por Julieta Eme
(Viene de acá)
Era un viernes a la noche. Volvía del cine. Cuando estaba abriendo la puerta de entrada de mi departamento, sentí su olor inmundo. Habían pasado seis meses desde la conversión. Durante esos meses, me había ilusionado con no volver a cruzármelo nunca. Entré y cerré la puerta. No lo vi enseguida. Desde el pequeño pasillo de entrada de mi casa no se ve el living. Dejé la mochila en el piso. Me saqué el abrigo y lo colgué. Avancé unos pasos y lo vi. Estaba parado al lado del sillón, junto a la ventana, por donde había entrado, seguramente. Siempre dejo las ventanas abiertas. Me gusta que la casa esté ventilada. Las luces de la terraza del edificio de enfrente iluminaban un poco la oscuridad del living.
Era un viernes a la noche. Volvía del cine. Cuando estaba abriendo la puerta de entrada de mi departamento, sentí su olor inmundo. Habían pasado seis meses desde la conversión. Durante esos meses, me había ilusionado con no volver a cruzármelo nunca. Entré y cerré la puerta. No lo vi enseguida. Desde el pequeño pasillo de entrada de mi casa no se ve el living. Dejé la mochila en el piso. Me saqué el abrigo y lo colgué. Avancé unos pasos y lo vi. Estaba parado al lado del sillón, junto a la ventana, por donde había entrado, seguramente. Siempre dejo las ventanas abiertas. Me gusta que la casa esté ventilada. Las luces de la terraza del edificio de enfrente iluminaban un poco la oscuridad del living.
- ¿Cuántos somos?
- ¿Cuántos te imaginás que somos?
- Un millón.
- Qué imaginación. No. Ahora debemos ser menos de cien.
- ¿Hay otras mujeres?
- Muy pocas.
- ¿Hay alguna en esta ciudad?
- No. Sólo somos vos y yo en esta ciudad.
Me sentí muy sola de pronto. Bajé la vista. Tenía ganas de llorar.
- ¿Podés estar al sol?
- Sí, el sol no me hace nada.
- Tuviste suerte. No todos son tan afortunados. ¿Y podés comer?
- Sí, puedo comer normalmente.
- ¿Cada cuánto te alimentás?
- Una o dos veces al mes.
- Veo que estás bien entonces. Sentía curiosidad por saber cómo había resultado la conversión.
- Creo que resultó bien.
- Sí, en tu caso sí.
- Sigo con mi vida normal. Salgo a correr a la mañana. Doy clases a la noche.
- La mayoría de los nuevos vampiros sienten culpa las primeras veces que se alimentan…
- Y sí… soy profesora de ética además…
- Entiendo… yo enseñaba música.
- La última vez que me alimenté, lo hice con un hombre que estaba atacando a una mujer. Sentí menos culpa...
- Está bien. Hacé lo que tengas que hacer.
Su mirada se desvió hacia unos libros, apilados sobre mi escritorio.
- ¿Cuántos años tenés?
- Tenía 37 cuando me convirtieron. Y llevo más de 500 como vampiro.
- ¿Todos los vampiros viejos son como vos?
- No, no todos. ¿Por qué? ¿Tenés miedo de ser tan horrible como yo cuando seas vieja?
Miró hacia la ventana. Inesperadamente, parecía triste.
- No todos los vampiros llegan a viejos. Nuestra vida es frágil. Todo está en el poder de la voluntad. La voluntad es todo para un vampiro.
- ¿Soy la primera persona a la que convertís?
- Por supuesto que no.
Después se movió por primera vez desde que había comenzado nuestra charla. Caminó unos pasos y se sentó en el sillón.
- Acercate.