por Oscar Cuervo - Fotos y video: Willy Villalobos
Cualquier lector asiduo de La otra conoce la devoción que nos despierta Palo Pandolfo. Pero enterarnos del ciclo de verano que Palo está dando junto a Leo García en el Tasso nos dio una curiosidad grande. ¿Cómo iban a acoplarse dos personalidades tan distintas? Uno que emergió del corazón dark de los 80 pero asimilando la mejor tradición setentista (del Tata Cedrón hasta Pescado Rabioso), el otro una especie de hermano mayor o tío joven de Miranda, adelantado en la vertiente del pop diverso. ¿Compartirían tan solo fecha, uno después del otro, sin cruzarse en el escenario? ¿Y si se cruzaran qué saldría de ahí? La respuesta la tuvimos el jueves pasado: se acoplaron a la perfección. Primero fue el turno de Palo en versión acústica, Es fascinante ver a Palo de cerca, rondándole al clima de la canción con la guitarra criolla, mientras su cara va mutando en diversos estados de la deformidad, absolutamente imprescindibles para la emisión de sus voces (como buen poseído por el fantasma de la canción, no tiene voz, sino voces). Palo es un fueye de carne, contrayéndose y expandiéndose, única manera posible de extraer de su cuerpo esos sonidos.
Después viene Leo. Nunca seguí su carrera con atención. Una sola vez lo había visto en vivo, en el CC San Martín, en una especie de tributo a Moris, creo, en el que entonó una vibrante versión de "Escúcahme entre el ruido", unos años antes de que irrrumpeiera en el programa de Pergolini para cantársela en la jeta, después de que el locutor-empresario lanzara una de sus acostumbradas burlitas homofóbicas. Bueno, yo le había visto cantar esa canción antes y me sorprendió bien la garra que le puso. Leo tiene una voz hermosa, clara, potente, de una limpieza que parece el extremo opuesto de la deformidad vocal de Palo. Hace lo suyo también con guitarrita pero, ojo, acompañado de sus máquinas. De pronto deja la guitarra y dispara el ritmo electrónico y García se lanza frenético en su one man discotheque, con su camperita deportiva, su gorrito y su actitud adolescente tardío. Promediando su actuación empiezo a captar el punto de confluencia de Leo con Palo: siendo tan distintos, encarnando experiencias vitales tan dispares, se parecen en su libertad corporal y mental, son tipos que se entregan a sus canciones con todo goce, olvidándose del censor interno que recomienda evitar ciertas posturas o pasarse de la raya. Cero miedo al ridículo, los dos se inmolan en el altar del rock. Palo y Leo, no importa el género musical que hagan, son rock and roll.
Juntos, ya en la tercera parte del show, eso termina de quedar claro. Hacen post-fogón, cada uno con su guitarra y otros amigos, muestran que han asimilado bien la tradición de 50 años de rock nacional y por ahí aparecen el fantasma de Tanguito, de Miguel Abuelo, más las presencias de Charly y Spinetta, más Eduardo Mateo, más Gustavo Cerati. Ni nuevos ni viejos, son clásicos: tipos que no tienen explicar lo que son porque lo exudan.
Capaz que hoy voy de vuelta.