El chico de la bicicleta, final del ciclo de los Dardenne en la Biblioteca Kierkegaard
Los hermanos Dardenne son campeones mundiales de cinematografía. Conjugan habilidad, inteligencia, emoción, jogo bonito y goles. Tienen la delantera más goleadora (históricos triunfos artísticos en La promesa, Rosetta, El niño, y su apoteótica obra maestra, El hijo) y la valla menos vencida (una sola derrota: El silencio de Lorna). Cuando se pasa una película de ellos, es probable que se trate del acontecimiento cinematográfico más relevante del día. Este es el caso: este viernes en la Biblioteca Kierkegaard proyectamos su última película hasta el momento, El chico de la bicicleta (a las 19:30 en Carlos Calvo 257, con debate posterior). ¿Cómo no recomendarla?
Los Dardenne son tipos simpáticos, se los ve bromear a menudo; dicen que toman cierta distancia del dramatismo de sus personajes de ficción, que se ríen un poco cuando piensan en sus películas. Pero es evidente que se toman en serio su trabajo de cineastas, tienen algunas normas muy rigurosas que saben explicar con sencillez. Lo que no resulta probable es que en esas normas esté todo el misterio de su arte. Sus películas son demasiado buenas, demasiado intensas, lo mejor que se filma en el mundo actual y sobre el mundo actual. Entonces debe haber un secreto bien guardado, quizá tan bien que ni siquiera ellos sepan de qué se trata. Cuando en 2011 vinieron a presentar El chico de la bicicleta los vi en su masterclass en el cine Gaumont.
La película es, como quedó dicho, extraordinaria. Que los Dardenne hagan películas extraordinarias ya no resulta extraordinario (salvo El silencio de Lorna, que tiene 40 minutos iniciales extraordinarios y después no puede sostenerse). Cuando vinieros Buenos Aires les dio un cariñosísimo recibimiento. La cola para asistir a la charla previa era kilométrica y dos de cada tres personas que se arrimaron a Congreso quedaron afuera. A los Dardenne, pasión de multitudes, se los veía divertidos por el interés desbordante que provocan acá, los forcejeos para entrar a escucharlos, como si fueran grandes rockstars. En cierta forma lo son. En su cine austero, muy apegado a una observancia severa, hay algo del rock and roll que el rock and roll ya perdió.
Los secretos que revelan en su charla: ensayan mucho con los actores, sin la presencia del equipo técnico. Construyen las líneas principales de sus films a partir de ciertas acciones físicas de los personajes: es más importante verlos moverse que hablar de su psicología, descubrir gestos y posturas de los actores que les van a dar vida. No hablan de psicología con los actores, hay que evitar que representen (cuando tienen que nombrar cineastas influyentes, nombran, previsblemente, a Bresson y Rosellini; no tan previsiblemente a Kieslowski y "el cine japonés"). Uno de los dos, no sé si Luc o Jean Pierre, dice que son cineastas rumiantes: parten de una idea, empiezan a trabajar con los actores, filman ellos mismos los ensayos, rumian, descubren cómo va a ser la película mientras la filman. La clave más importante la aprendieron después de hacer una primera película de ficción que juzgaron totalmente fallida (y no se vio por acá); ahí se dieron cuenta, porque un actor se los marcó, que no tienen que volverse burocrátas del guión durante la filmación, que tienen que estar atentos a lo que está pasando en ese presente estricto, que tienen que alejar de los actores toda pretensión de pensar en una idea de los personajes, de su pasado, o de los conflictos que viven, que solamente tienen que estar ahí.
Estar ahíes un concepto que repiten varias veces: ellos mismos se proponen dejar a sus actores estar ahí, mientras los filman, no importa que sean grandes estrellas como Cécile De France o niños sin experiencia cinematográfica como Thomas Doret, el problema es siempre lograr que estén ahí. Los técnicos lo mismo. El cámara y su ayudante se incorporan cuando el trabajo físico con los actores está bastante definido y no pueden, bajo ninguna circunstancia, interferir con indicaciones técnicas sobre lo que tienen que filmar: tienen que estar ahí. Filman cámara en mano y eso representa una evidente dificultad, un estado de estrés que los Dardenne hacen valer en favor del dramatismo de sus películas.
Estas son algunas de las cosas que dijeron el 30 de noviembre de 2011 en la charla, y todo esto se nota en los espléndidos resultados de una película como El chico de la bicicleta. Pero debe haber un misterio que quizá ni ellos mismos sepan. Diego Battlle les preguntó si se reparten los roles en el rodaje, si alguno se encarga más de los actores y el otro de la cámara. Uno de ellos, no sé cuál, responde terminante: la respuesta es fácil y corta: los dos hacemos todo. Y ambos sonríen.