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La bomba

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Manal, Manal (1970)

"Si consiguen el primer disco de Manal, recomiendo escuchen esos blues. No se volvió a hacer algo igual" dijo el Indio Solari a su público en 2010, y esa vez tuvo razón.

Son contados los casos en que una obra funda un género y a la vez encarna su culminación. Esto pasa con Manal (1970) el disco debut de Manal. Hay que poner el vinilo en la bandeja como si se escuchara por primera vez, hay que olvidarse de todo lo que vino después, o hay que hacer todo lo contrario: situarse en el contexto de mediados de 1969 (¡Onganía!), en Buenos Aires, Argentina, cuando todo era nada y era nada el principio. Y entonces escuchar cómo Manal, pista tras pista, se va adueñando del universo con una determinación inaudita.

“La tierra que te da la vida/ da un tiempo para decidir/ eligiendo inteligentemente/ todo el mundo podrá ser feliz/ Jugo de tomate frío/ jugo de tomate frío/ en las venas deberás tener”.

Parece que está todo dicho (pero habrá mucho más). Un manifiesto ideológico que quedará marcado a fuego en el espíritu de la modernidad porteña. Después de un riff de blues sobrio y conciso, la voz de Javier Martínez hace la diferencia. No solo porque es demasiado cruda en relación con lo que se había escuchado en discos argentinos (como si las grabaciones fonográficas hubieran tenido hasta entonces personajes de ficción y Manal, por primera vez, hiciera aparecer una voz documental), sino por su dicción, insólitamente argentina para apropiarse del blues en un mestizaje perfecto. Se suele decir que Manal era la adaptación del sonido de la banda inglesa Cream al rock nacional. Es una manera muy burda de entender la sofisticada operación cultural que Martínez, Gabis y Medina estaban concretando. Veamos: de pronto las calles de Buenos Aires vuelven a tener una música en sintonía con el presente, cosa que no sucedía desde la época de oro del tango. Javier canta como se habla acá en 1969, sin ningún amago de ablandar la lengua. Y sin tratar de acercarla a una sonoridad anglo, pronuncia cada vocal y cada consonante con la rudeza oral del porteño. Los acentos de cada verso están puestos donde corresponde, sin deformar. Es necesario remarcarlo, porque este rigor poético lingüístico no se mantuvo. ¡Rock en castellano, señores! (un desafío a dos puntas: a la pacatería chauvinista de los tangueros y a la incredulidad de los que estaban convencidos de que el rock solo se canta en inglés).

La franqueza declarada en las palabras se sostiene en el sonido. Los arreglos son depurados, como si estos muchachos estuvieran de vuelta del virtuosismo y la estridencia y quisieran despojarse de las vanidades (cuando en realidad estaban fundándolo todo). La producción artística es milagrosa: la voz de Javier en primer plano, dándole un peso inusual a la enunciación, y el trio instrumental un poco detrás, el pulso firme de la batería, el bajo robusto, serio, una guitarra ligeramente jazzeada, con una naturalidad que el jazz rock, años después, ya no podría recrear. Son demasiadas ideas demasiado bien plasmadas. El arte de tapa (la bomba a punto de estallar con la cara de los músicos adentro, las letras rojas sobre fondo amarillo) indican el grado de autoconciencia de lo que se traían entre manos.

Segunda pista: “Porque hoy nací” -una cumbre del rock, de cualquier parte que ustedes quieran-, viene a ser la contracara del manifiesto social de “Jugo de tomate frío”: lo existencial es político y lo político es existencial. Habla un hombre herido y no un predicador ni un candidato troskista: 

“Porque hoy nací…/ hoy nací. / Hoy, recién hoy/ el sol me quemó/ y el viento de los vivos me despertó”. 

La voz cavernosa de Martínez adquiere una profundidad inusitada, las palabras se estiran y parecen querer tragarse a la ciudad entera. La intimidad lograda entre la voz y el órgano blusero es tan perfecta que asusta. Hay que saber, además, que la versión que quedó registrada en el vinilo es un demo y que el demo es la canción como ya no podría mejorarse.

Y así, pista tras pista, la música de Manal va extendiéndose por la ciudad como una mancha de petróleo: “Avenida Rivadavia”, “Todo el día me pregunto”; por los suburbios: “Avellaneda blues”, “Una casa con diez pinos” (“hacia el sur hay un lugar/ ahora mismo voy allá”)… para terminar con “Informe de un día”.

Un clásico es una obra cuya inexistencia nos parece inconcebible: no imaginamos que el mundo pueda existir sin él, quizás porque las condiciones de nuestra sensibilidad lo suponen. Todos fuimos hechos por este disco. Pero un día antes de que se diera a luz, nada podía anticiparlo.


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