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La visión recuperada

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Sobre La cueva de los sueños olvidados, de Werner Herzog


por Oscar Cuervo

a Roger Koza

Lo que resulta singular en la filmografía de Werner Herzog es su fidelidad a una obsesión: usar el cine como un órgano de visión que extiende la potencia de la mirada humana hasta el límite de lo posible; por esto creo que corresponde muy bien llamarlo un cine visionario. Nada de lo que Herzog nos hace ver es un "invento" suyo (en el sentido en que Javier Porta Fouz y Leonardo D'Espósito celebraban la invención de un nuevo universo en el Avatar de James Cameron), todo lo que se ve en el cine de Herzog existe en nuestro universo y en nuestro planeta; y en esto parece ser el realista más radical, contra todas las apariencias de "delirio" con que suele asociarse su obra. Sólo que desde hace años Herzog viene errando por el mundo en busca de aquellas imágenes "vírginales" que invocaba en una conversación ya célebre. La lucha de Herzog, reconocible desde Fata Morgana hasta The wild blue yonder, no consiste de ningún modo en viajar en busca de imágenes extravagantes (como si fuera un Pino Solanas de la deformidad), sino en reactualizar cada vez la mirada atónita de la primera proyección de la llegada del tren a la estación. Ver no para reconocer, sino para des-conocer. Lo extraño, nos invita a pensar, no es ningún mundo imaginario, sino este mundo nuestro. No hace falta desarrollar técnologías costosas, sino tan solo salir a la busca de las imágenes. Y algo más todavía: hay que usar la cámara para descubrir lo alucinante en lo real.

El cine, desde que existe, está tironeado por esas dos fuerzas aparentemente contrapuestas: lo real y la alucinación. El momento "real" (la huella de la luz sobre el soporte de la imagen, huella impresa en el momento del registro) y el momento "alucinatorio" (cada espectador alucina, por una deficiencia de la percepción humana, un movimiento allí donde sólo hay imágenes quietas o, con la tecnología digital, un rapidísimo barrido de puntos). De modo que la magia del cine es posible porque se superponen dos proyecciones simultáneas: el haz de luz que atraviesa la sala hacia la pantalla y la impresión de movimiento que el espectador "proyecta" sobre la pantalla. Es una verdadera lucha de titanes entre lo real, mecánica o electrónicamente capturado, y el sueño, ese real otro. Cualquier película contiene ambos principios: por más obsesivo que sea el control de la puesta en escena por parte del cineasta, el cine está vivo en la medida en que se escapa de las manos a todo control.

Los dos párrafos anteriores fueron escritos -con levísimas variantes- hace dos años a propósito de la coincidencia en las carteleras porteñas de Avatar y un ciclo de documentales de Herzog. Pero viene totalmente a cuento ahora que se acaba de estrenar La cueva de los sueños olvidados, su primera película en 3D. Y el lugar por el que le quiero entrar al asunto es la última frase del párrafo anterior: el 3D herzoguiano descontrola el funcionamiento perceptivo del espectador. La clave misma de la película se muestra en ese leve desfasaje que se produce continuamente entre el dispositivo tecnológico del 3D y el acomodamiento de la mirada para hacer legible la imagen de manera clara y distinta. Nuestra mirada cotidiana se fue educando para producir esas reestructuraciones bruscas de figura y fondo sin necesidad de pensarlo. Supongo que cuando éramos bebés, cuando estábamos descubriendo el mundo y simultáneamente aprendíamos a mirar, el mundo, nunca más cerca de la mirada animal que en ese momento, debía estar siempre desbaratándose para nuestros ojos. Eso es lo que parece cifrarse en la mirada perpleja de los bebés, algo que después de siglos de filosofía podríamos denominar "asombro", pero que en el tiempo real de la mirada del niño es el propio mundo haciéndose, deshaciéndose y rehaciéndose ante sus ojos. En ese momento no contamos aún con la idea de mundo, ni con la idea de objeto, ni con la idea de yo, así que todo es un gran despelote.


En las películas habituales que vemos en 3D esas cosas no pasan, porque cada plano está minuciosamente calculado para darnos una visión consistente. En el 3D de Herzog eso pasa, no porque no haya logrado esa pericia técnica, sino porque el rumbo mismo de su autoría busca la inconsistencia de la visión y esta película es el destino natural de este rumbo de años. El Epílogo de La cueva de los sueños olvidados acentúa esa inconsistencia hasta el paroxismo. Allí Herzog se sumerge en el habitat enrarecido de los lagartos albinos, esas criaturitas nacidas para ir a parar a la cinematografía herzoguiana. "¿Qué es lo real? ¿qué es ilusorio? ¿se encontrará el lagarto con su auténtico doble (Doppelgänger es la palabra que él utiliza en su lengua natal) o sólo se enfrenta a su propio reflejo?". El momento es desconcertante por donde se mire, porque nada hace prever en el transcurso de la película la irrupción de los lagartos albinos, ni tampoco es inmediatamente comprensible la analogía que Herzog propone entre la mirada del humano y la mirada de este ser mutante; pero sobre todo porque la imagen alcanza en ese momento el colmo de la inestabilidad y las coordenadas espcaciales se nos licúan ante los ojos. Esas imágenes dislocadas son, en un sentido, altamente alucinógenas, pero, en otro sentido, son las más realistas que el cine haya logrado, porque el mundo y la mirada del mundo se muestran entonces en su insanable inconsistencia. La voz en off de Herzog nos pregunta si no seremos sin saberlo nosotros mismos los lagartos albinos que miramos este mundo extraño. El salto que en ese momento da la película es brutal, porque hace alusión al surgimiento mismo de la mirada, no solo a nivel individual, sino en el plano más amplio de la especie humana. ¿Puede filmarse el nacimiento de la mirada humana emergiendo desde el fondo oscuro de la naturaleza? Ese nacimiento no es una transición sino un salto. Y la película de la que estamos hablando no cuenta simplemente el hallazgo de unas pinturas rupestres muy antiguas en el fondo de una cueva -"una cápsula de tiempo". Lo que Herzog se propone -y creo que lo consigue- es aproximarnos a ese momento vacilante que precede al nacimiento de la mirada humana, un acontecimiento ocurrido hace 40.000 años en la visión de un contemporáneo nuestro, que estaba inventando al mismo tiempo el arte de la pintura y el cinematógrafo. Y que vuelve ocurrir en nuestra mirada cuando vemos La cueva de los sueños olvidados. (continuará)


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