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FRAGMENTO EPISTOLAR, AL MUCHACHO CODIGNOLA
Querido muchacho, sí, de acuerdo, encontrémonos,
pero no esperes nada de este encuentro.
A lo sumo, una nueva desilusión, un nuevo
vacío: de esos que hacen bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el cuarentón y el de diecisiete
pueden, cierto, encontrarse balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos decenios, una vida entera,
y que hasta pareciera que son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas inciertas,
árida de llanto y ganas de estar solos
-revela la irremediable disparidad.
Y, encima, tendré que hacerme el poeta
padre; y después replegarme en la ironía
-que te incomodará: siendo el cuarentón
más alegre y joven que el de diecisiete,
ya dueño él de la vida.
Aparte de esta apariencia, de estos rasgos,
no tengo otra cosa que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
lo tengo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulos y mentón,
bajo la boca torcida a fuerza de sonrisas
tímidas, y el ojo que ha perdido
su dulce, como un higo ácido,
te parecerían el retrato
mismo de aquella madurez que te hace mal,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo simplemente entristecido
en la magritud que le devora la carne?
Lo que él ha dado lo ha dado, el resto
es árida piedad.
* Pier Paolo Pasolini, Publicado en Poesía in forma di rosa, 1961-1964. (Traducción: Ana Fioravanti)