A través del dilema del prisionero (que tan claramente explica Julieta Manterola en este post) la ética utlitarista pretende establecer una regulación para nuestras conductas individuales en la que el egoísmo se haga compatible con el altruismo. Si yo incorporo el interés del otro en un cálculo sobre la consecuencia de mis actos, puedo apostar a que el otro me incorpore en los suyos y así el mundo será más habitable:
"El objetivo del dilema del prisionero es mostrar que guiarnos por el egoísmo es peor que no guiarnos por él. Y es peor no sólo para todos sino para cada uno de nosotros también. Los valores que deben guiarnos son la cooperación y el altruismo. Guiarnos por estos valores implicará algún sacrificio personal (...), pero será mejor no sólo para todos sino también para cada uno de nosotros. Así, en cada una de nuestras reflexiones y decisiones, debemos incorporar siempre los intereses, las necesidades y los deseos de las demás personas (y de todas las criaturas sensibles en general), incluidas las generaciones futuras. Las decisiones y elecciones egoístas sólo pueden llevarnos a la ruina del planeta y de nosotros mismos". (Completo acá)
Al leer el post de Julieta advierto que el dilema del prisionero se mueve en el mismo ámbito problemático que la dialéctica del señor y el siervo de Hegel. Sería su versión bien intencionada. Sería muy largo exponerla en detalles, pero en pocas palabras se trata de la lucha de dos autoconciencias contrapuestas, en la que cada una persigue el ser reconocida por la otra. Cada una necesita, para realizarse, que la otra autoconciencia la reconozca como tal. Ambas funcionan especularmente, por lo que ambas especulan con la otra de manera simétrica. Sería algo así como decir "primero hacelo vos". Para Hegel es una lucha a muerte porque lo que cada una quiere y necesita es ser reconocida por la otra, y no tiene idéntica necesidad de reconocerla. Y es especular porque en ambas opera la misma lógica que les lleva a usar a la otra como medio para llegar a ser sí misma. En ese momento no hay conciliación posible, porque ninguna abandonará su propósito de ser reconocida sin reconocer. Por eso es una lucha "a muerte". La situación cambia cuando una de las dos autoconciencias advierte que hay un valor más alto que la vida: ese valor es la libertad. El que concibe esto es capaz de arriesgar la vida por la libertad y por ello salta de la mera preservación (vida) al ámbito del Espíritu (libertad). El que es capaz de hacerlo se convierte en Amo del otro. El que tiene miedo de perder la vida, renuncia por ello a la libertad y deviene un ser meramente vivo, pero no libre: se vuelve Siervo. En este nuevo estadio, el siervo trabaja en el mundo de la materia, en servicio del Amo, que se instala en el mundo del Espíritu. Pero como sucede en Hegel, esta situación tampoco deja de ser contradictoria: porque el Amo necesita de la sujeción del esclavo para seguir siendo Amo. El Amo depende del siervo, quien trabaja para él. Es notable que esta dialéctica inspira a Marx para pensar la lucha de clases, aunque, claro, con un sesgo materialista.
Tanto el dilema del prisionero como la dialéctica hegeliana son corolarios de la moral del yo racional planteada por Kant. La aspiración es encontrar motivos racionales para actuar bien: actuá de tal modo que puedas querer que la máxima que aplicás para actuar se vuelva universal; es decir: que te sea posible vivir en un mundo donde todos se rijan por la máxima que vos aplicás. Digamos que el dilema del prisionero apelaría a una combinación de buena voluntad con conveniencia egoísta, respondiendo a un cálculo que maximizara los beneficios y disminuyera los daños de nuestras acciones, mientras en Hegel la libertad de uno requiere la sujeción del otro. No es raro que Marx encuentre en ello una de las claves del capitalismo. Supongo que Marx pensará que tanto el imperativo categórico como el dilema del prisionero, e incluso la dialéctica hegeliana, son máscaras ideológicas que encubren la raíz material (económica) de la lucha de clases.
Hay otro enfoque posible: Kierkegaard. El amor es el cumplimiento de la Ley. Será algo así como decir: dentro del cálculo de los beneficios egoístas no hay salida: todo conduce hacia la desesperación. La relación especular por la que dos "yo" semejantes esperan del otro el reconocimiento es generadora de odio hacia el otro y desesperación de sí. Entre dos no hay salida. Tiene que haber un Otro otro, es decir, no semejante a mí y a ti, sino absolutamente des- semejante. El amor. Al otro lo amo no por los resultados que me brinde ese acto, ni porque me convenga, ni incluso porque nos convenga a ambos (eso sería permanecer en el plano de las negociaciones, es decir: de la lucha). Lo amo por Amor, es decir: aunque esto traiga las peores consecuencias para mí, dispuesto a que el semejante incluso se aproveche de mi amor, se burle de él y hasta pueda matarme. Amar al enemigo, amar sin esperar. No porque el otro me agrade, me halague o nos convenga a ambos, sino por amor nomás. Ver al otro no como un semejante, sino como un enemigo y aun así amarlo. Acá lo que prevalece no es el cálculo sino el don. Yo amo no porque el mundo será más habitable, sino por amor. Esta es una relación triangular, donde no estamos solos yo y un semejante a mí, sino que aparece también un des- semejante, un tercero que rompe con el circuito de lo especular.
Es un tema digno de desarrollo, pero hasta aquí llego hoy.
Postata: mi amigo Andrés Albertsen, que primero fue mi profesor de danés y con el que luego formamos un grupo para leer a Kierkegaard en su idioma original, al leer el texto que antecede, me acota:
"Excelente la contraposición entre Hegel y Kierkegaard. Pero cuando hablás de un Otro otro, aparentemente lo personalizás, pero después lo llamás el amor, con minúscula. No deberíamos hablar acá con todas las letras de Dios que es amor, de Jesucristo que nos amó primero?"
Y le respondo: "Sí, Andrés: mi expresión es vacilante porque mi pensamimientoo al respecto es vacilante también. El Amor por momentos se me escapa y en otros aparece..."