A la espera de la llegada de Luc y Jean-Pierre Dardenne a Buenos Aires, donde muy pronto vendrán a presentar ésta, su nueva película, La otra publica este texto de Liliana Piñeiro que es el primero pero no será el último que le dediquemos a esta obra maestra.
por Liliana Piñeiro
¿Cuántas veces se repite el abandono en una vida? Mendigos del otro, ¿cuántas veces quedamos anclados en el oscuro mar de sus ojos, sin ningún reflejo posible que confirme nuestra presencia? ¿Y cuántas otras nos quedamos del otro lado de la puerta, ésa que él cerró con un golpe seco y brutal?
En la película de los cineastas belgas hay un padre para el chico de la bicicleta, pero es la historia de su dilución en tanto tal. Como siempre, razones no faltan: desempleo y miseria se dan la mano y acentúan su componente trágico. Expulsado del único vínculo que podía sostenerlo, la furia gana a Cyril, y sólo parecen calmarlo las proezas gimnásticas que realiza sobre dos ruedas, así como la velocidad que desarrolla su cuerpo desesperado hacia ninguna parte.
Pero Cyril es obcecado e insiste en evitar la caída, aunque más no sea arañando al mundo algún lugar valorizado. Y como el que busca encuentra, aparecen pliegues del erotismo en su vida plana: hay un deseo del niño de ser mirado como condición de existencia y hay otros que lo miran, aunque por diferentes razones. ¿Cuál elegir? Entre las opciones anida la equivocación…
Por suerte, en el universo de los Dardenne sus criaturas respiran hasta la última bocanada de aire: no se dejan vencer. La cámara filma, en corte longitudinal, un fragmento de vida cuya intensidad parece determinar las grandes líneas posteriores, que se abren al espectador como desenlaces posibles, aunque nunca conclusivos. El mérito de estos directores es haber aprendido la gran lección del arte: preferir la sugerencia a la explicación, y el valor de la pregunta en un mundo de asfixiantes respuestas.