El cine kirchnerista es otro cantar. En su década el kircherismo ha producido toneladas de imágenes memorables. Prueba de esto son las tres películas que abren este post. Producción irregular e indisciplinada, todavía no apta para festivales, les falta un toque, pero muy consciente de la elocuencia de la imagen y la incisión de la palabra, y, sobre todo, del valor de la presencia simultánea de dos o más factores de la acción en un mismo plano.

Ayer se dio a conocer en un blog furiosamente antikirchnerista la película Néstor Kirchner, de Adrián Caetano. El director la había hecho por encargo del Chino Navarro y el Topo Devoto, con la asistencia de dirección de Florencia Kirchner y guión de Ricardo Forster y Carlos Polimeni. Pero algo pasó para que una vez terminada los productores se echaran atrás. No lo sabemos. Al final le encargaron a Paula de Luque que hiciera otra y la versión de Caetano quedó guardada en una (o dos) computadoras. ¿Por qué? Yo se lo pregunté a Navarro.

- Vos hablaste de la etapa con Adrián Caetano, que aparece en los títulos finales como director de la primera etapa. ¿El llegó a tener una versión terminada de la película?

- Así es, si, una versión que a nosotros no nos parecía que cumpliera las expectativas que nosotros teníamos de la película. En aquel momento yo creí que la culpa mayor era del Topo y mía porque no habíamos sabido explicar qué buscábamos. Y un año después le agrego que influyó mucho el hecho de estar muy encima del momento de la ida de Néstor. Paula la tomó un año después y esa distancia nos permitió trabajar con más tranquilidad, mientras que en el caso de Adrián nosotros estábamos muy encima y eso atentó con lo que nosotros esperábamos de la película. Adrián hizo un buen trabajo, es un hombre talentoso y terminamos la relación en muy buenos términos, incluso queríamos que él siguiera, pero él tenía compromisos contraídos con anterioridad.

- Y si hay dos películas terminadas, ¿no podrían verse las dos?

- No, no me parece oportuno, quizás más adelante podremos presentarla en público, pero ahora hay que concentrar el esfuerzo en el gran trabajo que hizo Paula.

La versión de de Luque no alcanzó los objetivos. La película de Caetano, como puede verse, no es taaann genial como nos imaginábamos cuando no la veíamos, su línea narrativa es un tanto enroscada y antojadiza, pero es bastante mejor que la de Paula de Luque. Es más política, más abierta a miradas contrastadas, más honesta en los claroscuros, en la exposición de las ambivalencias de la historia peronista. Menos sensiblera también. La emoción, cuando aparece, lo hace por motivos genuinos, sin melosidades. Y no deja de ser kirchnerista. Pero el kirchnerismo suele ser pacato en el plano comunicacional: se anima a muchas cosas en otros planos, pero al comunicar parece agarrarle miedito. Los Kirchner son capaces de compartir un mismo espacio dramático con Bush, con la corporación militar, con los fondos buitres, con la prensa golpista, haciendo y diciendo cosas que ningún otro político se animó a hacer ni decir por décadas. Pero después algo se traba y algunas cosas quedan en el camino, no se dejan ver como realmente son. El no poder mostrar es un síntoma de debilidad. Una experiencia colectiva agitada, estimulante, torrencial, contradictoria, de final incierto, cuando tiene que contarse a sí misma, por alguna razón, se vuelve pacata, miedosa, ñoña. Si no fuera tan así, la película de Caetano tendría que haberse conocido a través de sus propios productores.

Igual, como sea, está bien que se vea.

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