Patologías culturales
La parresía socrática y el cinismo de Diógenes: dos formas de vivir una vida verdadera. Sócrates, condenado a muerte por Atenas, busca aún en su muerte el encuentro con la comunidad: cree que vivir verdaderamentente es poder mostrar lo que es sin ocultamiento: y eso implica morir ante los otros, apostando a que su muerte puede ser un mensaje veraz para la ciudad que lo condenó. Su heroísmo consiste en ofrecerse a Atenas como testimonio, incluso cuando Atenas le ordena morir. El apuesta a que finalmente los atenienses comprendan el error de haberlo condenado. Por eso no podría jamás aceptar huir de su celda para salvarse. La verdadera salvación es morir, así es como cuida su vida, viviéndola verdaderamente hasta el último instante. Huir sería ocultarse, pero para Sócrates la verdad es exposición. Se preparó toda la vida para eso: para morir como vivió. Y muere.
La parresía socrática y el cinismo de Diógenes: dos formas de vivir una vida verdadera. Sócrates, condenado a muerte por Atenas, busca aún en su muerte el encuentro con la comunidad: cree que vivir verdaderamentente es poder mostrar lo que es sin ocultamiento: y eso implica morir ante los otros, apostando a que su muerte puede ser un mensaje veraz para la ciudad que lo condenó. Su heroísmo consiste en ofrecerse a Atenas como testimonio, incluso cuando Atenas le ordena morir. El apuesta a que finalmente los atenienses comprendan el error de haberlo condenado. Por eso no podría jamás aceptar huir de su celda para salvarse. La verdadera salvación es morir, así es como cuida su vida, viviéndola verdaderamente hasta el último instante. Huir sería ocultarse, pero para Sócrates la verdad es exposición. Se preparó toda la vida para eso: para morir como vivió. Y muere.
Diógenes, en cambio, practica la vida verdadera de otro modo. Mostrando lo que él es, sin ocultarse, aun cuando eso sea inaceptable para la ciudad. Por ende, al revés que Sócrates, Diógenes busca en su vida el choque con la comunidad. Solo en la chispa que produce el choque con las costumbres establecidas refulge la verdad. Y su verdad es impugnación de la hipocresía comunitaria. Su modo de ser con los otros es chocar con ellos, volverse inaceptable para ellos. Esa es la verdad de la vida cínica. Cínico, del griego κύων kyon: ‘perro’. Vivir como los perros, en la calle, o quizás vivir con los perros. El cínico es el hombre del bastón, el hombre del manto, el hombre de las sandalias o los pies descalzos, el hombre de la barba hirsuta, el hombre sucio. Es también el hombre que vagabundea, el que carece de toda inserción, aquel cuya veracidad consiste en despojarse de lo superfluo para mostrarse tal como es, sin disimulo. No tiene ni casa ni familia ni patria. El despojarse significa no tener morada y por extensión, no aceptar la moral. Pero no por inmoralidad, sino en pos de una ética de naturalidad extrema: ser estrictamente lo necesario y hacer también sus necesidades (defecar, masturbarse) en público. Una manera peculiar de la vida filosófica: cuidar de sí escandalizando a la comunidad, mostrándole lo que la comunidad usualmente oculta o esconde bajo la alfombra. Aquel cinismo clásico de Diógenes deberá pasar por muchas transformaciones semánticas para degradarse en el cinismo posmoderno que, a diferencia de Diógenes, se entrega con descaro a una vida falsa y, paradójicamente, se vuelve por ello profundamente conformista; pero dejemos al cínico de hoy y tengamos un buen recuerdo del viejo, querido e insoportable Diógenes: el precursor de todos los escandalizadores, de los artistas malditos, de los santos hirsutos, de los militantes revolucionarios, de los artistas que convierten su vida en obra. Diógenes, querido, el padre de todos los grandes malditos.
Clickear acá para escuchar nuestra conversación filosófica del 10/8/13.
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Foucault en El coraje de la verdad propone la tesis de que el cinismo clásico encuentra continuidad en otras formas de vida verdadera en nuestra cultura occidental: las posteridades del cinismo. El martirlogio cristiano, la vida del militante revolucionario y la del artista romántico. De la vida del militante revolucionario, en tanto encarna en su vida la verdad de su pensamiento, para transformar la sociedad, revolucionar y revolucionarse como parte de un mismo cuidado de sí y de los otros. Foucault distingue tres formas de militancia revolucionaria. La palabra "militancia" guarda distintas connotaciones que a veces conviven y a veces chocan entre sí.
- La vida militante en sociedades secretas, vida clandestina en la que los revolucionarios se ocultan para conspirar, con el fin de derribar el orden establecido; avatar de la vida revolucionaria más típico del siglo 18: para complotar contra la sociedad presente y visible, se construye una sociedad invisible. Era típico de los revolucionarios del siglo 18 organizarse en logias secretas.
- Con la aparición de los partidos y los sindicatos, la militancia organizada y visible: la revolución instituida. La revolución, para obtener sus fines, necesita hacerse visible e instituirse. Foucault sitúa esta forma de militancia como típica de los partidos de izquierda y los sindicatos del siglo 20.
- Y por último, la que parece interesarle más a Foucault y la que puede mostrar lazos más evidentes con la vida del cinismo clásico, la militancia como testimonio por la vida, como estilo de existencia. Práctica no instiutida sino instituyente, la del que vive revolucionándose. La vida disruptiva, del que está contra lo instituido, inclusive chocando contra la organización revolucionaria insituida. El militante que tiene la revolución como estilo de vida tiene que chocar también contra el partido revolucionario, desorganizarlo. Son dos "momentos" de la vida revolucionaria (para decirlo no foucaultiana, sino hegelianamente) que se excluyen y a la vez se necesitan. Tomados abstractamente -digo yo-, cada uno de ellos puede llevar hacia una forma de falsificación, precisamente lo contrario de lo que la vida cínica quiere lograr. La militancia organizada puede derivar en una forma burocrática y en el fondo conformista, un sub-grupo dentro de la organización social general. Podemos pensar en el aburguesamiento de los Partidos Comunistas europeos, dice Foucault.
Y nosotros, desde aquí, podemos agregar otra prevención: el gesto del militante que hace de la revolución un estilo de existencia puede degradarse en lo que hoy conocemos como "transgresor", incluso en la transgresión "políticamente incorrecta". El estilo de vida que se vuelve una mueca abstracta, del que transgrede porque sí, el que transgrede lo que sea. El que preserva su transgresión contra todo proyecto comunitario también puede incubar un insanable conformismo consigo mismo. De estos transgresores está llena la posmodernidad y más vale no nombremos a ninguno que tengamos demasiado cerca... Pero Foucault prefiere pensar en un radicalismo revolucionario lindante con el anarquismo, el nihilismo, el terrorismo. Una especie de teatro militante de la crueldad, cuyos ejemplos extremos serían algunos personajes de Dostoievski o el mismo Antonín Artaud.
Y nosotros, desde aquí, podemos agregar otra prevención: el gesto del militante que hace de la revolución un estilo de existencia puede degradarse en lo que hoy conocemos como "transgresor", incluso en la transgresión "políticamente incorrecta". El estilo de vida que se vuelve una mueca abstracta, del que transgrede porque sí, el que transgrede lo que sea. El que preserva su transgresión contra todo proyecto comunitario también puede incubar un insanable conformismo consigo mismo. De estos transgresores está llena la posmodernidad y más vale no nombremos a ninguno que tengamos demasiado cerca... Pero Foucault prefiere pensar en un radicalismo revolucionario lindante con el anarquismo, el nihilismo, el terrorismo. Una especie de teatro militante de la crueldad, cuyos ejemplos extremos serían algunos personajes de Dostoievski o el mismo Antonín Artaud.
En el dilema entre una militancia instituida y organizada y otra extremistamente corrosiva, en nuestra conversación en Patologías, se nos ocurrió, ya saliendo del texto de Foucault, pensar en la discusión que entablaron hace unas décadas Neil Young y John Lennon, alrededor de la frase de una canción del primero: "mejor arder que desvanecerse" (My my hey hey). Lennon se enojó con Young: "No creo en esa frase, y si Neil cree que es mejor arder, ¿por qué no arde él? Yo no creo en el tipo que se incinera, sino en el soldado que sobrevive para envejecer peleando". Decía Lennon. Y después de todo Neil ha terminado por ser ese viejo combatiente que en lugar de incinerarse en un estallido se volvió viejo combatiendo, sin, afortunadamente, desvanecerse.