Más sobre La cueva de los sueños olvidados
por Oscar Cuervo
Hace unos meses conversábamos con Roger Koza a propósito del 3D y me acuerdo que él se preguntaba cómo sería una película de Sokurov en ese formato. Todavía no lo sabemos, pero ahora veo que la pregunta abría una dirección fructífera: la tecnología por sí sola no puede engendrar la maravilla, pero un autor puede abrir, desvelar, desencadenar o inventar (elíjase el verbo que se prefiera) usos, funciones y sentidos inesperados para las imágenes producidas por medio de las nuevas tecnologías. Un autor puede expandir el ser de la imagen cinematográfica, hasta un punto en que ningún ingeniero o grupo de diseñadores de la imagen podrían hacerlo.
Herzog parece haber nacido para hacer La cueva de los sueños olvidados, podría decirse que la dirección de su autoría, desde hace 40 años, desde Fata Morgana, reclamaba llegar a este punto. El 3D no es en este caso solo una técnica (aunque obviamente es la técnica). La mirada estereoscópica que el 3D permite es el asunto mismo del film. Solo en una primera lectura el asunto de la película son las pinturas rupestres, realizadas hace más de 30.000 años por nuestros antepasados y descubiertas hace pocos años por un grupo de exploradores en una cueva oculta en el sur de Francia. Sería una mirada reduccionsita pensar que se trata de un objeto arcaico y exótico filmado con tecnologías novedosas. La clave constante de Herzog es que la mirada cinematográfica (ese dispositivo que vincula una cámara, un camarógrafo, el proyector de una sala y un espectador, todos estos elementos alineados en una constelación y solo separables de modo abstracto) abre un mundo que de otra manera permanecería cerrado. Esta película solo puede hacerse en 3D, porque su asunto propio es la percepción humana; o el asombro entendido como experiencia de la mirada. Herzog no filma apenas rastros de eventos ocurridos hace miles de años atrás, tampoco se trata del mero registro de la expedición realizada por un grupo de científicos acompañados por un cineasta.
El genial artista desconocido de la cueva ha usado la irregularidad de la superficie y la profundidad del espacio no como meros soportes de las imágenes (como se usa modernamente la tela de una pintura), ya que el volumen de las paredes rocosas y su textura fueron integradas para dar tridimensionalidad y una textura única a cada diseño; parece haber previsto también que las figuras mutarían cuando se variase la perspectiva desde las que se las mirara y cobrarían vida con el reflejo de las antorchas con que iluminaban la cueva. Es seguro que las sombras de los hombres que observaban esas pinturas se integrarían a la imagen en la intención original del artista. Por eso, Herzog cree encontrar en esta disposición de los elementos sensibles el origen remoto del cine.
El genial artista desconocido de la cueva ha usado la irregularidad de la superficie y la profundidad del espacio no como meros soportes de las imágenes (como se usa modernamente la tela de una pintura), ya que el volumen de las paredes rocosas y su textura fueron integradas para dar tridimensionalidad y una textura única a cada diseño; parece haber previsto también que las figuras mutarían cuando se variase la perspectiva desde las que se las mirara y cobrarían vida con el reflejo de las antorchas con que iluminaban la cueva. Es seguro que las sombras de los hombres que observaban esas pinturas se integrarían a la imagen en la intención original del artista. Por eso, Herzog cree encontrar en esta disposición de los elementos sensibles el origen remoto del cine.
Así como las pinturas de estas cuevas fueron concebidas hace miles de años para constituirse desde una mirada, el ente sobre el cual la película de Herzog nos incita a pensar no es algo objetivo que pudiera hallarse en esos dibujos, sino la propia mirada del espectador: lejos de asombrarnos por la extrañeza de un hecho ocurrido hace 30.000 años, lo asombroso es el mundo mismo en tanto presente para una mirada.
Si durante décadas el propósito de Herzog fue desnaturalizar las imágenes del mundo, recuperar la extrañeza no solo del reino natural y de los paisajes agrestes, sino también enrarecer el aspecto de nuestra propia civilización (¿quién mira a quién en Strozseck? ¿Y en El enigma de Kaspar Hauser?), ahora, con la incorporación del 3D usado como extensión de la mirada humana en interacción con la intervención de estos artistas, tan remotos en el tiempo pero tan cercanos en el pensamiento, Herzog ya puede hacernos extrañar de nuestra mirada misma.
Mientras hay directores que tratan de recuperar el asombro de las primeras proyecciones del cine, cuando aún no se sabía lo que el cine podría llegar a ser, Herzog parece en La cueva de los sueños perdidos mucho más ambicioso: trata de recuperar el asombro por la mirada, por este misterio insondable que significa mirar, como si fuéramos bebés, por primera vez.