A los piques, antes de que empiece al BAFICI $26
El desconocido del lago
(Alain Guiraudie, Francia, 2013)
Obra maestra
Forma clásica, estilo conciso, tono sereno, aspecto luminoso, arco dramático suave, registro realista. Y sin embargo. O no "sin embargo", sino por eso la película de Guiraudie logra un efecto imponente. El brillo del lago, la serenidad de su superficie, el rumor de la brisa, la cordialidad de los hombres que van a buscarse, desnudos en ese espacio abierto y soleado para tener sexo civilizado, liberado de ataduras, que se saludan con naturalidad y cojen con civilización. La película es como el lago: su superficie serena y luminosa tiene un fondo oscuro y mórbido. No se trata de la violencia de un psicópata, de crímenes pasionales o del peligro de los encuentros furtivos (aunque algo de todo eso resuene), sino de la oscura atracción del deseo. El deseo es oscuro aunque el sexo sea todo lo claro que nos permitan. Y esa oscuridad no encierra un disvalor moral, es la oscuridad de un abismo interior, un punto ciego que la película solo puede señalar, paradójicamente, hacia afuera (una off scena), cuyos contornos terminan de dibujarse cuando el protagonista busca una vez más al desconocido, cuando ya sabe lo que él puede darle. Guiraudie podría haber hecho una película tórrida, una película sórdida, sensual, intrigante. Podría haber hecho un thriller, un porno soft o un hardcore, un gore o un melo, incluso una comedia negra. Y no hizo nada de eso: triunfó sobre la tentación genérica y enseñó que en el cine la mejor forma es la más inseperada, la última que a los cineastas normales se le ocurriría usar.
Gran Hotel Budapest
(Wes Anderson, )
Obra maestra
Anderson dice que se inspiró libremente en relatos de Stefan Zweig y el arranque de la película parece confirmar esa procedencia literaria. Es un juego de cajas chinas, un cuento dentro de un cuento dentro de un cuento. En pocos minutos todo adquiere un brío narrativo que nunca perderá. Se trata de la historia de un viejo hotel, una reliquia de un pasado que se extingue, situado en una comarca imaginaria de Europa Central, entre guerras. Y la aventura absurda y poética por mantener su confort demodé por parte de su conserje, un caballero humanista y un seductor de ancianas fogosas (Ralph Fiennes) y su discípulo Zero (Tony Revolori), un botones que asume la ética de la máxima discreción propia de su gremio hasta en las situaciones más apremiantes. En medio de un contexto de crímenes, codicia, regímenes dictatoriales y guerras que conspiran contra la plácida dignidad del viejo hotel. Anderson practica un cine conciente de su artificio, extrema su narratividad, pone en marcha una coreografía de una precisión maquínica y una gracia inefable, como de dibujito animado. Cada plano está compuesto con suma minuciosidad, hasta los detalles más pequeños y los movimientos mínimos. En los personajes secundarios, no importa lo breves que sean, aparecen grandes estrellas que no están para engrosar el cast, sino para conferirle a cada momento del viaje una singularidad muy precisa: Tilda Swinton, Adrien Brody, Willem Dafoe, Mathieu Amalric, Jeff Goldblum, F. Murray Abraham, Bill-Murray, Léa Seydoux, Jude Law, Harvey Keitel... Hay personajes breves en esta película, pero no hay personajes chicos. Con semejante carga, la máquina se podría haber atascado fácilmente si hubiera sido manejada por un conductor menos diestro que Wes Anderson. Tantos elementos juntos suelen llevar al desastre. Pero Anderson logra que todo parezca un juego ligero y gozoso.