por Julieta Eme
Hasta hace pocos años, la filosofía política estaba dominada por las teorías de la justicia locales o “domésticas”, es decir, teorías de la justicia que pretendían responder a la pregunta de qué sociedad es justa o cuándo podemos decir que un orden institucional local o “doméstico” es justo. Ante esta pregunta, existen muchas respuestas, dependiendo del filósofo o la filósofa que responda. La respuesta contemporánea más significativa la dio John Rawls (1921-2002) en su libro Teoría de la Justicia, publicado en inglés en 1971, en el cual hace una defensa del Estado de bienestar.
En 1999, Rawls publicó otro libro, El derecho de gentes, que pretendía ocuparse de lo que ahora se llama justicia internacional o “global”. La justicia global, por oposición a la local o doméstica, pretende responder a la pregunta de qué orden institucional global es justo o cuándo podemos decir que un orden institucional global es justo. El filósofo más prominente en esta área de la filosofía política es Thomas Pogge (nacido en 1953). Lo que hace Pogge es señalar qué rasgos o factores de nuestro orden institucional global actual son injustos y argumentar por qué.
A pesar de ser un discípulo de Rawls, Pogge es muy crítico de la posición que asume este filósofo en el ámbito internacional. La pregunta que parece ser el puntapié inicial de los debates acerca de la justicia global es la siguiente: ¿qué es lo que hace que algunos países sean ricos y estables y otros sean pobres e inestables? De nuevo, ante esta pregunta, existen muchas respuestas, dependiendo del filósofo o la filósofa que responda. La respuesta de Rawls (que ciertamente ha dominado los debates sobre justicia global) es que lo que hace a algunos países ricos y a otros pobres es la calidad de sus instituciones y la calidad de sus habitantes. Rawls dice: “Creo que las causas y las formas de la riqueza de un pueblo radican en su cultura política y en las tradiciones religiosas, filosóficas y morales que sustentan la estructura básica de sus instituciones políticas y sociales, así como la laboriosidad y el talento cooperativo de sus gentes, fundados todos en sus instituciones políticas […]. Los elementos cruciales que establecen las diferencias son la cultura política, las virtudes políticas de la sociedad civil, y la probidad, laboriosidad y capacidad de innovación de sus miembros” (El derecho de gentes, Paidós, 127-128). Rawls nombra a Japón como ejemplo de un país con escasos recursos pero que sin embargo puede “hacerlo muy bien” y a la Argentina como ejemplo de un país con abundantes recursos pero que sin embargo puede “afrontar grandes dificultades”. Esta idea de Rawls acerca de que las causas de la pobreza de los países pobres son exclusivamente internas (vale decir, la calidad de sus habitantes y de sus instituciones) es denominada por Pogge como la “tesis de la causalidad puramente doméstica de la pobreza”. Frente a esta tesis, este último filósofo va a decir algo diferente. Sus ideas acerca de la justicia global están plasmadas fundamentalmente en su libro La pobreza en el mundo y los derechos humanos, publicado en inglés en 2002.
Lo que dice Pogge es lo siguiente: la pobreza no tiene causas domésticas exclusivamente. Si bien es verdad que la persistencia de la pobreza de los países pobres se debe a factores internos, tales como malos gobiernos, corrupción, etc., también es verdad que esos factores internos muchas veces están promovidos y alentados por factores externos, es decir, por rasgos de nuestro orden institucional global. Específicamente, Pogge señala cuatro rasgos de nuestro orden global que contribuyen a la persistencia de la pobreza y promueven malos gobiernos. Estos rasgos son: 1) las negociaciones inequitativas que se dan en la Organización Mundial del Comercio, 2) los tratados sobre derechos de propiedad intelectual (especialmente sobre patentes de medicamentos), 3) las externalidades negativas (como la contaminación, entre otras) que los países ricos imponen a los pobres y por las cuales no pagan nada y, por último, 4) los llamados “privilegios”: privilegios de recursos, de préstamos, de armas y de tratados. La idea de “privilegios” significa que los países ricos reconocen como gobernante de un país pobre a cualquier persona que ejerza efectivamente el poder, independientemente de que esa persona haya llegado al poder como consecuencia de una elección democrática o de un golpe de Estado o de que se preocupe por las necesidades de la población a la que gobierna. De este modo, los países ricos reconocen a estos gobernantes y dictadores el derecho a vender los recursos del país, el derecho a pedir dinero prestado, el derecho a comprar armas y el derecho a firmar tratados internacionales, contrayendo deberes y obligaciones. En un artículo que lleva el mismo título que su libro, Pogge dice: “Estos privilegios internacionales […] que nosotros [los países ricos] extendemos a tales gobernantes son bastante ventajosos para ellos, ya que los proveen con el dinero y las armas que necesitan para permanecer en el poder […]. Estos privilegios son también bastante convenientes para nosotros, ya que nos aseguran las importaciones de recursos desde los países pobres independientemente de quién gobierne o de qué tan mal lo haga. Pero estos privilegios tienen efectos devastadores para los pobres globales, ya que les permiten a los gobernantes corruptos oprimirlos, excluirlos de los beneficios de los recursos naturales de sus países y cargarlos con enormes deudas y onerosas obligaciones de tratados”. Al aumentar los beneficios de ejercer el poder, estos privilegios son un incentivo para los golpistas. Y si la democracia vuelve, los gobiernos democráticos deben asumir las deudas y las obligaciones contraídas por las dictaduras.
Además, a modo de impugnación del status quo, Pogge recuerda que la distribución actual de la riqueza está teñida de una historia violenta plagada de colonialismo, saqueos, matanzas, esclavitud y expropiación de recursos (principalmente por parte de Europa hacia el resto de los continentes).
Para ser breve, la tesis de Pogge es la siguiente: el orden institucional global actual daña a los pobres globales. Los daña porque es injusto. Y es injusto porque viola derechos que el mismo orden institucional global ha reconocido (por ejemplo, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948). Esto puede sonar muy obvio para nosotros, un país en desarrollo o del “tercer mundo”, pero no lo es tanto para los académicos del “primer mundo”. Y por más obvio que nos parezca, es necesario tener argumentos acerca de por qué las cosas son así como uno/a cree que son. Pogge ofrece algunos argumentos en el libro que mencioné más arriba. Estos argumentos han sido y son acaloradamente discutidos. (Una buena entrevista a este filósofo, en su última visita a la Argentina en 2010, puede leerse acá).
Decir que la pobreza de los países pobres no tiene exclusivamente causas internas no significa eximir a las instituciones o gobiernos locales de la responsabilidad por la persistencia de la pobreza. Más bien significa afirmar que tanto las elites políticas y económicas de los países ricos como las elites políticas y económicas de los países pobres contribuyen ambas a la persistencia de la pobreza en el mundo. Que la pobreza tenga causas externas, además de internas, no exime a los países pobres de hacer los cambios necesarios en sus políticas públicas. Del mismo modo, que la pobreza tenga causas internas, además de externas, no exime al orden institucional global de hacer los cambios necesarios, de modo que se vuelva un orden más justo. Acerca de cómo pueden lograrse estos cambios la respuesta no es mágica: presionando.
Otros filósofos afirman que las ideas de Pogge acerca de la justicia global no son factibles o que son impracticables. Afirman que para que estas ideas sean factibles, tienen que ser “realizables sin crear costos indebidos”. Y para estos autores, las modificaciones del orden institucional global que proponen las ideas de Pogge (esto es, la eliminación o corrección de los cuatro rasgos mencionados arriba) crean costos excesivos (presumiblemente para los países ricos). Esta crítica es inaceptable. Sería como si alguien dijera que las ideas abolicionistas no eran factibles porque las modificaciones que esas ideas proponían (la eliminación del sistema esclavista) creaban costos excesivos (para los dueños de los esclavos). Nadie aceptaría esto. La esclavitud estaba mal. El abolicionismo era correcto. Y más tarde o más temprano la esclavitud se abolió en todas las partes del mundo.
La justicia global no es impracticable. Lo que hay es falta de voluntad para practicarla.