por Oscar Alberto Cuervo
Nota del editor: la nota que sigue fue escrita hace más de 10 años y salió publicada en el número 3 de revista La otra. La recordé cuando vi que los Babasónicos, con Jessico, encabezaron la gran encuesta sobre los discos argentinos del siglo xxi que hicimos conjuntamente con La Música es del Aire y Patologías Culturales. La encuesta se hizo, como ya dije, entre 301 personas vinculadas a la música, la crítica, la cultura o la simple melomanía (la lista completa de los votantes está acá).
Obviamente yo no los voté y me parece penoso que el disco de una banda tan mediocre como Babasónicos ocupe el lugar que bien merecería Fuerza Natural o Ahí vamos de Cerati, El salmón de Calamaro o Litoral de Liliana Herrero, por poner solo algunos ejemplos de discos largamente superiores a Jessico. Pero así son las reglas de juego: sumando uno a uno los votos de nuestros 301 encuestados queda en evidencia que Jessico entró en el canon de cierto sector de los oyentes de música argentina (65 votos).
Todo bien.
Solo que me dieron ganas de reflotar esta nota de 2004 sobre Babasónicos. No volví a escuchar Jessico desde entonces, no escuché los discos que sacaron después. No tengo pensado hacerlo. La nota la dejo tal cual fue publicada, como simple nota al pie de nuestra gran encuesta, incluso con algunas frases que hoy no escribiría. Mañana sábado vuelvo a Patologías Culturales (FM La Tribu, 17:00 hs.) y lo vamos a conversar con Maxi Diomedi. Acá va la nota de 2004:
Pop de diseño
Musicalmente no es mucho lo que puede decirse de ellos. En sus discos han mezclado estilos de diversas épocas y procedencias, desde Jane’s Adiction hasta Ennio Morricone, desembocando, en su fase terminal, en Aldo y los pasteles verdes. Lo curioso es que, más allá del gesto estéril de la parodia, los Babasónicos no han creado un sonido propio. Lo que de algún modo los identifica es la dicción amanerada de su frontman Adrián Dárgelos, peculiarmente inexpresiva, que recuerda al insípido dúo Pastoral. A pesar de que la prensa los trata como si estuvieran asumiendo permanentes riesgos artísticos, sus discos se parecen unos a otros, del primero al último. Lo que siempre varía es el diseño sonoro: a veces las guitarras suenan más crudas y ellos declaran: “este es un disco más roquero”; la prensa apunta y repite. A veces predominan las bases electrónicas, y entonces dicen: “este es más bailable que el anterior”. O las voces, maquilladas aquí con el efecto phaser, o allí con más reverb. Hoy ponen un DJ para que haga scratch y mañana un órgano Hammond para sonar retro. No se puede decir que compongan música, sino que diseñan discos. Con eso no alcanzan a disimular su chatura musical, sus armonías rutinarias, pero obtienen la apariencia de variedad necesaria para alimentar al mercado. Y siempre están atentos a las modas sonoras que impone la MTV.
“No es la música”, puede que digan los fans. Y sí: la verdad que la música no es. Uno no se imagina a sus seguidores alternando la escucha de los discos babasónicos con los de los Beatles o los de Jimmy Hendrix. No deben haber oído hablar de King Crimson ni mucho menos de Miles Davis. Así que la música no es. ¿Y entonces qué es? “Es la actitud”. Y la actitud consiste en un desprecio que pasa de todo, que piensa que están muy por encima de su público y de la prensa que les chupa las medias. “Me estiré para alcanzar / una porción de la locura / y así traer / lo que a vos te es invisible / lo que nunca percibiste / lo que bajo tus narices / nunca entenderías” dicen en "Gratis", una de las canciones de su último disco, Infame. Incluso es probable que se sientan por encima de la música que hacen.
Pop explicado
“Atrévete a lo poco claro, atrévete a querer lo raro, atrévete a surcar el caos que del otro lado te espero yo" (A. D., "Fan de Scorpions")
Los Babasónicos (sobre todo Dárgelos, su “cerebro gris”) emiten declaraciones básicamente insignificantes, pero lo hacen con un aire de importancia que amedrenta a periodistas y fans. El caso de la prensa especializada es bastante patético. Salvo un par de excepciones honrosas (hay que nombrar a los excelentes Alfredo Rosso y Claudio Kleimann), los periodistas de rock argentinos hacen gala de una estrechez mental y una ignorancia que los llevan a pensar que Federico Moura y Roberto Jacoby son artistas de vanguardia, o que Tarantino y los hermanos Guachosquis son los grandes maestros del cine contemporáneo. Entonces, cuando escuchan a Dárgelos farfullar sus confusas ideas, creen estar ante una especie de filósofo pop:
“Mi trabajo es unir perspectivas del caos, administrarlo. Y el trabajo del que lo escucha es disfrutarlo, entenderlo, discutirlo. O, en el caso del periodista, contarlo. Yo no quiero descubrirlo, hacerlo me va a dar bronca. Si lo digo, si lo revelo, después lo van a saber todos, sería una pena. (...) Y mi forma de ver la realidad es tan caótica que se me hace inasible. Si la pregunta es cómo administrar el caos... bueno, es complicado. Nunca tenés al caos de frente, como para verlo linealmente. El caos se forma con miles de situaciones que pasan al mismo tiempo. ¿Cómo entender qué es el todo?” dice Dárgelos ante un perplejo cronista de la Rolling Stone, completamente desbordado por la brillantez dialéctica de su entrevistado. La víctima, un tal Javier Aguirre, medita: “Dárgelos (...) se rebela a acotar su discurso a un único plano; por ejemplo, el de la pregunta. Convierte los signos de interrogación en corvos trampolines retóricos desde los que salta a su universo reflexivo...”
- ¿De qué habla Infame?- pregunta Aguirre.
- No te lo puedo decir... - responde Dárgelos.
Sin embargo, no debe haber otro músico en el universo pop que dedique más tiempo a intentar explicar lo que hace. “La única forma de hacer música es estando inspirado, y para eso recurro al mundo de la fantasía. Ahí viene la revelación. Pero yo no explico la revelación, eso es el camino de cada uno. Tampoco quiero explicar nada del disco (...) no puedo revelar la clave del disco.” Y unos renglones más abajo: “No voy a tener más reflexiones. Estoy armándome otro panorama, no sobre mí, sino sobre el mundo. Tengo una imagen discursiva, producto de la trayectoria de defensa de un discurso sobre la música...” y así hasta el hastío.
El papel que a Dárgelos más le place jugar es el del artista osado, inescrutable. En "Pendejo", un tema de su penúltimo disco, Jessico, manifiesta: “soy experto en el engaño / borro huellas y hago daño / es cierto / soy muy difícil de alcanzar”. A Dárgelos no se le ocurre que un artista verdaderamente difícil de alcanzar no lo anda diciendo todo el tiempo. Artísticamente irrelevantes, Los Babasónicos ocupan un lugar, al menos, en los suplementos juveniles de los grandes diarios porteños; venden algunos miles de discos; alimentan un segmento del mercado cultural: son un síntoma.
—Hay frases como "Atrévete, la música no tiene moral"...- acota esta vez el cronista del suplemento Sí.
—Yo viajo a lugares muy oscuros, drogas pesadas y a lugares psíquicos cuando tengo que componer. Es una experiencia muy extrema pero no cuento el viaje, esa angustia. El disco puede parecer superficial. Pero es algo extremo: a veces hasta prefiero morirme antes de terminar los discos.
Ma, sí, morite.