por Oscar Cuervo
David Fincher es uno de los grandes sobrevalorados de la época. ¿Cuál es el misterio que se esconde detrás de la opinión muy extendida de que se trata de un cineasta "personal", que "sabe filmar como pocos" y que lleva a cabo "puestas en escena meticulosas"? La idea de saber filmar es francamente tonta. ¿En qué consiste saber hacerlo? ¿Y qué es una puesta en escena meticulosa? El meticulómetro, bien pensado, es el criterio del lenguaje publicitario. Es allí donde el mínimo aspecto y el detalle ínfimo adquieren una importancia crucial. No hay puestas en escena más meticulosas que las de los spots publicitarios. Pero en ese mundo, la meticulosidad tiene un fundamento: cada segundo de publicidad vale miles o millones de dólares, por eso es que la imagen publicitaria está asfixiada por el cálculo. Pero lo cierto es que, si bien podemos objetar la publicidad desde el punto de vista ideológico o estético, ningún director de cine publicitario se inquietaría por ello: porque el valor en juego en ese terreno es la eficacia en el mercado. Y no se puede negar que ese cálculo resulta ser bastante eficaz.
Otra cosa es el cine. La meticulosidad de un spot de 1 minuto no funciona cuando hay que estirarla hasta dos horas y media. Y es evidente que en La chica del dragón tatuado, por más meticuloso que sea en la composición de cada plano y cada corte de montaje, las carencias de Fincher quedan expuestas de un modo despiadado. La estrategia con que abordó la difícil tarea de trasladar una novela llena de peripecias y una película ya filmada a partir de ella, muestra que Fincher tiene una concepción pueril del cine. Por ejemplo: si hay que narrar muchos acontecimientos, si hace falta proveer de numerosos detalles argumentales en el fondo insignificantes pero distractores del vacío que habita en el el centro del film, entonces Fincher adopta el apuro de la sucesión de planos. Apuro no es ritmo, aunque el cine de Hollywood actual los confunda. Hay que hacer que pasen muchas cosas, que se explique todo el tiempo, que se añadan detalles irrelevantes en cada escena, para mantener la atención del espectador entretenida, para no darle tiempo a pensar que esos detalles no tienen la mínima importancia, que 10 detalles son la reproducción en serie de un detalle banal y que ese apuro por llegar antes a la estación Nada, termina por aburrir mucho antes de lo coveniente.
No leí la novela de base ni vi la película original. La mucha o poca fidelidad de Fincher respecto de sus antecesores me tiene sin cuidado: no sé si es peor o mejor que el libro o la película sueca: sé que lo que él hace aquí de todos modos es mediocre, que un guión así de esquemático y atiborrado de explicaciones, tan pobre en la concepción de personajes, tan poco interesante en el mundo que nos muestra, no podría llevar jamás a una película aceptable. Y que el aporte de Fincher a esas ideas ajenas es apelar a recursos vetustos y previsibles: el montaje alterno, el ritmo de las secuencias subordinado a la cantidad de información que es necesario mandar, el énfasis de la música, los subrayados fotográficos que dan a entender que el mundo es oscuro porque la iluminación es oscura y la lamentable idea de que si hay mucho que explicar, entonces hay que explicarlo rápido.
El resultado es un pastiche entre comic y policial de intriga (ese whodunit que tan bien desbarató Hitchcock en... ¡la década del 30!) que no termina de integrarse jamás en un todo consistente. ¿Hay algo interesante? El diseño visual del personaje de Lisbeth podría funcionar en manos de un director con cierto vuelo como Cristopher Nolan (y ojo que nombro a uno que no es santo de mi devoción), pero aquí queda como una incrustación fallida en el terreno de un enigma a resolver (quién es el asesino) cuya resolución no puede sino desilusionar: se sabe desde hace décadas que en los whodunit el asesino no debe ser nunca el que a primera vista parecía, por lo que generalmente toda la gracia está en que el asesino sea el que está en tercer o cuarto lugar en el ranking. Cosa que se adivina demasiado pronto.
La chica del dragón tatuado es un cine viejo (la estructura alterna tiene ya un siglo de vida) y mal resuelto. Que se elogie la magistralidad de una fotografía solo por ser oscura y virada al azul, que se destaque el uso de una música solo porque enfatiza la oscuridad de la iluminación, que el relato se prolongue por casi media hora una vez que el enigma ya está aclarado y sobre-explicado, demuestra que Fincher carece de la mínima autoconciencia de sus posiblidades y abunda en recetas mal aprendidas.