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El liberalismo occidental declama la paz y declara la guerra

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El problema no es el Islam, somos nosotros

En Panamá Revista, Dardo Scavino, escribe "¿Quién era Charlie?".una nota destinada a remarcar la tradición anrco-libertaria en la que se inscribe la revista Charlie Hebdo, que a partir de la horrenda matanza de la semana pasada quedó colocada en el ojo de la más inhóspita tormenta. Dice Scavino

...desde los años ’60, Hara-Kiri y Charlie Hebdo encarnan lo que podríamos llamar el espíritu del Mayo Francés: una izquierda insolente, anárquica, blasfema y deliberadamente procaz, en la línea de los goliardos medievales, de la carnavalización rabelesiana y de los libertinos ilustrados.
El mensual Hara-Kiri va a dejar de publicarse en 1986. Pero a pesar de algunas disensiones internas, y de los conflictos suscitados por la asunción del ambiguo Philippe Val como director,Charlie Hebdo seguirá apareciendo hasta nuestros días con muchos de los dibujantes de los setentas y el mismo humor provocativo e impío, como ocurre con esta portada de hace un par de años en la que se burlaban de los católicos que se oponían al matrimonio homosexual:


Con las mejores intenciones, Panamá Revista y Scavino abarcan una parte muy pequeña del asunto, el de la presunta irreverencia de Charlie Hebdo, que se remite a la tradición del Mayo Fraancés, es decir: a otra era, lo que no permite mensurar qué distancia existe entre aquella revuelta estudiantil y la Europa actual. Una Europa que ahora, detrás de la pancarta "Je suis Charlie" ya no tiene a Dany le Rouge, Jean Eustache no Michel Foucault, sino a Angela Merkel, David Cameron, François Hollande, Nicolas Sarkozy, Mariano Rajoy, Benjamín Netanyahu, Manel Valls y Matteo Renzi entre otros masters of war. No precisamente un grupo de estudiantes díscolos (aunque alguno de ellos lo haya sido altri tempi).

Muchos  sienten melancolía con el idilio del Mayo francés, pero lamentablemente el presente tiene componentes más oscuros. Occidentales, no orientales.

El eje fundamentalismo vs. irreverencia, que se ha querido sobreimprimir rápidamente sobre las imágenes televisivas de la masacre para provocar un alineamiento instantáneo de la sociedad global con las banderas civilizatorias de occidente, lejos de contener una clave para salir de la encrucijada actual, impone un aseguramiento para quedar cautivos de una trampa y no ayuda a entender lo que está pasando. El centro de la cuestión no está ni el fundamentalismo ni en la irreverencia, aunque ambos elementos sean componentes de una fórmula explosiva, mucho más compleja y peligrosa.

Las primeras expresiones de la reacción (quiero decir de los reaccionarios) ha sido inhibir cualquier análisis de contexto, bajo la sospecha de que un análisis esconde la complicidad con la matanza. Los que lo dicen, por lo general, recusan el contexto para recomendar un endurecimiento de la islamofobia.

La negación a revisar el contexto de la actual crisis tiende a cerrarse en la reivindicación de valores abstractos a los que se pretende dar una validez metafisica. En ese lugar se colocan las reivindicaciones principistas de la irreverencia juvenil del Mayo Francés, llevándolo a un status de sublime conquista civilizatoria definitiva e irrecusable, que se puede ejercer contra sectores sociales estigmatizados. Se trata de un fundamentalismo ilustrado o una ilustración fundamentalista, una verdadera paradoja política. Esta obsecación tiende a agudizar la satanización del Otro y es por eso una apuesta a agudizar el conflicto.

Que yo blasfeme contra el dios de otro no me hace particularmente irreverente, sino apenas un xenófobo. La auténtica irreverencia es blasfemar contra mi propio dios. Y si me jacto de no tener dios, lo irreverente no sería burlarme de los que lo tienen, sino deshacerme de mi hacienda.

No me basta con una reivindicación de la venerable Ilustración europea nacida hace 3 siglos, porque esa tradición no ha venido sola. El laicismo irreverente francés no es más inocente, ni más limpio, ni más ligero que ningún dogma religioso. Al contrario, forma parte de un dispositivo técnico que desde Europa impuso con ríos de sangre un modelo global en el que hoy habitamos, modelo tan violento como el de cualquier época historica. La irreverencia laica no mostró ser más pacífica que los fanatismos religiosos, porque desde la Revolución Francesa han rodado cabezas y, desde entonces, las matanzas masivas, ejecutadas por los ilustrados, no cesaron de prolferar. Los campos de concentración alemanes y soviéticos, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el napalm en Vietnam, los bombardeos de Plaza de Mayo o en los campamentos de Gaza, los drones sin tripulación que derriban con limpieza a sus presas, Guantánamo, ese limbo moral del mundo ilustrado, no son productos de la Yihad, sino del liberalismo irreverente que ayer marchó en París. 

Si Occidente se parapeta en esa identidad irrecusable como en un dogma, muestra que ha decidido declarar la guerra a la humanidad, formada por muchas otras tradiciones con las que hay que convivir si de verdad se quiere la paz.

Si Occidente quiere la guerra (y sabemos que gran parte de los líderes que ayer marcharon tras la pancarta "Je suis Charlie" son señores de la guerra), entonces sería mejor que la declare sin más y no que diga que quiere la paz mientras nos invita a prepararnos para la guerra.

El problema no es el Islam. Somos nosotros.

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