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7 años de Cristina: pensemos la sucesión en nuestros propios términos y dejemos a la derecha beber su trago de hiel de cada día

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La otra.-radio con El Ojo Mocho. Un programa para escuchar clickeando acá



El famoso fin de ciclo -del que la derecha viene hablando desde que en 2003 Escribano auguró que el gobierno de Néstor iba a durar un año, augurio que se itensificó a partir del momento en que Cristina asumió la presidencia, ya sin gozar de la benevolencia de una parte del establishment que había acompañado a Néstor- quizás no sea como la pulsión destituyente de las clases dominantes lo imaginó. En 2015, el año que está a punto de empezar, hay un ciclo que se cierra, porque sea cual fuera el resultado de las urnas, ya no habrá un Kirchner en el sillón presidencial. Esto está impuesto por los límites constitucionales y por cierto arco vital ineludible: después de todo, no existe en la Argentina contemporánea otro ejemplo de un sector político que haya gobernado el país por un período tan extenso, que además todo indica que el poder democrático será ejercido por Cristina hasta la última hora de su mandato. No es lo que la derecha quiere ni lo que todo este año, desde las elecciones de medio término de octubre de 2013, estuvo intentando precipitar: un clima de ingobernabilidad, con corridas cambiarias, policías sediciosas, miedo instalado a través de los medios, es decir, un menú habitual desde el 83 con el que se desalojó el poder político cuando se lo había vaciado. 

La derecha, como los pavos inductivistas, está esperando lo que se acostumbró a inducir: todos los cisnes son blancos, todos los gobiernos son desechables antes de que se cumpla su mandato. Pero este jueves se cumplen 7 años de Cristina y 11 y medio de kirchnerismo: existe al menos un cisne negro. La precondición para desandar lo que se logró en estos años, para que le devolvamos el "país normal" que las cacerolar reclamaron sin éxito, es que todo se viniera abajo antes de tiempo, que la "gente" saliera a pedir "que se vaya": un fin de ciclo wagneriano, con helicóptero, hiperinflación, el peronismo desentendiéndose de la suerte de su gobierno -acaso como se desentendió en 1976. Bueno, no, no pasó: nada de eso está pasando u este diciembre parece ser (crucemos los dedos y mantengamos el alerta y la movilización) más sereno y más firme para el kirchnerismo que los diciembres anteriores: pato rengo no, cisne negro, 

Pero estamos hablando de sucesión y de soberanía. Hay un ciclo que se cumple indefectiblemente y eso nos mueve a pensar de un modo muy distinto de los que se mueven al ritmo de la música tocada por las consultoras de opinión, esa versión degradada de las ciencias sociales que se asombra de encontrar en el "humor colectivo" esas mismas pasiones tristes para la que trabajan todos los días. No es la mueca siniestra de cada columna de opinión de Carlos Pagni las que nos va a hacer pensar la sucesión y la práctica de nuestra soberanía (nuestra; del pueblo, digo). No va a ser esa mala novela de horror que Pagni escribe todos los lunes y jueves en La Nación la que nos haga pensar el dilema de la sucesión. Contra un prestigio inmerecido, lo que hace el columnista es un folletín de tintes berretas, la negación misma de la política.

Dejémosle a Pagni a los que están padeciendo estos años y dediquémonos a pensar la sucesión en nuestros propios términos: los de una praxis soberana. De eso estuvimos hablando el domingo a la noche en La otra.-radio con nuestros amigos de El Ojo Mocho (Alejandro Boverio, Darío Capelli y Matías Rodeiro). El programa puede escucharseclickeando acá

Sobre eso trata también el nuevo número de la revista El Ojo Mocho, del que extraemos otro tramo de su Editorial, "Figuras de la sucesión y la soberanía":

Ni pesimismos, ni optimismos contemplativos, ningún milagro que esperar, porque “siempre hay algo que hacer” (algunas agrupaciones kirchneristas, por lo pronto, ya impulsaron su candidato, otros candidatos ya lazaron sus campañas y quizás habría que afinar y enfatizar las tareas, debates y proyectos de la sucesión). Ni siquiera esperar el “milagro (o la fortuna) de las urnas”, porque la soberanía no se reduce a un papel que se pueda plegar, guardar en un sobre y depositar en una urna cada cuatro años. Plebiscito cotidiano, ejercicio de la sucesión-soberanía en y desde la terrena acción humana (y en todos los territorios imaginables), en el trabajo político por su conservación y acrecentamiento.

Quizás hasta haya que atreverse a imaginar la sucesión de la soberanía en el escenario de la derrota (electoral). E incluso, preguntarse con radicalidad qué significaría una continuidad obtenida por la vía de un resultado electoral afortunado. Qué o para qué la sucesión de la soberanía. ¿Cuál sería el sentido de esa sucesión? Intentar escorzar algunas respuestas y propuestas sobre esa pregunta, también parecieran ser necesidades del propio acrecentamiento de la sucesión soberana, que aun desde su hipotética repetición o continuación (la duración la vincula al estado precedente y las proyecta a un estado posterior), implica y exige su necesaria diferencia, extensión e intensificación. Ya que, objetivamente será una nueva etapa y como tal, lejos de estar preconstituida es algo a crear y merecer.

En el mismo sentido, ese estado de soberanía lejos está de ser un punto de arribo ya “ganado” (e irreversible), es y será siempre un aún-no, una emancipación a conquistar, un índice y una magnitud variable, asediada por fuerzas regresivas que se empecinan en retornar (o nunca se han retirado). Escenas y lecciones de nuestra historia reciente, entre la dictadura y el menemato (por no ir hasta el ’55 o escuchar las promesas derogatorias de la oposición), como la democracia, ese estado de soberanía que implica un lento, arduo e ininterrumpido trabajo, puede perderse de un día para el otro, sin sucesión de continuidad. Trabajo sin garantías trascendentes, que solo se sostiene en su propia práctica y perseverancia, y que se acumula hasta que se pierde porque, como la vida, no puede ahorrarse.

Entonces, otra vez, la pregunta (y la tarea) es por las condiciones para conservar y acrecentar ese estado de soberanía en la sucesión. Parece una tarea urgente y necesaria clarificar cuáles son esas condiciones de posibilidad.

Y tales condiciones, huelga decir, son siempre materiales, en tanto lo simbólico-cultural, las fuerzas morales e intelectuales, las formas organizativas y lo político en general también son composiciones de fuerzas materiales, del mismo modo que lo económico, salvo, claro, para estrechas y cómodas imaginaciones que agotan en su instancia la materialidad de la cosa, haciendo manifestaciones y “manifiestos” del tipo “el modelo económico vigente desde hace una década está agotado”.

Quizás una de esas condiciones materiales radique en las subjetividades militantes que se hayan fecundado en la década (algunas de ellas a cargo de cierta representación, sobre todo legislativa, que continuará hasta la mitad del próximo mandato presidencial). Subjetividades para las que deberemos imaginar formas de organización que potencien con la mayor eficacia una sucesión soberana

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